Junio 2, 2024

Cuenta Pública: montaje presidencial. Por Jorge Ramírez

Cientista Político. Libertad y Desarrollo.
Imagen: Agencia Uno.

Todo Presidente de la República es (i) jefe de Estado, (ii) jefe de Gobierno, pero también (iii) líder de su coalición. El problema con Boric es que a ratos pareciera olvidar estas dos primeras funciones, exacerbando la tercera. Él es un tribuno de su plebe; cuida su nicho, lo complace y agasaja en todos los niveles. El Presidente hace estos gestos porque sabe que ahí están los votos, ahí está su futuro. Es un actor que con plasticidad puede cambiar de apariencia, pero que en los momentos decisivos no oculta su esencia: que mira de reojo hacia al país, pero que posa su mirada únicamente en la izquierda.


Las cuentas públicas son hitos discursivos que marcan el tono del ciclo presidencial. La primera de ellas, es la carta de navegación y una declaración de intenciones, la segunda, en la mayoría de los casos opera como un ajuste a esa carta original, en la que los mandatarios distinguen lo deseable de lo posible, afianzando las reales prioridades de su administración.

La tercera es quizás la más importante de todas, porque es la alocución en la que los jefes de Estado pueden exhibir resultados, cuánto de lo propuesto está resuelto, entregado o avanzado. La última, es un rito ceremonial de cierre, donde en general lo que se busca es volver al inicio del ciclo para perfilar un legado, mayoritariamente en clave política, con el añadido de que, en Chile, todos los presidentes desde el retorno a la democracia han buscado -algunos con más éxito que otros- la reelección. Por ende, en la práctica, la última cuenta pública pasa a ser una suerte de primer discurso de campaña de un líder que abandona La Moneda, con la intención de retornar a ella.

Ayer fuimos testigos de la tercera Cuenta Pública del Presidente Boric ante el Congreso Pleno. Era el momento de contrastar las palabras con las cosas, porque siempre al final las acciones hablan más fuerte que la retórica, por más altisonante que ésta sea. Pero el Gobierno tiene poco y nada que mostrar. El pensamiento hablado incluso traicionó al Presidente, quien a modo de broma, llegó a decir en medio de su alocución “aún queda, porque tenemos mucho que mostrar”. Quien tiene que verbalizar que tiene mucho que mostrar, probablemente tenga poco que exhibir. Y éste fue precisamente su caso.

Cuando al Presidente se le lleva al área de la rendición de cuentas sobre su gestión, se le expone a su zona de sacrificio. Sólo así se explica el forzado intento del mandatario por pretender mostrar resultados, aunque la gran mayoría de los indicadores ilustren una persistente mediocridad. Sus logros como Primer Mandatario son tan escasos, que Boric incluso ha debido asumir como propias, victorias que no le son atribuibles.

Tal es el caso del control inflacionario, cuya función obedece por mandato constitucional al Banco Central, o la reivindicación de la agenda de seguridad, la que mayoritariamente ha sido aprobada con votos opositores, a la que tanto el Jefe de Estado como una parte importante de su gabinete, se opusieron cuando eran parlamentarios. El Presidente, tan empapado del espíritu Panamericano y ahora inspirado con la hazaña de traer a Chile los Juegos Olímpicos, debiera saber que hacer propias victorias ajenas, está siempre al límite de la vergüenza deportiva.

Uno de los grandes ejes del discurso, fue la seguridad. Alguien podrá decir “es bueno que el Presidente cambie de opinión”. De acuerdo, pero estar en la Presidencia de la República exige asumir niveles mínimos de responsabilidad política ante el país.

Haber sido una oposición mezquina, obstruccionista e irresponsable provocó efectos desestabilizadores: agitación social, inflación en el terreno económico, depreciación de valores esenciales para la estabilidad del país, como el respeto al orden y a la autoridad de instituciones anclas de nuestra República, como Carabineros.

Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión, correcto, pero el Diputado Boric no era un simple opinólogo, fue el líder de su sector, y sus acciones tuvieron un costo que inclusive aún se hace difícil de cuantificar en su real magnitud: ¿Quién repone las lagunas de aprendizaje de los niños de nuestro país cuando el diputado Boric se esmeró en tornarle la vida imposible al Ministro de Educación, Raúl Figueroa, al acusarlo constitucionalmente por intentar abrir las escuelas durante la pandemia?

¿Quién va a subsanar los déficits previsionales en las cuentas de capitalización de cientos de miles de chilenos que quedaron prácticamente sin ahorros en sus fondos de pensión tras el entusiasta apoyo de Boric al primer, segundo, tercer e incluso fallido cuarto retiro del 10%, a pocos días de la elección presidencial que lo llevó al poder? ¿Quién responde por el creciente flujo de inmigración irregular que se produjo a consecuencia de que fue el propio diputado Boric quien llevó al Tribunal Constitucional la Ley de Inmigración para así evitar la reconducción de migrantes expulsados durante la segunda administración de Piñera?

Con estos antecedentes, el tono con el que se produce el cambio pasa a ser doblemente importante. En política, las formas y el proceso sí importan.

Y en lugar de hacer este viraje con mayor decoro, con una actitud de sentida autocrítica, vimos arrogancia, soberbia, provocación y altanería en el Presidente, interpelando incluso a parlamentarios en medio de su intervención, llamando al diálogo y tendiendo la misma mano con la que apunta y descalifica a un sector político mediante caricaturas, como esa idea absurda de que sólo los hombres se oponen al aborto libre ¿sabrá acaso el Presidente que el rechazo al aborto libre es especialmente amplio en las mujeres de sectores más vulnerables? El discurso de hoy lamentablemente ha ratificado el hecho de que la impostura es el principal rasgo político de Gabriel Boric.

La constitución de su liderazgo, con esa olímpica facilidad de cambiar de opinión sin sonrojarse, hace que Boric sea un buen candidato, pero un muy mal Presidente. Sus palabras son capaces de vigorizar a su sector, pero también de desconcertar a la ciudadanía al retratar un país inverosímil y ocultar crudas realidades de las que todos estamos plenamente conscientes. ¿O acaso el Presidente y sus asesores estiman que los chilenos no recordarán que durante su administración se ha alcanzado una cifra récord de 10 asesinatos a carabineros, por el simple hecho de haber omitido esta realidad en su alocución?

Todo Presidente de la República es (i) jefe de Estado, (ii) jefe de Gobierno, pero también (iii) líder de su coalición. El problema con Boric es que a ratos pareciera olvidar estas dos primeras funciones, exacerbando la tercera. Él es un tribuno de su plebe; cuida su nicho, lo complace y agasaja en todos los niveles.

Dentro de la cuenta ha quedado meridianamente claro: impulsará un proyecto de ley de aborto libre, un proyecto que pondrá fin al CAE, nos informó que Chile tomará parte del caso formulado contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia de La Haya -justo cuando su base de apoyo, los estudiantes universitarios, se agitan por la causa del conflicto en Gaza-, irá por la negociación sindical ramal y, además, desarrolló una llamativa primera reflexión en tono apologético hacia el estallido de 2019.

El Presidente hace estos gestos porque sabe que ahí están los votos, ahí está su futuro. Es un actor que con plasticidad puede cambiar de apariencia, pero que en los momentos decisivos no oculta su esencia: que mira de reojo hacia al país, pero que posa su mirada únicamente en la izquierda.

Será él quien liderará el proceso de convergencia entre el Frente Amplio y el Socialismo Democrático en el próximo ciclo político, probablemente desde la oposición. El mandatario saldrá de La Moneda en circunstancias inmejorables para asumir un próximo desafío presidencial: joven, con cerca de un tercio de respaldo de la población (la gran mayoría de ellos jóvenes también), con un futuro económico resuelto gracias a la generosa pensión pagada por todos los contribuyente que obtendrá de por vida -y que al parecer el Presidente no considera inmoral- y con un sector político que lo ha enaltecido hasta el extremo de acuñar un nuevo concepto: “gabrielismo”.

Los recurrentes guiños a Bachelet calzan con este itinerario fríamente calculado. El de Bachelet y Boric, es un tándem estratégico. Probablemente sea ella quien vaya al sacrificio por el progresismo en esta próxima elección presidencial. Su rol podría ser el de contener y evitar un desfonde electoral, apalancando un resultado parlamentario que les permita bloquear y obstruir la agenda del próximo gobierno, como lo hicieron durante el cuatrienio del ex Presidente Piñera. Pero también, dejar en un buen pie a la izquierda para el retorno del hijo pródigo: Boric, quien una vez más, estará dispuesto a cambiar de atuendo para, esta vez, vestir ropajes abiertamente socialdemócratas.

Algunos dijeron que lo de ayer no fue una cuenta pública, sino un “cuento público”. Creo que se quedan cortos, porque lo de ayer, tuvo características de montaje, porque esa es la forma en que Boric entiende la política.

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