Parado al lado de una parrilla dieciochera escuché a unos extraños reflexionar sobre la vida extraterrestre. Quizá de tantas películas de marcianos que hemos visto los chilenos nos la pasamos avistando ovnis. Siendo el universo tan, pero tan grande, no podemos evitar creer que seguramente se cuecen habas en otros lugares y como somos acomplejados, nunca imaginamos a los marcianos como un montón de idiotas a los que conquistaremos, sino por el contrario, suelen ser cabezones que, rayo láser en mano, nos someterán al primer intento. Al menos eso decía el parrillero. Y aseguraba que sería pronto.
Es extremadamente improbable que no hayan otros habitantes en el universo, pero es igual de improbable que exista vida en otra parte. Quizá la vida sea sólo posible aquí por las rarísimas condiciones que tiene nuestro planeta, el Talagante del Universo. Las dos alternativas son impresionantes pero no responderán a las eternas preguntas: ¿de donde venimos? y ¿hacia donde vamos?, interrogantes que también esbozó el parrillero.
Yo creo que es mejor no hacerse tamañas preguntas sin antes descifrar qué es ser chileno y hacia donde vamos. Porque, afírmate Juan, de la misma forma que los parrilleros auguraban la pronta conquista del planeta por fuerzas extraterrestres, yo me atrevo a vaticinar que el debate que se viene en unos años sobre qué significa ser chileno, se viene más enredado que una tira de ajos. Se lo digo con confianza porque la comida siempre lleva la delantera en la transformaciones sociales. Siga leyendo por favor.
Algo acalorado por las brasas, abrumado por la profunda filosofía parrillera y deseoso de dar respuesta a las colosales interrogantes partí a recorrer un par de complejos de fondas semi-rurales oficiales, unos verdaderos food court de la chilenidad y sus permisos sanitarios. Mi recorrido, lleno de esperanza, partió en búsqueda de las mejores empanadas y prietas pero se transformó de sopetón en un recorrido etnogastronómico.
Encontré rápidamente hand rolls, cheladas que ya no son micheladas, mojitos, hamburguesas con queso y aros de cebolla fritos que plagaban las fondas. También habían chorrillanas, salchipapas y pechugas de pollo deshuesadas. Finalmente se podían encontrar platos más clásicos como anticuchos y choripanes. Todo esto regado, no con vino ni piscola, sino por las más variadas cervezas artesanales que, en la opinión del hombre que llenaba los vasos, eran tan buenas que eran “como de otro país”.
Eso sí, lo que más había en las fondas eran parrillas, pero ya no destaca el tambor de 200 litros partido por la mitad con las buenas longanizas y palancas. Ahora las parrillas son de varios pisos con encatrados para colgar costillares y verduras que se asan muy lento, porque para que apurarse si se parrilla todo el día en un ambiente texmex con olor a Harley Davidson y música country.
Tal vez, lo más chileno que vi fue un puesto de maní que en vez de llamarse Nuts & Nuts se llamaba Nust & Nust, aunque si de chilenidad se trata, no hay grupo con más sentido de pertenencia que los parrilleros. Eso sí, ya no es el guatón transpirando al calor de las brasas sino que ahora la carne la asan hombres premunidos de machetes que con sus guantes negros de vinilo y anteojos oscuros parecen listos para cometer un asesinato. Por alguna razón, misteriosa para mi, el parrillero identifica a su hobby como lo más chileno de lo chileno. Me dejaron claro que superan en chilenidad al huaso, a la impuntualidad y a la cueca chora.
Lo más particular que los parrilleros estaban muy orgullosos de una creación llamada kabak, unas especies de albóndigas con perejil y un poco de ajo que son alargadas y montadas en brochetas. (Me aclaró un parrillero esdrujulador que se decía kábak y no kabák). También me aseguraron que será lo que más comeremos los chilenos. Yo no puedo decirle de donde viene esa preparación parecida a un kofta persa, pero sin el gusto. Era como de otro país, como de Honduras o Filipinas. No tengo idea de donde viene, ni para donde va. Tal vez es lo más chileno que jamás haya existido. Algo es algo.
Se viene la primavera, tal vez la mejor época del año así que ahora es momento de disfrutar lo mejor que ofrece: los espárragos. Puede cocerlos o hacerlos a la parrilla que quedan muy ricos. Acompañados de mayonesa o salsa holandesa son insuperables. Eso sí, no es la única manera de comerlos. Mezclados con arvejas sobre una pasta son deliciosos.
Ingredientes:
6 a 7 espárragos grandes (250 grs) sin las parte dura
2 cucharadas de mantequilla
1/2 cebolla pluma muy delgada
1 taza de arvejas
1 diente de ajo, picado
1/2 taza de crema a temperatura ambiente
400 grs de pasta fresca (la seca también sirve)
2/3 taza de queso parmesano rallado
3 cucharadas de perejil picado
Sal y pimienta
Caliente agua en una olla para la pasta. Por mientras hierve, corte los espárragos en trozos de medio centímetro (las puntas déjelas enteras). En un sartén grande derrita la mantequilla y saltee la cebolla y los espárragos hasta que estén casi tiernos, unos 3 minutos. Luego agregue las arvejas y cocine un par de minutos más. A continuación agregue el ajo y cocine por un minuto más. Finalmente agregue la crema y cocine por otro minuto más. Retire el sartén del fuego y agregue sal y pimienta. Reserve.
Ponga la pasta en el agua hirviendo (un par de minutos para la pasta fresca) y cuando esté al dente cuélela y póngala en on bol. Agregue la salsa, el queso parmesano y el perejil. Revuelva y sirva de inmediato ¡A gozar!
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