-¿Cuál es el propósito de esta obra y cuáles son sus conclusiones generales?
-Me propuse compilar escritos míos (conferencias, reseñas, columnas, presentación de libros) abarcando treinta años de trabajo interpretativo sobre cinco ejes: 1. La complejidad de la historia; 2. Historia y memoria; 3. Élites; 4. La Historia de Chile en panorámica; y, 5. Historiografía. La atención principal se focaliza en los siglos XIX y XX, menos sobre la Colonia.
Sostengo que carecemos de conciencia histórica. No sabemos cómo hemos llegado a vivir en un mundo y país sin sentido. Que ello se debe a revoluciones anti-políticas que vienen de 1964, 1970 y 1973, conforme tendencias mundiales.La de la dictadura y el neoliberalismo, la más exitosa, todavía gravitante. Que estas tres arremetidas han intentado negar brutalmente la historia tradicional más política, pluralista, antiautoritaria, parlamentarista, desconfiada de un Estado poderoso, columna vertebral que dura desde la Independencia hasta 1920-25. Que el fin de la élite tradicional hacendal, oligárquica y modernizante no ha traído un liderazgo equivalente de reemplazo.
Por eso estamos más expuestos ahora a populismos de izquierda y derecha ultristas que agudizan las contradicciones. También hago análisis teóricos en que echo de menos el valor de la historia en Chile, cada vez más disminuida, sustituida por sesgos científicos sociales dudosos.
– Uno de los ejes es la idea, tomada de Henry James, de que la perplejidad no ayuda a contar nuestra historia. ¿Eso lo ves en la transición?
-Vengo sosteniendo desde El Chile Perplejo, también aquí, que la perplejidad paralogiza a quienes miramos cómo se nos gobierna. Porque campean la falta de convicciones, y zigzagueos pragmáticos desde la DC el 64 hasta Boric hoy. Y eso que quienes se autotraicionan tuvieron alguna vez ideales fuertes. Pasó con la izquierda y derecha de los 60, 70 y 80.
Cuando llega la transición se chaquetean. La izquierda porque se les desmoronó el socialismo y comunismo en 1989, aunque venían fracasando desde 1968 en Europa y EEUU, y desde 1973 en Chile. Lo llamaron “consenso” y fue transversal. Se estancaron, no se renovaron generacionalmente y aun cuando se aprovecharon del crecimiento económico permitieron que surgieran los movimientos estudiantiles y minorías el 2011.
Estos progresistas cada vez más empoderados, soberbios, sin experiencia política, una vez en el poder con Boric y la Convención, han resultado ser igual o más corruptos que el concertacionismo transversal de centro izquierda y derecha. Pero, los líos son tan de grupos radicalizados como del centrismo mainstream. La Concertación aceptando el neoliberalismo, la derecha y su lobbismo plutocrático, cuoteándose. Cuando ellos relatan la historia lo hacen acríticamente, estancan e impiden avanzar, profundizando nuestra perplejidad y confusión.
-Al mismo tiempo, observas esa tendencia en la izquierda que sigue sin someter a Allende a un juicio riguroso. ¿Te sorprende que un 30% siga defendiendo a la UP, como dices en el libro?
-Para nada me sorprende. Tiempo atrás leí en un guion de la página web de la Biblioteca del Congreso en que se afirmaba que “el Golpe provocó la muerte del Presidente Allende”. Así de tosco e intencionalmente tendencioso sin referencia a una derrota auto inferida y suicidio. ¿No fue ahí donde trabajaba Matías Meza-Lopehandía antes de entrar a La Moneda?
A lo que voy es que los líderes de ese 30% hace rato se tomaron las universidades públicas en especial la Universidad de Chile, el funcionamiento del Congreso, la enseñanza de la historia en liceos, el curriculum nacional, y ahora último cuánta repartición estatal donde han metido su gente. Por eso que el peso de ese 30% es infinitamente mayor que el número de potenciales votantes en encuestas. Las que se encargan de recordarnos que es un sector impermeable y potente. ¿A su vez cuán coludidas están esas encuestas con el progresismo sociológico? Frenteamplistas han trabajado en el CEP. No seamos ingenuos.
–Es muy atractiva la manera en que analizas a los historiadores del siglo XX. En un texto dices que Alberto Edwards es la figura mayor, pero dedicas varias páginas a Encina, cuya egolatría, afirmas, no tenía límites. ¿Cómo estos autores modifican nuestra visión nacional y dan pábulo a la idea de Chile como país de historiadores? ¿Es un mito?
-En este libro, La historia en disputa, más que en anteriores, en parte por textos inéditos, y porque me he vuelto más conservador, soy muy duro con la historiografía liberal decimonónica que llega agotada al siglo XX. Se volvieron archivísticos y dejaron de ser historiadores estimulantes (desde Barros Arana y Feliu Cruz a Villalobos, Serrano, Jaksic y Sagredo entre otros, para qué decir los que hacen Fondecyt y escriben papers).
Por eso triunfa en el XX la historiografía de Edwards, Encina, Eyzaguirre y Góngora. Todos historiadores que admiro mucho aun cuando no estoy de acuerdo con ellos. Porque son ensayistas, escriben muy bien, aun cuando son proto-fascistas, autoritarios, nacionalistas y proveyeron las justificaciones del Golpe militar.
Me gusta discutir con ellos al igual que con Gabriel Salazar en el polo opuesto de izquierda. Son óptimos contendores, gente que respeto y admiro. Ellos mismos no son ningún mito aunque sí crean mitos falsos (el estado portaliano por ejemplo). También es un mito en Chile que hay muchos historiadores. Los puede haber pero no tan buenos, por tanto no cuentan, y menos que grandes poetas con ojo histórico. Ercilla y Alonso Ovalle, también Vicuña Mackenna son mis principales modelos.
-Criticas duramente el devenir político tanto de la post Concertación como de la centroderecha. Lo ejemplificas en los 16 años de Bachelet y Piñera.
-Esa fórmula capicúa en que Bachelet y Piñera se turnan durante 16 años fue dañina. La política en tanto negociación se empantanó, aun cuando Bachelet igual arremetió volviéndose cada vez más radicalizada. Piñera nunca fue de derecha pura. Era demócratacristiano y especulador, venía ganando plata desde la dictadura. Siempre jugó para un lado y otro. La pandemia evitó que lo sacaran cascando de La Moneda y, pecado imperdonable, salvó su pellejo regalándoles la actual Constitución que ya no vale nada.
Ambos permitieron que surgiera el frenteamplismo, y coquetearon con ese fenómeno generacional. Son años en que el país, empatado, se dedicó a farrearse su futuro, giraron en contra de la bonanza, permitieron la plutocracia y tecnocracia actual pragmática sin imaginación. 16 años perdidos.
-Finalmente, con la caída de la Torres Gemelas, el estallido social, los fenómenos de Trump y Milei. ¿Eres pesimista sobre nuestro futuro? ¿Están los candidatos presidenciales a la altura del desafío?
-En La historia en disputa insisto mucho, siguiendo a Tocqueville, que hay que mirar los fenómenos en términos de larga duración. Por eso le doy mucha relevancia al fin de la Postguerra, un período que desmintió durante veinte a treinta años que el siglo XX fuera horroroso. No lo fue entre 1945 y principios de los 70. Los líos comenzaron en los 60. La izquierda y nuevas generaciones (Nueva Izquierda) se radicalizaron en Europa, EEUU y América Latina, y fueron derrotadas. Aunque venció un derechismo reaccionario no menos revolucionario –el neoliberalismo— sin sustitutos, pero que se ha estado degenerando y es desalmado.
Este escenario es de por sí pesimista sin tener que ser uno pesimista o pretender auscultar el futuro. Soy historiador, no un pitoniso, pero sé que lo que viene siendo seguirá siendo en una sociedad como Chile, un tanto anacrónica, que cambia menos de lo que uno cree. De modo de que no sirve fijarse en la coyuntura contingente. En cuanto a las elecciones presidenciales, lo que hace falta son élites y cuadros serios, competentes. Tenemos los bueyes que tenemos. Es más, ya tuvimos a Boric. Cualquiera puede ser presidente en Chile.
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