Algo es algo: Nostalgia de carretera

Por Juan Diego Santa Cruz, cronista gastronómico y fotógrafo

Es importante recordar que ni a palos todo tiempo pasado fue mejor, porque a veces los automovilistas de la flaca carretera chocaban un poquito de frente, por ejemplo. En todo caso, todavía quedan lugares para los que nos vamos poniendo nostálgicos. Algo es algo.


En todo el mundo es difícil encontrar buena comida al costado de la carretera. Ahora manejamos autos rápidos que no fallan y que andan cientos de kilómetros con mucho menos bencina que antes. Para los que preferimos hacer los viajes largos concentrados como piloto de regularidad, basta acompañarse de unos buenos sandwich de carne y así llegar cuanto antes a destino. Pero últimamente me he unido a la familia Miranda y hasta me he detenido a contemplar el camino, y con un poco de suerte, hasta se puede comer un buen plato.

La idea de comer bien en la carretera es pura nostalgia y a los niños de hoy no se les ocurre que las opciones de comida caminera puedan ser diferentes a los que ofrecen los restaurantes de bomba de bencina, que cada vez son más grandes y que podrían estar en cualquier parte de Chile o de otro país en vías de subdesarrollo. Comer en la carretera a la altura de La Calera o en Osorno es básicamente igual, o como se dice hace algún tiempo, la experiencia es la misma.

La experiencia puede incluir olor a mopa, café aguado, asientos duros para que sea imposible transferirle algo de calor al próximo cliente e invariablemente, hamburguesas tristes. Los empleados no están para meterle conversa a los clientes y la oferta es parejamente mediocre. No queda otra que rellenarse de comida con el mismo cariño con el que se le rellenan de aire las ruedas al auto. Son lugares impersonales como peaje caminero.

Me imagino que los mayores se acordarán de más de algún lugar donde se podía parar en su destino frecuente. Yo me acuerdo del restaurant que estaba en la Copec antes del peaje de Llay-Llay. Afuera estaba el nombre del dueño, don Raul Vergara Laso, creo, que en su restaurant de mesas y sillas de cuero verde tenía varias jaulas de canarios. Se comía cazuela. Creo que yo comía sandwich de jamón en hallulla. Era la época en que había orgullo de tener un local atendido por su propio dueño.

Hoy en día, antes del enigma extraterrestre de Thermas International, en el kilómetro 45, está la Posada la Trampilla. Por 10 lucas uno sale contentísimo. Yo por ejemplo me comí un caldo de pata que tenía tanto colágeno que me arregló las articulaciones por varios años. Después me sirvieron cabrito con papas mayo y vi el futuro con claridad. Lo vi como esa vez que paré en Talinay y se me apareció una luz azul y amarilla en medio de la carretera. Era el mismísimo diablo vestido de blanco entero como el Chino Ríos novio, maletín en mano y dentadura de oro. Me recomendó comerme un brasilero. Un brasilero es un luco palta.

Le hice caso al coludo en uno de los carros que había a la altura del bypass de Rancagua. Pero volví esta semana a comerme otro y se los habían llevado al corral por asuntos de burócratas y su amor al papelito timbrado. No eran tan buenos pero sí alegres y también atendidos por sus propios dueños. También servían completos, churrascos y bebidas con azúcar. Las colorinches luces led que iluminaban los carros y la autopista las apagó la autoridad que, so pretexto de evitar accidentes que nunca habían ocurrido, matan el color local.

Antes los restaurantes a la vera del camino se beneficiaban de contar simultáneamente con los clientes que iban al sur o al norte, porque la carretera tenía una sola vía por lado. Bastaba con señalizar o aventurar una maniobra peligrosa y se llegaba a la picada o restaurant de la bomba, que tenía mesas con mantel y servicio a la mesa. Hicieron la doble vía y junto con desplazar hasta a las animitas, los ingenieros terminaron con locales que atendían desde que la Panamericana era de tierra. Sin embargo, es importante recordar que ni a palos todo tiempo pasado fue mejor, porque a veces los automovilistas de la flaca carretera chocaban un poquito de frente, por ejemplo. En todo caso, todavía quedan lugares para los que nos vamos poniendo nostálgicos. Algo es algo.

Receta para el domingo

Puerros con vinagreta, huevos y alcaparras

  • Para 4 personas

Esta entrada aprovecha lo lindo que están los puerros en esta primavera. Queda muy bien con una tostada al lado. No se lo recomiendo para un almuerzo antes de partir un viaje por la carretera. Es para un plácido domingo.

Ingredientes:

  • 6 a 8 puerros medianos

  • 200 ml de vino blanco seco

  • 300 ml de agua

  • 8 granos de pimienta

  • 4 ramas de tomillo

  • 3 hojas de laurel

Para el aliño:

  • 1 1/2 cucharada de mostaza dijon

  • 1 cucharada de crema

  • sal y pimienta

  • 1 cucharada de vinagre de vino tinto

  • 80 ml de aceite de oliva extra virgen

  • 2 huevos duros

  • 1 cucharada de alcaparras

  • 1/2 taza de perejil picado

Lave bien los puerros y córtelos por la mitad. Ponga el agua y el vino en una olla donde quepan los puerros y agregue la pimienta entera, el tomillo y las hojas de laurel. Caliente el líquido hasta que hierva y luego ponga el fuego bajo. Agregue los puerros por unos diez minutos o hasta que se puedan atravesar con un tenedor.

Por mientras haga el aliño. En un bol mediano ponga la mostaza y la crema, también sal y pimienta y revuelva muy bien. Agregue el vinagre y siga revolviendo. A continuación agregue lentamente el aceite de oliva, en un pequeño chorro constante hasta que se emulsione la mezcla. Deje reposar unos 5 minutos al menos. Muela los huevos duros con un tenedor y reserve.

Una vez que los puerros estén listos sáquelos de la olla y déjelos estilar sobre paños de cocina o toallas de papel. Luego ponga los puerros en una fuente y sobre ellos la mitad del aliño. A continuación ponga también encima, el huevo molido y las alcaparras. Finalmente agregue el resto de la vinagreta, un poco de pimienta recién molida y el perejil picado. Sirva de inmediato y ¡A gozar!

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