-El año pasado escribiste un artículo en la revista Nature, en el que comentabas tu proyecto que trata de descifrar la complejidad de la economía, mediante inteligencia artificial. ¿En qué etapa está esa línea de investigación?
-Formé el Centro de Aprendizaje Colectivo, donde hay diez investigadores asociados. Llevamos 15 años tratando de entender el proceso de desarrollo económico usando herramientas de aprendizaje de máquinas, de inteligencia artificial.
-¿Qué preguntas se hacen?
-Primero, tratar de predecir cómo evolucionan las actividades que están presentes en una economía, cuáles van a ser las actividades que en el futuro van a estar en una región, en un país, a qué destinos van a entrar. Si tienes un mapa de la economía del mundo a gran escala, con mucho detalle, tú puedes preguntar qué productos va a exportar Chile en futuro y a qué países.
-¿Tienes alguna respuesta o dato que puedas dar como ejemplo?
-Lo que validamos son modelos estadísticos. Tenemos varios papers donde establecimos este principio de relatedness que es como una ley geográfica de la economía. Hay ejemplos, pero no se pueden bajar a un nivel anecdótico.
-¿En qué sentido?
-Porque si haces cien predicciones, esperas que de manera aleatoria te salgan cinco buenas. Pero con este algoritmo, logras 30 buenas. Eso es un tremendo enriquecimiento: tienes una probabilidad mucho mayor de acertar cuando usas estos métodos, porque hay un modelo estadístico que te está dando una propensión.
Ahora bien, lo que yo observo en Estados Unidos, por ejemplo, es que en los últimos 18 meses hubo una apreciación brutal de los bienes raíces. Hay un enorme flujo de trabajadores a las grandes ciudades, porque les pagan muy bien, pero no encuentran dónde vivir. Por otro lado las criptomonedas han recibido mucho dinero, pero ¿cuánto de ese dinero fue prestado? Si hay demasiada deuda, te lleva a un riesgo más sistémico. Por último, hay una crisis de valuación de las start ups en el mercado de los venture capitals, fueron sobrevaloradas. Y eso se está secando ahora.
-Otra aérea que has investigado es lo que has llamado la democracia digital.
-Lo que buscamos es pensar en distintas formas de participación que se puedan desarrollar usando medio digitales. Hemos desarrollado plataformas, como Chilecracia, hace casi 3 años, durante el estallido social, después hicimos proyectos similares en otros países como Líbano, Colombia, Georgia.
-¿Cuáles fueron las conclusiones sobre el estallido social?
-El ejercicio principal fue priorizar propuestas de política pública basado en comparación de pares. Hubo más de 100 mil participantes y 7 millones de preferencias. En el primer ciclo se establecieron prioridades como subir las pensiones, aumentar el sueldo mínimo, reducir IVA a los medicamentos; un seguro universal de salud. Buscamos repensar la teoría de la elección social, que nos permita agregar preferencias, desde un punto de vista empírico. La realidad es que la gente entrega información incompleta, con ruido, algunos entregan mucha información, otros menos. Hay que pensar formas de participación que incluyan esta heterogeneidad que existe en la naturaleza.
-¿No ves un riesgo al cuestionar, de cierta forma, la democracia representativa?
-Hoy en día tenemos una democracia bastante limitada: si fuera un sistema de inversiones podrías comprar una acción cada cuatro año. Y tendrías que esperar hasta el siguiente ciclo para invertir de nuevo. Lo que investigamos son formas de participación que tienen un nivel de precisión y frecuencia distintas; las matemática que subyacen a eso, cómo se comportan los datos, cómo se comportan las personas frente a nuevas plataformas.
Pero cuando hablamos de las propiedades axiomáticas, hay una que se llama la tiranía de las mayorías. Entonces tienes que buscar un sistema de representación que sea robusto frente a la tiranía de las mayorías. Para que no pase a llevar a las minorías.
-El año pasado publicaste un libro, How humans judge machines, que salió por MIT Press. ¿Es otra línea de investigación?
-La tercera área que investigo es cómo la gente evalúa o juzga a la inteligencia artificial. Para ese libro hice más de 80 experimentos, comparando como las personas reaccionan a las acciones de un humano o de una máquina. La idea es entender por que las respuestas son distintas.
-A propósito de este proyecto de democracia digital, ¿has seguido a la Convención?
-Muy poco. No podría comentar lo qué está pasando.
-¿Pero lo que ha planteado sobre ciencia y conocimiento, por ejemplo?
-No sé qué se ha conversado.
-En marzo tuvo mucha repercusión una serie de tuits que hiciste sobre tu salida del MIT, después de que no te dieran la titularidad. ¿Qué lecciones sacaste de todo este episodio?
-Uno aprende a entender los grupos sociales de maneras distintas. Los grupos de Harvard, MIT, en los que participé por mucho tiempo, están basados en ideas de prestigio y de marca, que mantienen a las personas bajo un mismo paraguas. Hay un sentido de pertenencia a esa marca.
Cuando vengo a Francia, a un lugar que es pequeño, hay una dinámica de relaciones que es muy distinta, porque no está basada en el gran prestigio de la marca, sino por un sentido de comunidad y de creación en equipo. En MIT y Harvard se trata de mantener un prestigio, que es heredado.
-¿No te dieron una respuesta clara por la decisión? Según comentaste, el presidente de la universidad te dijo que una de las condiciones era ser querido.
-Es difícil, porque cuando estaba en el MIT, desde un punto de vista intelectual, había cosas compatibles con otros colegas, pero desde el punto de vista cultural yo era muy distinto. Entonces, en ese contexto, a mí no se me dieron las afinidades: yo estuve 9 años en el MIT y no tengo un amigo al que llame por teléfono, cuando en todos los trabajos en que he estado he dejado amigos.
-¿Te sentiste discriminado, de alguna forma?
-Sí, pero que uno se sienta así no quiere decir que esa fue la motivación de las otras personas. Me sentí pasado a llevar, sí. Que las otras personas lo hayan hecho con malicia, no puedo decirlo.
-¿Cuál fue la explicación, finalmente?
-No me dieron una respuesta. Básicamente, que era algo a discreción. A pesar de que el sistema se presenta como un modelo de evaluación basado en aplicaciones y formalidades que aseguran que la evaluación sea académica, lo que me dice el presidente de la Universidad de manera más cándida es que al final ese sistema está construido de esa manera, pero se utiliza de una forma que tiene más discreción.
-¿Te hizo repensar el tema de la meritocracia?
-Uno entiende que el mundo sí es sesgado, y la dinámica de las organizaciones y las personas es sumamente compleja, pero la academia se trata de presentar como una institucionalidad que a través de sus procesos trata de evitar ese tipo de comportamiento tan discrecional. Pero eso no es así. La meritocracia no está funcionando en las universidades de elite. Claro que cuando a uno le está yendo bien, le gusta creer que sí.
-¿Esta experiencia te cambió?
-Sí, creo que no hubiera venido a vivir a Europa si no fuera por esa experiencia. Y Europa está mucho mejor que EEUU. No hay bien que por mal no venga. Había estado atrapado en una dinámica de preservar más que de crear. Acá, estoy aprendiendo un nuevo idioma, una nueva cultura, y la calidad de vida es increíblemente mejor: todos los domingos voy al mercado, la ciudad es preciosa, la gente simpática. No creo que me habría atrevido a experimentar una vida en Francia si no hubiera tenido este empujoncito.
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