En estos días, se discute en EE.UU. sobre la posibilidad de que, detrás del comportamiento atrabiliario de Donald Trump, exista un cuadro clínico. En sus actuaciones diarias, sobresalen las afirmaciones absurdas, la tendencia a falsear la realidad y el convencimiento de que su poder no tiene límites. La pregunta es ineludible: ¿qué pasa en su cabeza? Numerosos siquiatras y sicólogos estadounidenses han identificado marcados signos de trastorno narcisista y deterioro cognitivo.
La preocupación ya se había planteado durante su primer gobierno. En octubre de 2017, se publicó el libro “The dangerous case of Donald Trump”, en el cual 27 siquiatras y expertos en salud mental, encabezados por el Dr. Bandy Lee, advirtieron sobre los peligros que corría EE.UU. con Trump en la Presidencia. Un estudioso de los criterios con que se evalúa la peligrosidad de los criminales violentos, sostenía entonces: “Trump es ahora el jefe de Estado más poderoso del mundo, y uno de los más impulsivos, arrogantes, ignorantes, desorganizados, caóticos, nihilistas, contradictorios, engreídos y egoístas”.
En el libro, los autores se preguntaban si era válido que los profesionales de la salud advirtieran y denunciaran públicamente un caso como el de Trump, y su conclusión era que tenían el deber de hacerlo, puesto que las consecuencias de callar podían ser catastróficas.
La situación de hoy es mucho peor. Trump, que cumplirá 79 años en junio, se exalta a sí mismo a cada paso. En una reciente entrevista concedida a The Atlantic, dijo: “Yo dirijo el país y el mundo”. En el acto efectuado en Michigan para celebrar sus primeros 100 días de gobierno, Trump describió una gestión colmada de éxitos. La verdad es otra: al evaluar sus 100 días, las encuestas muestran que es el mandatario estadounidense peor evaluado en los últimos 70 años.
Un analista de la TV dijo recientemente que el problema no es únicamente que Trump mienta cada día, sino que no tiene conciencia de que miente. En otras palabras, vive en una especie de realidad alternativa, dentro de la cual su mente gira en torno a ciertas ideas fijas y fobias. No ve, por ejemplo, los daños que la guerra comercial está provocando a los propios estadounidenses.
Que el líder de la nación más poderosa del planeta, comandante en jefe de sus fuerzas armadas, responsable del mayor arsenal nuclear existente, sea un hombre que muestra señales de desquiciamiento es un asunto inquietante para el mundo entero y plantea, por lo tanto, un inmenso reto a la democracia norteamericana.
En el Partido Republicano, que controla el Congreso, predomina hasta ahora una actitud indolente, pero puede llegar el momento en el que no se pueda eludir la aplicación de la vigesimoquinta enmienda a la Constitución, que establece que el presidente debe ser sustituido cuando se demuestra que es incapaz de cumplir con las obligaciones del cargo.
Todo esto obliga a considerar nuestras propias circunstancias. Las normas constitucionales de Chile, que no difieren esencialmente de las que existen en otras democracias, no incluyen la posibilidad de establecer resguardos en el sensible terreno de la salud mental de quienes aspiran a ocupar la Presidencia. O sea, puede llegar a gobernar una persona que, por ejemplo, no pasaría los controles establecidos en una empresa para nombrar al gerente general.
Al final, el asunto queda entregado al mayor o menor sentido republicano con que actúen los promotores de un candidato. Si hacen la vista gorda sobre sus limitaciones físicas o mentales, o respecto de sus trapos sucios, y priorizan las conveniencias partidarias, puede pasar cualquier cosa. Los ciudadanos no tienen cómo saber si el candidato que les proponen está enfermo, tiene alguna adicción o no está sicológicamente habilitado para ejercer la Presidencia. Y ya sabemos que el márketing electoral puede vender cualquier producto.
La historia muestra que, consagrados por el voto popular, llegaron a gobernar sujetos que fueron determinantes en la consumación de inmensas tragedias, sicópatas de variada especie, megalómanos con habilidades oratorias, mitómanos sin brújula ética, en fin, representantes de las múltiples variantes del extravío humano. Es indiscutible que la democracia puede ser socavada desde dentro, por lo cual, corresponde elevar las exigencias para ocupar la jefatura del Estado. No es una fatalidad que tengamos que conformarnos con poco.
La supervivencia del régimen de libertades depende en gran medida de la calidad moral e intelectual de los líderes, de su sentido de la realidad, de su templanza. Sin embargo, no existe una fórmula garantizada para reducir el riesgo de que llegue al poder una persona peligrosa para todos. Estamos viendo que incluso una democracia tan antigua como la de EE.UU. puede ser llevada en poco tiempo al borde del despeñadero.
Necesitamos sacar lecciones que nos sirvan para fortalecer la democracia en Chile. Respecto de los postulantes a la Presidencia, se justificaría establecer un conjunto de exámenes médicos que despejen la cuestión de si poseen una salud compatible con el cargo. Es lo mínimo que puede pedirse. Las demás exigencias debemos ponerlas los ciudadanos, para evitar que nos pasen gato por liebre.
La caída de Trump en sus primeros 100 días de mandato, según The Washington Post.https://t.co/Sy40DCkSHN
— Ex-Ante (@exantecl) April 30, 2025
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