En pocos días, el presidente Boric rendirá cuenta pública a la Nación. Seguramente, realizará nuevos llamados para que la oposición, los empresarios y la sociedad civil trabajen constructivamente con el gobierno, convocándonos a recuperar la confianza ¿Qué aproximación es más adecuada para ello?
Una forma de acercarse al tema es aquella que visualiza al presidente cambiando, madurando. Fundan esta aproximación en que ha reconocido que como parlamentario opositor actuó más como enemigo que como adversario y más motivado por los likes que por el bien común. Como Exhibit B, señalan que su gabinete está hoy mayormente conformado por miembros de la ex Concertación y, como Exhibit C, nos recuerdan las más de treinta renovaciones de los estados de excepción que llevan su firma.
Afirman que el presidente estaría entrando en tierra derecha para convertirse en un social demócrata, abandonando al revolucionario refundacional.
Los duros epítetos que ha proferido por sí o por intermedio de sus ministros contra los empresarios, por ejemplo, llamándolos a abandonar la soberbia paternalista y tratándolos de coñetes -no prestan plata o pagan malos sueldos- serían una suerte de pasos en falso en este camino a la maduración. Y aun cuando estos dichos incomodan, serían tolerables en tanto equivaldrían a los erráticos pasos de un adolescente camino a la adultez (el asunto, no obstante, es que no estamos criando al presidente, pero eso es soslayado).
La aproximación de la mayoría de este grupo a estas salidas de libreto es entonces del tipo terapéutica, en el sentido de que no lo juzgan ni le exigen que eleve el estándar. Más bien sería nuestro trabajo comprenderlo; jamás el del presidente el de aprender a controlar sus impulsos.
Concluyen que, si el mandatario está dando señales de querer alejarse de su tribu, sería un deber tenderle una mano y rescatarlo de las fauces revolucionarias en las que está inmerso. Como tendríamos Gabriel Boric para rato, habría que ayudarlo, con mucha empatía, a transformarse en un Ricardo Lagos 2.0.
Y la empatía la entienden, mayormente, como antagónica o reñida con la exposición firme de la divergencia. El propio presidente ha dado luces que así también la entiende: quién critica, aun cuando lo haga respetuosa, pero firme y claramente, será ninguneado ¿O no fue eso lo que ocurrió en ENADE?
En la otra vereda están los escépticos. Hace menos de cinco años, los políticos del Frente Amplio y del Partido Comunista, hoy en el gobierno, hicieron tambalear el Estado de derecho, entre otras, con su beneplácito a la violencia y la cuasi ruptura del Estado de derecho. El afán era imponer un texto constitucional refundacional, reflejo de su ilusión revolucionaria y antidemocrática y de sus convicciones post marxistas, colectivistas, identitarias y deconstructivistas. De ese afán hace menos de 24 meses atrás.
Pero el país reaccionó y dijo rotundamente que no a ese proyecto que se basaba en la destrucción. Y entonces la realidad mordió, se impuso, y el político, máxime uno hábil como el presidente, se acomodó para navegar entre el mínimo margen de acción revolucionaria que le quedó y la mayoría social que quiere avanzar en un contexto de orden y progreso. Si no lo hacía, no habría votos en las siguientes elecciones y, sin ellos, su sector no podría seguir teniendo presencia donde importa.
Así, mientras habite el cargo, las convicciones que tanto defendió quedarán tras bambalinas, a la espera de un mejor contexto, aunque de tiempo en tiempo, manifieste donde está el corazón. Se sostiene que el presidente habría tomado distancia momentánea con el activista (como el mismo se calificó) y sus convicciones, pero no se habría divorciado de él ni de ellas.
En esta tesis, el proceso de maduración sería más bien un “incómodo acomodo” a la realidad impuesta tras el 4S desde la posición que hoy ocupa en el poder y por el poder. Y es que no resultaría plausible que pudiera acosar, para volver a abrazar, en un santiamén, el Estado de derecho y las instituciones que hace tan poco el grupo al que pertenece quiso derribar y refundar.
Esta tesis, que es más dura con el presidente, le reconocería no obstante una cualidad esencial que la otra, me parece, le niega: que sería un adulto, responsable de sus actos, dichos y silencios. Un adulto que ocupa el cargo de mayor responsabilidad en este país y al que es un deber exigirle que los dichos se encuentren con las acciones. Sin dobleces.
Entendida así, esta aproximación parece un mejor punto de partida hacia el objetivo de recuperar las confianzas. Y es que me temo que la tesis que visualiza al presidente en un proceso de maduración, tironeado por esa tribu de la que querría apartarse (aunque él no ha pedido el rescate), termina siendo profundamente paternalista y condescendiente, por muy progresistas que deseen ser los condescendientes, pues lo tratan como una víctima de sus circunstancias y entorno.
A final de cuentas, la condescendencia podría terminar obviando el eventual oportunismo del giro, además de que le permitiría hoy y mañana culpar al empedrado por lo que no ha podido realizar, sin asumir mayor responsabilidad lo que es un flaco favor para todos. Ello, además de conducirnos a una posible corrección política, siempre vacía, que lejos de contribuir a aumentar las confianzas y la credibilidad, la horada más.
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