¿Qué representa para usted que menos de un tercio de los diputados de Chile Vamos haya apoyado la tesis del Gobierno sobre el tercer retiro de pensiones y que una situación similar ocurriera en el Senado?
Es grave, porque un Ejecutivo que no cuenta con el respaldo de un tercio del Congreso se queda con muy poco margen de acción. Esto está explicado en “El Federalista”: en régimen presidencial, el escudo del Presidente es un tercio. Si lo pierde, queda expuesto a que el Congreso invada impunemente sus potestades y prerrogativas. Por lo mismo, es un error leer esto sólo desde una perspectiva jurídica o técnica: el gobierno enfrenta ante todo un problema político. El régimen mismo está en desequilibrio; en rigor, ha dejado de funcionar como tal, y estamos entrando a un período de incertidumbre institucional. Hoy fue el tercer retiro, y mañana será otra cosa. Ni en sus peores momentos Salvador Allende perdió el apoyo de sus parlamentarios. El dato puede servir para medir la profundidad de la crisis actual.
¿Cuál es, a su juicio, el principal problema político que hoy enfrenta el Gobierno? ¿El tercer retiro, los errores no forzados, la ofensiva de la izquierda más radical, la desafección de Chile Vamos, la amenaza de una acusación constitucional?
El principal problema que enfrenta el gobierno es, sin duda, la desarticulación de su propio sector. No tiene piso político interno, casi no tiene parlamentarios dispuestos a apoyarlo y su equipo político es invisible. El cuadro general tiene muchas dificultades, pero ese es el dato que convierte un cuadro complicado en una crisis de sobrevivencia. El problema es grave, y los candidatos oficialistas deberían tomar nota: ¿Cómo es posible que se haya producido tal desafección entre el gobierno y los dirigentes oficialistas? No hay proyecto común que los vincule, y eso tiene efectos políticos de consecuencias insospechadas. Las responsabilidades son, desde luego, compartidas. La derecha ha dejado al gobierno en situación imposible, pero también puede pensarse que el gobierno dejó antes a sus parlamentarios en una situación imposible. En cualquier caso, la falta de cohesión pone un signo de interrogación sobre la viabilidad de la derecha como sector político con auténtica vocación de gobierno. Sin perjuicio de lo anterior, debe decirse que la oposición, o parte relevante de ella, tampoco ha jugado un juego muy leal. Volver a insistir hoy con una acusación constitucional confirma que hay muchos que prefieren el atajo a intentar el triunfo en las urnas, sin mencionar que el proceso constituyente necesita cualquier cosa menos una interrupción del período presidencial. Por otro lado, propuestas como la de renta universal de Rincón-Narváez, que no dan ninguna luz sobre el modo de financiar algo así, sólo contribuye a seguir degradando el debate en una espiral sin fin.
¿Cómo interpreta usted que el comité político de La Moneda diera a conocer una carta mostrándose unido frente a la posición del Presidente en el tercer retiro?
Es señal de un desorden mayúsculo, y de una impericia política sin precedentes. En el fondo, los ministros seguramente quisieron respaldar al Presidente pero lo terminaron debilitando, mostrando su fragilidad. Sólo un Presidente frágil necesita que sus ministros —cuyo poder reside en la confianza del primer mandatario— sientan la necesidad de explicitar su apoyo a su jefe, como si tuvieran existencia propia, al margen del Presidente. Dejaron ver que el Presidente está cada día más alejado de lo que esperamos de él, en cuanto figura institucional.
“El pato no está cojo, está sin pies”, dijo usted en noviembre, después de la derrota del segundo retiro de pensiones. ¿En qué situación se encuentra hoy, a juicio, el Presidente?
Su situación es crítica. Tiene sin duda la legitimidad de su elección, que la izquierda olvida demasiado rápido, pero los meses que le quedan serán difíciles. Han pasado todo tipo de ministros y gabinetes, ha habido cambio en las directivas partidarias, pero el problema parece ser bien estructural: Sebastián Piñera carece de capacidades de conducción política, y no es capaz de armar equipos que estén a la altura. El problema no es personal, y me consta que hay y ha habido ministros talentosos —puedo mencionar a Gonzalo Blumel y Jaime Bellolio, por ejemplo—, pero una vez que están en el gobierno como que pierden sus capacidades políticas, se quedan sin herramientas. Yo mismo pensé, con el primer retiro, que un cambio de gabinete podía contribuir a resolver el problema, pero estaba equivocado: la cuestión es más profunda. Michelle Bachelet logró ordenar su primera administración cuando compartió su poder con Pérez Yoma, Sebastián Piñera no ha sido capaz de instalar un diseño de ese tipo. Siempre da la impresión de estar solo y desconectado. Nada bueno puede salir de allí.
¿Es partidario de que La Moneda retire su recurso ante el TC y proponga un proyecto propio de tercer retiro, pese a que el propio tribunal declaró inconstitucional los retiros de fondos de pensiones por invadir una facultad privativa del Presidente?
Sería una decisión durísima, porque el gobierno lleva meses advirtiendo que irá al TC, y de hecho el recurso del segundo retiro tenía ese objetivo: bloquearlos a futuro. Dicho eso, una reforma aprobada por más de dos tercios en ambas cámaras hace difícil seguir sosteniendo que acá hay un problema de técnica constitucional. Es raro pretender que los ministros del TC le devuelvan al Presidente el poder que le han quitado los propios parlamentarios oficialistas. Ahora bien, y esto hay que decirlo con todas sus letras, si el gobierno retira el recurso estará aceptando —de modo más o menos tácito— un virtual cogobierno. Será el triunfo de la tesis de Jaime Quintana, y entraremos a una especie de parlamentarismo de facto. La situación tiene algo de tragedia: el gobierno casi no tiene espacio para mantener el recurso, pero retirarlo implica aceptar que la potestad presidencial se ha doblegado frente al Congreso. Seguro conviene salvar a la república antes que el presidencialismo, pero en ese caso el primer mandatario entrará en una fase de declinación, y sólo un milagro sanitario podría sacarlo de allí. Que el proyecto finalmente aprobado sea uno propio y no el de origen parlamentario es, a estas alturas, una anécdota de mal gusto.
¿A qué atribuye usted que el PC haya difundido el hashtag Estallido 2021, concatenado después con episodios de violencia en las calles?
El PC pertenece a un largo linaje que reivindica la revolución violenta como modo de impulsar cambios sociales. Por momentos, lo disimula por motivos tácticos, pero nunca han renegado de ello, y esta semana la diputada Vallejo lo recordó citando a Lenin, uno de los carniceros más cruentos de los que se tenga memoria. Por lo mismo, no me sorprende que el PC juegue con esa retórica, porque esa es su doctrina desde hace más de un siglo; y, de hecho, desde el 18-O vienen buscando el derrocamiento del gobierno por medios antidemocráticos. La pregunta interesante es si acaso fuerzas democráticas van a mostrar distancia efectiva de la estrategia del PC, o serán ambiguos con ella. A mediados de los años ochenta, en una situación mucho más candente, Patricio Aylwin no tenía duda alguna sobre la materia. Habrá que ver cómo responde hoy la centro izquierda.
¿Cómo influirá esta crisis en las elecciones del 15 y 16 de mayo?
No es el ideal, pero las elecciones más importantes en décadas estarán cruzadas por una coyuntura muy delicada. En este desgobierno, la derecha sin duda tendrá dificultad para ir pedir el voto a sus electores, porque perdió toda narración política consigo misma. Con todo, quizás es bueno que haya elecciones, porque siempre sirven para descomprimir. Después de todo, sigue siendo el mejor mecanismo que se haya inventado para resolver pacíficamente nuestras diferencias.
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