Carmen Hertz: De víctima de una dictadura a justificadora de otra. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista
Crédito: Agencia Uno.

Hertz olvida que ser víctima no es solo una tragedia, sino una responsabilidad, la responsabilidad de evitar que otros sufran el dolor que sufriste, y la responsabilidad de comprender el origen y sentido de tu dolor para superarlo. Obliga al menos a comprender lo que otros sufren y no usar exactamente los mismos argumentos con los que los colaboradores de Pinochet justificaban la tragedia que vivió.


La dictadura chilena encontró su más tenaz enemigo en un grupo de mujeres que, no obstante saber que los tribunales estaban ferozmente controlados por la dictadura, acudieron a ellos para saber el paradero de sus hijos, hermanos, y esposos. Este reclamo, que se hizo dentro de la legalidad del régimen, pero desafiándolo, hizo visible ante el mundo la cotidiana opresión con que los militares (y sus colaboradores civiles) sometían a nuestro pueblo.

Otro tanto hicieron quienes, sabiendo que el régimen se aprontaba para hacer trampa en su propio plebiscito, jugaron con las reglas de Pinochet para dejar, a la vista de todos, los límites de su dictadura. En manos de un hombre de edad que había apoyado el golpe, Don Patricio Aylwin, vencieron y consiguieron la democracia para Chile. Es imposible no ver en Edmundo González un trasunto de Don Patricio y en la María Corina la valentía y la audacia de gente como Carmen Hertz o Lorena Pizarro. Hablo si de una Carmen Hertz y de una Lorena Pizarro que nada tienen que ver con los dos seres de incalificable sectarismo que usurpan su nombre y destrozan su legado día a día en el Congreso Nacional.

El caso de Carmen Hertz es particularmente infamante porque sería difícil decir que carece de inteligencia o conocimientos jurídicos, para no saber que Venezuela es una dictadura rotunda, corrupta y asesina. Una de las peores que ha vivido un continente que no carece de ellas. Lo sabe, y de tarde en tarde no lo niega, pero busca en un sinfín de argumentos voluntariamente capciosos e infamantes, justificar lo injustificable. Lo hace además a golpe de gritos y chillidos, mandando a callar al pobre diputado Schalper, que a esta altura está moralmente mil veces más facultado para hablar de democracia o de derechos humanos que ella.

La cultura de la víctima que emborracha la sociedad contemporánea mira a ésta solo desde el aspecto sentimental. Les hace así el peor servicio, prolongado su calidad de tal. De una manera siempre voyerista se conmueven con la víctima, y se horrorizan ante la “revictimización”, olvidando que dar testimonio de ese dolor no es “revictimizarse” sino justamente superar el estatus de tal y devolverse la condición plena de sujeto que el victimario quiso quitarles. Olvidan sobre todo que ser víctima no es solo una tragedia sino una responsabilidad, la responsabilidad de evitar que otros sufran el dolor que sufriste, y la responsabilidad de comprender el origen y sentido de tu dolor para superarlo.

En el caso de Carmen Hertz, el horror que sufrió la obliga a evitar que otros, que no piensan como ella, pero son humanos igual que ella, pasen por lo mismo que ella. La obliga al menos a comprender lo que otros sufren y no usar exactamente los mismos argumentos con los que los colaboradores de Pinochet justificaban la tragedia que vivió.

Manuel Contreras o Miguel Krassnoff también sentían que estaban salvando el país de la injerencia extranjera. Se sentían ellos también víctimas de la UP. Creían que eso les daba todos los derechos para torturar y acallar de todas las maneras posible a la oposición, que desautorizaban también como interlocutores válidos. Lo que separó esa oposición de esos monstruos que combatían es justamente la conciencia de que se podía ser también uno de ellos si se olvidaban los derechos de la razón. O ¿alguien tiene duda que venido el caso algunos de los que justifican a Maduro podrían con entusiasmo torturar, censurar, y proscribir a quienes piensan distinto a ellos? ¿No tendría el partido comunista, que en tantos lugares del mundo hizo todo eso y más, estar especialmente vigilante ante esa tentación?

A Carmen Hertz, a esta Carmen Hertz y no la que trabajó para casi todos los gobiernos de la concertación, no se le ocurre por un instante que el mal es una tentación que puede enloquecer incluso a los que fueron víctimas de él. Habla y escribe solo para retar, sermonear, señalar con el dedo a otros, sin nunca ofrecer la sombra de una disculpa por los variados dislates, y pataletas, que se han transformado en su marca de fábrica. Manda a callar a otros, pero se olvida callar antes de hablar o al menos pensar, o respirar, antes de exponer al mundo su extraña versión de su lealtad con el gobierno, que se le olvida cada vez que la dejan, que es su gobierno.

El mundo le debe algo y se lo cobra dejando que afloren sus peores instintos en pleno Congreso Nacional, lugar en que justamente debería ser capaz de contenerse en vez de espetar sus barrocos insultos. Imposible es, por cierto, recordarle que la democracia es frágil y que Venezuela, la Venezuela que acogió a tantos exiliados chilenos quebró por culpa de la irresponsabilidad retórica de quienes deberían cuidarla.

Mirar el rostro de los miles y miles de venezolanos que invirtieron el camino del exilio y llegaron a buscar refugio en nuestro país, debería conmoverla si tuviera una empatía de la que hace gala de carecer. Porque al revés de lo que dijo nuestro Presidente, por lo demás impecable en este asunto, la tragedia de Venezuela no es solo un tema de política internacional. 600 mil venezolanos, que pueden ser mañana muchos más, nos recuerdan que esta cruz es nuestra cruz también.

Esa inmigración que habita sobre todos los barrios populares debería preocuparles especialmente a los comunistas que hacían galas hasta ayer de ser el partido del proletariado. ¿No son justamente proletarios esos cientos de venezolanos sin papeles que transportan sándwiches en bicicleta? Y no son proletarios los chilenos que lidian con todos los descontroles de una inmigración incontrolable. Sobre todo eso que afecta de manera urgente a los menos desfavorecidos entre los chilenos, ni una palabra.

En cambio, utilizan todo un vocabulario rico en adjetivos calificativos cuando se trata de explicar cómo el bruto que lleva décadas y décadas gobernando Venezuela, se puede declarar vencedor de una elección en que sus imaginarios cómputos suman 130 por ciento de participación popular.

Desnuda de todo argumento volvemos a ver cómo un símbolo de un combate valiente y necesario, termina por hipotecarlo en nombre de una nostalgia por una revolución que no fue.

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