Complacencia como regla: lealtad interna sobre eficacia gubernamental. Por Kenneth Bunker

Ex-Ante

La permanencia de figuras controvertidas, como la ministra Orellana, que ha evidenciado un bajo rendimiento y problemas políticos, subraya un patrón de inmovilidad y defensa a toda costa. Esta postura, lejos de fortalecer al gobierno, incrementa la desconfianza pública y envía un mensaje de complacencia a la clase política, donde los errores no tienen consecuencias reales.


La decisión de no hacer un cambio de gabinete por parte del presidente Boric es un error político fundamental. Es evidente que la alineación actual no está funcionando, y que un ajuste podría oxigenar a la administración. Pero, por alguna razón, el Presidente considera que no es necesario.

Esto va en contra de lo que ha sido el sentido común en todas las administraciones anteriores, que ante la ausencia de resultados o debido a problemas políticos particulares, han hecho cambios o ajustes para corregir el rumbo.

Por lo pronto, pareciera que Boric estuviera más bien decidido a no dar su brazo a torcer ante la oposición, que no pierde oportunidad en recalcar que su gobierno falla una y otra vez precisamente porque no tiene resultados y enfrenta constantes crisis.

Tiene sentido. Si bien hacer un cambio de gabinete sería para mejor, también sería admitir que las cosas no están funcionando. Y ante esto, parece haber una compulsión obsesiva de no conceder que las cosas andan mal.

La decisión de no hacer un cambio tiene un carácter histórico, pues habría que remontarse a los 90 para ver una inmovilidad ministerial del mismo tipo. Así, el gabinete de Boric, que duró 428 días sin cambios entre agosto y octubre de 2024, es solo superado por el de Frei, que duró 687 días sin cambios entre 1994 y 1996.

El récord no es menor, especialmente porque la razón de no hacer cambios en el gobierno de Frei fue porque las cosas andaban bien. Ahora se rechaza hacer cambios a pesar de que las cosas andan mal.

Es particularmente llamativa la decisión de mantener el gabinete después del escándalo de Monsalve, que permitía un punto de quiebre natural y justificaba la decisión de hacer un ajuste.

Sumado a los malos resultados de la elección de octubre y el plazo legal para permitirle a los ministros y subsecretarios salir de sus cargos para poder optar por un cargo legislativo, el momento era particularmente bueno, y no haberlo hecho ya, e incluso haberlo rechazado de forma tajante no es solo una oportunidad perdida, sino que se traduce en un error político fundamental.

Quizás el caso que mejor permite entender la decisión es el de la ministra Orellana, que demuestra a la perfección por qué el gobierno ha fallado. La ministra, que se estrenó en marzo de 2022 como la más joven del gabinete, también hizo noticias por su incorporación al comité político, un nombramiento simbólico que además carga con una responsabilidad ejemplar.

Pero, desde entonces, solo le ha traído problemas al gobierno. Obviamente, su rol como consejera política del presidente no ha funcionado. El gobierno no ha logrado convencer a los chilenos más allá del tercio que los apoya contra viento y marea de que el país está avanzando. Pero su tarea sectorial no ha sido mucho mejor, solo pudiendo contar las caletas con perspectivas de género como un logro aislado a través de los medios de comunicación.

Pero el mal desempeño no se ha limitado a su rol como asesora o jefa de cartera, sino que como política también, lo que ha sido especialmente evidente tras el caso Monsalve, donde la ministra se demoró más de un ciclo de noticias completo en comentar sobre las acusaciones que se hicieron de forma interna en su gobierno. Y no solo se trató de la demora, fue todo lo que vino después también, desde su famosa y desatinada declaración del portero hasta su intento de compensar con un enfoque de represalia contra el Congreso. A pesar de todos estos problemas, se mantiene en el cargo, hablando y haciendo a nombre del presidente.

Todo esto es relevante porque muestra que es precisamente ese tipo de política la que se incentiva y se premia en La Moneda. El presidente, lejos de ver un problema en esto, lo considera una fortaleza.

Así, se entiende que lo que se premia es una política revanchista, pero que solo se aplica a los otros, y que ante toda crítica la respuesta viene dada en modo de desprecio.

La decisión de Boric de no hacer cambios en su gabinete, incluso tras eventos como el escándalo de Monsalve y los malos resultados electorales, refuerza la imagen de un gobierno que prioriza la lealtad interna sobre la eficacia.

La permanencia de figuras controvertidas, como la ministra Orellana, que ha evidenciado un bajo rendimiento y problemas políticos, subraya un patrón de inmovilidad y defensa a toda costa.

Esta postura, lejos de fortalecer al gobierno, incrementa la desconfianza pública y envía un mensaje de complacencia a la clase política, donde los errores no tienen consecuencias reales.

Comparado con administraciones anteriores que realizaban ajustes ante crisis, Boric establece un precedente de resistencia al cambio que afecta tanto la percepción popular como la gobernabilidad.

Con cada día sin cambios, la oportunidad de renovar y corregir el rumbo se desvanece, dejando una administración atrapada en la defensa de sí misma.

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