Los apagones masivos que recientemente afectaron a millones de personas en España, Francia y otros países de Europa nos entregan una señal clara: la transición energética no es solo un desafío ambiental, sino también un reto técnico, económico y político de enormes proporciones.
A menudo, la conversación pública se enfoca en las metas de descarbonización, pero deja en segundo plano un principio elemental: sin seguridad energética, no hay desarrollo posible. Garantizar un suministro eléctrico continuo, estable y confiable es condición básica para cualquier país moderno, y también una exigencia ciudadana. Cuando ese pilar falla —como ocurrió en Europa hace pocos días— lo que queda al descubierto no es solo una red eléctrica frágil, sino también una estrategia energética que subestimó sus propios límites.
Según expertos citados por medios internacionales, uno de los factores clave del apagón fue la creciente penetración de energía solar fotovoltaica sin el debido respaldo. A medida que se retiran tecnologías que brindaban estabilidad al sistema, y se reemplazan por fuentes intermitentes sin almacenamiento suficiente, aumentan los riesgos de desbalances, caídas de frecuencia y desconexiones abruptas.
Chile no está exento de estas tensiones. En los últimos meses, hemos vivido cortes prolongados en regiones del norte y el sur del país, junto con alertas por estrechez en la capacidad del sistema. En paralelo, se siguen retirando centrales termoeléctricas sin contar aún con la infraestructura suficiente para reemplazar esa potencia firme —ni en transmisión, ni en almacenamiento, ni en respaldo.
Esto nos lleva al corazón del llamado trilema energético definido por el World Energy Council: ¿cómo avanzamos hacia una matriz más limpia, sin poner en riesgo la seguridad del suministro ni la asequibilidad de la energía para hogares e industrias?
La respuesta no es simple. Pero una cosa está clara: la confiabilidad del sistema, así como su sostenibilidad y competitividad, deben ser las prioridades de la transición. Y en ese desafío, tal cual lo releva el Plan de Descarbonización (preliminar) recientemente emitido por el Ministerio de Energía, queda cada vez más claro el rol que debe cumplir el gas natural. No como una fuente eterna, pero sí como un habilitador crítico de la transición, que aporta flexibilidad, seguridad y respaldo en momentos de alta exigencia o baja generación renovable.
El objetivo de descarbonizar es compartido por todos los actores de la industria. Pero no podemos confundir velocidad con efectividad. Acelerar sin planificación solo eleva los costos, multiplica las brechas y, en el peor de los casos, deja a millones de personas a oscuras.
La experiencia europea lo demuestra con crudeza: una matriz basada casi exclusivamente en renovables variables, sin respaldo suficiente, puede ser una promesa fallida. La transición energética necesita ambición, pero también realismo. Necesita innovación, pero también estabilidad. Y eso, hoy por hoy, requiere de sistemas que funcionen 24/7, con respaldo firme, flexible y bajo en emisiones.
En Chile tenemos un potencial extraordinario en energías renovables, nadie pretende negarlo, pero aún no hemos resuelto las condiciones habilitantes para desplegarlas a gran escala: los permisos se demoran años, los proyectos de transmisión avanzan con lentitud y el almacenamiento todavía es incipiente. Mientras eso no cambie, el gas natural seguirá siendo esencial para garantizar una transición segura, asequible y sostenible.
El éxito de la transición energética no está garantizado. Dependerá de cómo gestionemos sus riesgos y fortalezcamos sus bases. Y eso exige una mirada técnica, seria y pragmática.
Apagón masivo: Informe final del Coordinador revela cadena de graves errores de ISA Interchile y de Transelec.https://t.co/QEQL5Txf9N
— Ex-Ante (@exantecl) March 19, 2025
En un ambiente preelectoral, entender y sobre todo dimensionar adecuadamente los verdaderos problemas que el país enfrenta es fundamental. Si no hacemos un buen diagnóstico, nunca encontraremos la solución.
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