Luego de nuestra doble derrota en el Mundial de la Justicia, empezó el circo romano en el que los bolivianos echamos a los cristianos a los leones, que somos nosotros mismos. Y no es que no quede claro quiénes son los responsables de ambos fracasos.
“Silala: contundente triunfo de Chile” titula la Segunda, periódico de Chile, mientras que Página Siete de Bolivia titula “Bolivia da la razón a Chile en la corte de la Haya. El Silala es internacional”. Aquí no caben disimulos. El gobierno de Evo Morales y su sucesor actual dieron clara muestra de lo que son. Y esta vez ante los ojos del mundo. Ineptos e irresponsables al querer usar primero el tema marítimo para cosechar aplausos electorales, y subsecuentemente abandonar la cancha, esperando el silbido final, resignados.
Posteriormente, envalentonado por haber llevado a Chile ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ) por el tema del mar, el 23 de marzo de 2016, Morales lanzó la amenaza de repetir la “hazaña” llevando también el Silala a La Haya y prácticamente acusando a Chile de robarnos el agua. Pero guerra anunciada no mata moros, y Chile se adelantó planteando el tema ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Y nos infringió doble paliza.
Lo increíble es que en plena contienda jurídica internacional no solo nos pasamos al lado del adversario, sino que desmovilizamos el “equipo” diplomático boliviano al despedir al 90% de los funcionarios de carrera de la Cancillería, al extremo de ni siquiera convocar de vuelta al Agente diplomático en La Haya que había llevado en la mejor forma posible la denuncia y luego la defensa boliviana ante esos tribunales.
El colmo fue cuando Chile, consciente del daño futuro a las ya malas relaciones con Bolivia, decidió darnos la oportunidad de suspender el partido con la posibilidad de llegar a un acuerdo extrajudicial, retirando el caso de la CIJ. La carta de la Subsecretaria de RREE de Chile dirigida a su homóloga en Bolivia ni siquiera obtuvo un “acuse de recibo” de parte de ésta. El grado de inanición funcionaria era ya total en la Cancillería boliviana.
Pero todo lo anterior ya es historia, una tristísima historia.
Mirando al futuro, el mérito de esta saga es que nos obliga a poner los pies sobre la tierra: reconocer la realidad y llegar al convencimiento de que la política exterior con Chile respecto a nuestra aspiración de reintegración marítima era irreal y equívoca. Los resultados lo confirman.
La animadversión con Chile se reanudó en los 60′ a raíz del desvío de las aguas del Lauca, lo que nos embarcó en una corriente beligerante y de denuncia internacional. Contrariamente a ello, el mejor momento de nuestra relación mutua se logró con el “Abrazo de Charaña” (1975), cuando Chile aislado nos necesitaba, lo que terminó perdiendo eficacia al retornar la democracia a ese país en 1990.
Fue el gobierno democrático del Acuerdo Patriótico, bajo la presidencia de Jaime Paz Zamora (1989-93), que reencaminó la relación con Chile gracias a su prestigio personal y vinculación con la Socialdemocracia Internacional, a la que también pertenecía parte de la coalición de Patricio Aylwin. Desafortunadamente, al ocaso de su mandato, JPZ dio un viraje inesperado y atacó a Chile, desandando todo lo avanzado y habilitando así el retorno a la política agresiva de denuncia, hecho que provocó mi renuncia como su Canciller.
Hoy, ante la realidad post-La Haya, el desafío de Bolivia es rescatar la diplomacia y abandonar la beligerancia, ya casi cómica a estas alturas. El gobierno de Gabriel Boric será más proclive a dar un mejor trato a Bolivia y estará más llano a abrir oportunidades de integración entre ambos países.
Oportunidades evidentes de integración regional entre la minería de Antofagasta y los recursos hídricos de Potosí; y la posibilidad de ampliar nuestra presencia sobre el Pacífico en un arreglo que trascienda la visión tradicional de propiedad y acceda a las modalidades modernas de usufructo compartido.
No hay mal que por bien no venga. Lo primero es asumir la realidad y actuar responsable y visionariamente con cara al futuro, inaugurando una nueva etapa de relación con Chile en base al respeto mutuo e intereses comunes. Con los pies sobre la tierra.
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