La posible modificación de la Ley Nº20.370 ha instalado en la agenda pública un importante debate sobre el uso de celulares en las aulas chilenas. A simple vista, este debate enfrenta dos opiniones contrapuestas. Por un lado, están quienes opinan que los celulares deben ser prohibidos en las escuelas porque distraen a los estudiantes y disminuyen notablemente su rendimiento. Por el otro lado, están quienes defienden su uso. En este análisis, probablemente estamos en una posición ubicada más al centro: la prohibición es necesaria, pero también una reflexión profunda sobre el papel que juegan los celulares en las aulas y, sobre todo, en nuestras vidas cotidianas.
Es importante considerar que la propuesta de prohibir los celulares en las aulas se basa en la creencia de que estos dispositivos alteran la concentración de los estudiantes, distrayéndolos y dificultando su aprendizaje. Lo anterior se sustenta en la evidencia que proviene de algunos estudios neurocientíficos que sugieren que los celulares pueden tener consecuencias negativas sobre el cerebro y, por tanto, sobre el proceso de aprendizaje.
Sin embargo, estos estudios también señalan que no son los dispositivos en sí los que generan estos problemas, sino el uso que se les da. Entonces, ¿no será que, en lugar de promover el pensamiento crítico y la resolución de problemas, se están utilizando más para consumir información de manera pasiva o para interactuar socialmente? La percepción documentada de muchos docentes es que aquí radica la clave: el problema no está exclusivamente en la presencia del celular en el aula, sino en cómo se utiliza.
En este punto, es fundamental considerar que el uso de los celulares en el aula está estrechamente vinculado al que los estudiantes hacen de ellos fuera de las aulas. Vivimos en una sociedad basada en la tecnología, donde los celulares ocupan un lugar fundamental al permitirnos acceder a información en tiempo real y realizar tareas complejas. Prohibir su uso en las aulas no impedirá que los estudiantes los utilicen posteriormente en sus vidas, o incluso tan pronto como salgan de clase.
Por tanto, la verdadera cuestión es cómo lograr que lo que ocurre en las aulas les enseñe a nuestros estudiantes a usar los celulares de manera crítica, haciendo que la experiencia educativa sea lo suficientemente relevante para que, en algún momento, no sea necesario prohibir estos dispositivos.
En lo que concierne a lo educativo, deberíamos prohibir el uso de celulares en las aulas solo si lo que hacemos con ellos no aporta un valor significativo en comparación con las actividades que podemos realizar sin ellos. Esto implica, por supuesto, invertir en la formación de docentes que sepan discernir cuándo es adecuado utilizar la tecnología y cuándo no. De este modo, podríamos evitar los problemas asociados al uso de celulares, pero sin dejar de lado el desarrollo de competencias digitales críticas, como la evaluación de la credibilidad de la información en línea, la creación de contenido digital y la comprensión de los riesgos y beneficios asociados a la tecnología.
La solución, por lo tanto, radica en un cambio cultural dentro de nuestras comunidades educativas. Junto con la prohibición, es urgente promover el desarrollo de competencias reflexivas sobre el uso de la tecnología en todos los niveles. Es crucial fomentar conversaciones, especialmente en las aulas, sobre cómo se utiliza la tecnología. A través del diálogo, no sólo los docentes, sino también los padres, pueden estimular una reflexión profunda en los estudiantes acerca del uso de estos dispositivos y las implicancias para su aprendizaje. No se trata de ser expertos en tecnología, sino de formular preguntas que inviten a los jóvenes a reflexionar y desarrollar un uso crítico y consciente de estas herramientas.
Debemos avanzar hacia una transformación profunda de las prácticas educativas y familiares, de manera que la tecnología se convierta en un aliado del aprendizaje, y no en un distractor. Nuestros niños deben aprender sin celulares en las aulas, pero también con ellos cuando sea necesario. Deben saber aprovechar la información disponible y también ignorar lo que no es relevante. En última instancia, si se utilizan celulares, debe ser para mejorar, pero nunca para reemplazar las conexiones humanas que son la base de la enseñanza y el aprendizaje. Prohibir es un primer paso necesario y educar es, siempre, el camino más acertado y esencial.
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— Ex-Ante (@exantecl) August 24, 2024
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