Agosto 13, 2022

Perfil: Guillermo Teillier, el hombre triste. Por Rafael Gumucio

Columnista y escritor
Crédito: Agencia Uno.

Teillier terminó en este intento por romper quizás con la tradición más respetable del comunismo criollo: que algo que se pactó no puede romperse sin aviso previo. Mucho menos delante de la prensa. Los comunistas han sido muchas cosas, pero como los UDI, siempre se supo que su palabra era su palabra. Por unos votos que ya perdieron, Guillermo Teillier acaba de quebrar con esa respetable fama. Lo ha hecho a cambio del cariño de una calle que hace años que no le pertenece.


Me es imposible no pensar, cuando veo a Guillermo Teillier en su primo, el poeta Jorge Teillier. No se parecen nada físicamente: Jorge era delgado, bien parecido a pesar de los estragos del alcohol que consumió en alta y cotidiana dosis hasta el fin de su vida. Guillermo Teillier no tiene nada del ligero aspecto de escolar francés extraviado del poeta, pero en los dos está toda la tristeza del sur, el humo que transpira las casas, y los perros negros que se miran en las pozas de agua en Lautaro en el caso de Jorge, en Santa Bárbara en el caso de Guillermo.

​A Teillier, Jorge como a Teillier, Guillermo, no le es fácil sonreír. Cuando lo hace uno solo ve dolor en su sonrisa o en el caso de Guillermo una temible dureza que da más miedo que confianza. Hasta ahí las semejanzas, porque nada tiene menos poesía que las declaraciones del exprofesor de castellano Guillermo Teillier. Si su primo Jorge hizo su poesía desde la incerteza y la melancolía, su primo Guillermo parece no haber dudado nunca de nada. Como hábil político ha llegado a defender lo contrario de lo que defendía hace cinco minutos, pero está tan convencido de lo que dijo hace cinco minutos que de lo que dice cinco minutos después. La ambigüedad no es lo suyo, ni menos la sutileza.

En sustancia siempre es, ha sido, y será comunista en la variante chilena del comunismo. “Triste como caballo” decía Lira Massi de los comunistas de los años sesenta.

Teillier es el cuadro ideal, obediente, puntual, disciplinado, el único rasgo de imaginación que se le conoce fue hacerse llamar Sebastián Larraín cuando estaba clandestino. Fue uno de los dirigente del FPMR. En razón de ese seudónimo los servicios de seguridad lo llamaban “El Príncipe”.

​La clandestinidad y sus rigores explican en gran parte por qué este hombre sin demasiado carisma, ni envergadura ideológica dirija con mano de hierro hace décadas el partido de Neruda y la Violeta Parra. Porque aunque comparte la austeridad de Luis Corvalán, Teillier no tiene nada de su empatía. Lejos, muy lejos esta de la brillantez intelectual de Volodia Teitelboim y la arrasadora pasión y valentía siempre seductora de Gladys Marín, que es sin embargo, la mayor culpable del extravío en que los comunistas chilenos navegan desde que ella defenestró a todos los que dudaban de su liderazgo de indudable valor moral, pero de escasa perspicacia política.

El Partido Comunista podría vender sus análisis de contingencia. Basta hacer todo lo contrario de lo que ellos dicen para acertar. Siempre en contra de lo que terminan por aceptar con entusiasmo tardío, el plebiscito del 88, como el del 2020, el acuerdo del 2019 y el de ahora mismo. Siempre al revés de la historia, no solo de la de Chile, sino de su propia historia, la del partido que en la Unidad Popular buscó desesperadamente el acuerdo con el centro. El que intentó siempre unir a las fuerzas de izquierda en vez de satisfacerse en la masturbación de su propia consecuencia.

​Duele decirlo, pero el abandono de la tesis de acumulación de fuerzas democráticas del PC es la gran victoria de Pinochet. La represión especialmente cruel de la dictadura se concentró en impedir que los comunistas volvieran a poder negociar con la DC, o que la izquierda pudiera ampliarse hacia el centro. No en vano fueron Leighton, Prat y Letelier los que fuera de Chile fueron las víctimas de las bombas y las balas cuando estaban a punto de conseguir algo parecido a lo que, demasiado tarde, se llamó la Nueva Mayoría.

Al Partido Comunista le desaparecieron comisiones políticas enteras para evitar ese pacto que hubiera ahorrado tanta sangre. De la desesperación de los cuadros más lúcidos del partido nació el Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Porque cualquier análisis leninista más o menos frío habría entendido que una guerra de guerrilla urbana contra el ejército de Pinochet tenía nula posibilidad de éxito. Pero el frío leninismo se había, en medio del dolor, extinguido completamente.

Empezó a reinar entre los comunistas un voluntarismo adolescente que tampoco Marx hubiera perdonado jamás. Lograron que el MIR pareciera razonable mientras perdían de una sola vez el armamento que audazmente internaron por Carrizal Bajo. Su mala puntería política se hizo gráfica cuando con bazuca y todo no lograron apuntarle al auto del dictador.

​Guillermo Teillier estuvo en el centro de estas y otras operaciones. Su perfecta cara de póker, su falta de cualquier sentimentalismo lo hacía perfecto para las tareas de la clandestinidad. Compartimentado por esencia, chequeado y contra chequeado de nacimiento, fue el rostro del partido entre los jóvenes más o menos salvajes que formaban el núcleo duro del Frente.

No logró del todo calmarlos ni encuadrarlos tampoco (formaron una versión autónoma de legendaria y desafortunada existencia). El fracaso de Teillier no pesó sin embargo, dentro de un partido que premia ante todo y sobre todo la lealtad. Cayó el muro, llegó Chávez. De ser una gran locomotora de la izquierda, el PC se convirtió en el vagón de cola de todas las minorías minoritarias. Terminó por votar por un cura de escasas luces y depender del humor cambiante de los seguidores de Silo.

​Muchos se fueron. Teillier se quedó y vio como esa nueva radicalidad conseguía sus frutos. El Partido Comunista no era ya el partido del proletariado, pero incorporaba en sus filas a estudiantes de clase media cada vez más alta. Gente como Camila Vallejo, Bárbara Sepúlveda o Karol Cariola que en el comunismo de ayer habrían tenido que rendir cuenta de su “belleza capitalista” ante el comité central, se convirtieron en símbolo de un nueva manera de ser comunista. Una manera a la que pertenece, por desgracia para el partido, Daniel Jadue, un fundamentalista en búsqueda de fundamento, un fanático que no ha encontrado otro dios que el mismo.

​Guillermo Teillier sirve de puente entonces entre la vieja manera de ser comunista, seria, gris, aburrida pero consistente, y la nueva, más fashion, inesperada y octubrista. Con la Nueva Mayoría intentó devolver al partido a su tradición, pero los desengaños fueron más fuertes y la alianza no perseveró. De un modo finalmente triste, el Partido Comunista pensó que el 18 de Octubre era su fiesta de los abrazos, en circunstancia que nadie los invitó a ella. Al revés, cada vez que pudieron, los expulsaron de la primera, la segunda y la ultima línea. Su intento de ser la voz del wokismo nacional no funca por ninguna parte. Por lo demás ¿Qué tienes que hacer el bigote encanecido de Guillermo Teillier en el feminismo animalista, la ecología profunda o las cosmovisiones ancestrales?

En el intento de entender nuevos tiempos, que son muy antiguos, ha roto con sus alianzas naturales y las otras posibles también. Terminó en este intento por romper quizás con la tradición más respetable del comunismo criollo: que algo que se pactó no puede romperse sin aviso previo. Mucho menos delante de la prensa. Los comunistas han sido muchas cosas, pero como los UDI, siempre se supo que su palabra era su palabra. Por unos votos que ya perdieron, Guillermo Teillier acaba de quebrar con esa respetable fama. Lo ha hecho a cambio del cariño de una calle que hace años que no le pertenece.

Guillermo Teillier, el hombre triste, es en este baile constitucional, el triste funcionario que paga los tragos de todos y no se queda al final de la fiesta bailando con nadie.

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