-Marcaste AC, participaste de la propuesta constitucional de Bachelet; ahora votaste Apruebo, fuiste candidato a convencional, has dicho que el texto constitucional te satisface en materias como libertad de expresión y Estado laico. ¿Por qué decidiste Rechazar?
-Porque es más consistente con mi visión general de lo que debe ser un pacto social expresado en una constitución. En campaña insistí que, más allá de la letra del texto, este proceso debía generar una lealtad constitucional básica y transversal, para resolver verdaderamente el problema que teníamos con la constitución del 80. Creo que ese objetivo no se alcanzó, y el hecho de tener una opinión pública tan dividida de cara al plebiscito es síntoma de aquello.
He dicho que esta visión puede llamarse consensualista, y se diferencia de la visión más bien adversarial que primó en la Convención. Recuerdo un convencional que decía que esta era la oportunidad de ajustar cuentas, que venía el garzón a cobrar las cuentas pendientes. Creo que ese fue el tenor general del trabajo de la Convención. Y es legítimo que alguien piense así. Pero no es una visión que comparto.
-¿Qué falló?
-En campaña usé mucho una metáfora deportiva: que, al momento del pitazo final, los equipos se acercaran al círculo central, se dieran la mano y se pudieran mirar a los ojos diciendo “buen partido”. De lo contrario, el bando humillado pide la revancha inmediatamente. Y creo que una constitución no debería estar en esa permanente disputa. Debería generar lealtad transversal a las reglas generales del juego político. Para eso, todos los actores relevantes tienen que imprimir sus huellas en el resultado, deben sentirlo propio. Estaremos de acuerdo en que eso no ocurrió.
Ese es el fundamento general de mi preferencia para el plebiscito, porque además creo que la continuación del proceso, en un clima político ligeramente distinto al anterior, puede generar un efecto acumulativo y sintético que satisfaga ese objetivo. He conversado con muchos colombianos que me han dicho que, bajo ese criterio de mayor aceptación social, el rechazo inicial de los procesos de paz fue positivo, porque obligó a los actores políticos a moderar la propuesta para ampliar la convocatoria.
-Como liberal, ¿te incomoda la manera en que son resueltas las reivindicaciones de los pueblos originarios? ¿Piensas que chocan contra cierta noción igualitaria?
-Hay ríos de tinta que documentan la tensión entre las llamadas políticas multiculturales e identitarias, con un énfasis en el reconocimiento de trayectorias concretas, consagración de derechos grupales especiales, acciones afirmativas y compensatorias, por un lado, con la visión prototípica liberal que pone acento en que todos valemos por uno, todos valemos lo mismo sin perjuicio de nuestras identidades, y lo valemos en todas partes. Llámale la trilogía individualismo, igualitarismo y universalismo.
No digo que esta tensión sea irresoluble o que haya que adoptar posiciones dogmáticas al respecto. Muchas veces no hay necesidad de resolver estas tensiones normativas porque ya hay suficiente consenso, pero me parece que la Convención quiso ser vanguardia en varios temas que no habían sido previamente socializados y debatidos, y eso es problemático porque aliena ciertos sentidos comunes.
-¿En qué aspectos?
-Piensa por ejemplo en el caso de los sistemas paralelos de justicia. ¿Había agua en la piscina para eso? ¿Se estaba recogiendo un sentido común? Esto se aplica para todas las reivindicaciones identitarias, no solo las indígenas. Pasamos de temas que son legítimamente debatibles, donde puede existir desacuerdo razonable, a pontificar que si no estás de acuerdo con ciertos “avances civilizatorios” eres un fascista reaccionario que solo piensa en conservar sus privilegios. Tan arrogante como incorrecto.
-En una carta que publicaste en redes sociales, dices que el nuevo proceso debe partir de la base del texto propuesto por la Convención. ¿En ese caso, no sería más fácil votar Apruebo para reformar?
-Parto de la base que este es un desacuerdo razonable y el Apruebo para Reformar también es una opción válida que tiene argumentos a su favor. Permite avanzar en lo que para muchos es la cuestión central: reemplazar la constitución de Pinochet. Aunque están conscientes de las deficiencias del texto, y esto es importante porque facilita una convergencia con sectores moderados del Rechazo, piensan que más vale pájaro en mano que cien volando.
Algunos piensan que es la única chance. O que es un hito demasiado simbólico para la nueva generación en el poder: así como los padres y abuelos derrotaron al dictador, ahora les toca a ellos terminar la tarea eliminando los vestigios institucionales de la dictadura. Mi diferencia al respecto está en la respuesta a la primera pregunta: creo que el objetivo político era otro. Y que ese objetivo político tiene más posibilidades de alcanzarse si extendemos el proceso, si le damos continuidad, si le damos la chance de seguir avanzando en la construcción de ese consenso amplio y transversal.
-¿Esa construcción debe hacerse en el Congreso o en una Convención?
-Podría ocurrir en el Congreso, pero creo que es mejor que sea devolviéndole la palabra a la ciudadanía, por ejemplo, a través de la elección de una nueva asamblea destinada al efecto. Es una vuelta más larga, lo reconozco, pero a veces los atajos salen más caros. Y cuando digo que ese proceso parta de la base de lo realizado por la Convención, implica que se debe reconocer el valor de lo que acaba de ocurrir: más allá de la famosa rabia o el tono increpatorio que a veces tuvo, también fue un espacio inédito de participación de grupos que no estaban acostumbrados a la toma de decisiones.
Si el proceso continúa, no debe ser contra lo hecho por la Convención, sino desde lo realizado por ella. Recuerda que apunto a una idea de legitimidad acumulativa, que no es tan distinta en espíritu de lo que se establece en algunos países para reformar la constitución: la aprobación de dos legislaturas seguidas. Pero además porque nos podríamos ahorrar la etapa reglamentaria y partir trabajando de inmediato con las mismas reglas de la anterior.
-Boric planteó un proceso que duraría año y medio y partiría desde cero. ¿Qué tipo de liderazgo se necesita del Presidente?
-Boric entiende mejor que nadie la importancia de terminar este período con una nueva constitución, y si no resulta ahora, tiene que resultar después. De hecho, me atrevería a decir que Boric comparte la visión consensualista de la herramienta constitucional, porque declaró en su momento que no quería una constitución partisana o adecuada a su ideología. Si gana el Rechazo, necesitamos al Presidente de pie, con fuerza y confianza política para conducir el proceso a buen término.
Me imagino que en ese escenario debería convocar a más elementos del llamado socialismo democrático, que fueron críticos de cierto maximalismo y radicalismo que se vio en la Convención. Tengo una buena impresión del rol del Colectivo Socialista ahí. Acá hay otro posible efecto del triunfo del Rechazo: mueve al gobierno a posiciones más moderadas porque lo notifica de un nuevo equilibrio de fuerzas, y Boric tiene olfato para ubicarse donde lo requiere el momento político. También le da una nueva oportunidad a la derecha moderada, que no lo pierde todo.
-Analistas han dicho que en caso contrario, podría resurgir Kast…
-Me temo que un triunfo del Apruebo fortalece las posiciones más duras de lado y lado. Kast empieza a hacer campaña mañana mismo tocando las mismas teclas que ha tocado el populismo de extrema derecha en el mundo, apelando a las identidades residuales y aprovechando el viraje pendular. Todo esto es discutible, obviamente.
Pero yo considero evidente que un triunfo del Rechazo no es un triunfo de la derecha, que apenas salva la plata para ser incluida en el próximo proceso constituyente. Que prácticamente nadie discuta -aparte de Republicanos- que vamos a tener sí o sí una nueva constitución, evidencia la derrota histórica de la derecha dura, la del Rechazo de entrada. Si gana el Rechazo pierde la Convención, pero no gana la derecha.
-El presidente de la UDI dijo que no era conveniente hablar de mecanismos ahora. La presidenta del PS pidió un acuerdo escrito de la derecha. ¿Cómo se podrán superar las desconfianzas para que el proceso -si gana el Rechazo- no tropiece de nuevo?
-Hay mucha gente que no le cree a la derecha. Entiendo el trauma histórico. Pero veo políticamente implausible que pueda hacerle el quite a la elaboración de una nueva constitución. No tiene espacio. Por el contrario, tiendo a creer que le conviene elegir convencionales bajo un clima distinto al de comienzos de 2021, cuando Piñera era un salvavidas de plomo. Es imposible que les vaya peor.
Si yo fuera dirigente de un partido de derecha promovería con entusiasmo la elección de una nueva convención, con las mismas reglas o similares. Dicen que ahora la gente vota contra algo más que a favor de algo. Si eso es cierto, la relativa impopularidad de Boric debería ayudarlos esta vez. En otras palabras, creo que todos los actores tienen incentivos para seguir adelante con el proceso constituyente: el oficialismo porque tiene que acabar su mandato enterrando la constitución de Pinochet, sea cual sea el texto, y la derecha porque tiene la última oportunidad de influir.
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