Diciembre 19, 2021

Escenarios del día después: Boric y la medida de lo posible si resulta electo. Por Camilo Feres

Camilo Feres, Director de Estudios Sociales y Políticas de Azerta

La verdadera pregunta que se hacen los mercados, los cautos y los desconfiados no es si la generación de Boric cree en lo que creían sus antepasados, sino si serán capaces, como sus predecesores de la Concertación lo fueron, de comprender los límites de su fe. Si resulta electo, Boric tendrá que definir cuál es, para él, la “medida de lo posible” y construir una coalición que lo acompañe para lograr ese cometido. 

Se ha puesto especial énfasis en lo antagónico de los proyectos en disputa para explicar la gran incertidumbre que esta elección genera. Pero si la distancia programática entre los candidatos fuera el único factor -o siquiera el más determinante-, la incesante carrera hacia la moderación que han librado entre la primera y segunda vuelta debería haber calmado a los analistas, a los electores y a los inquietos mercados. Y no ha sido así.

Y es que lo realmente incierto no es qué piensa cada candidato y sus cercanos respecto de los temas públicos, la política y la economía, sino cómo compatibilizarán esas visiones -que puestas como oferta no consiguieron la adhesión suficiente- con la construcción de una coalición gobernante para los convulsos tiempos que corren.

La pregunta, entonces, no se resuelve con un anuncio en materia económica, con la firma de un compromiso democrático o con el nombramiento de uno o más garantes en puestos clave. La pregunta sobre la gobernabilidad es profundamente política y se expresa en la cuestión de con quienes gobernar y para qué. A este respecto, hasta ahora, hay más dudas que certezas.

Mirados en el ciclo largo, ambos candidatos están encarnando una fuerza de cambio que los excede. La demanda por el reemplazo de la generación de la transición, de sus partidos y sus lógicas, ha tenido diversas manifestaciones y momentos, pero, en términos agregados, no ha dejado de avanzar. Y hoy, cuando sus rostros han pasado inapelablemente al retiro y sus partidos y coaliciones ensayan piruetas para hacer más digna su adhesión a las fuerzas de relevo, la pregunta por cómo y con quiénes se llenará ese vacío es sin duda la más gravitante.

La respuesta a esta interrogante es probablemente más compleja -y por lo mismo más interesante- si contesta el más probable ganador de este domingo: Gabriel Boric.

El candidato del Apruebo Dignidad representa de manera cabal el carácter generacional del relevo político al que asistimos y la coalición que viene a reemplazar es la que en, en su momento, debió disipar temores y dudas como las que hoy les imputan a ellos. Bachelet en un momento de gloria los llamó “nuestros hijos” y tal vez por lo mismo, escritores de fuste como Zambra hablen de la generación que logró “matar al padre”.

Boric es el fiel reflejo de esa generación que nació en política moviendo el piso sobre el cual se había erigido el acuerdo de la transición y su contendor apenas se explica en tanto antagonista de esas fuerzas de cambio. Antes de ellos, dos o tres generaciones de políticos se movieron entre la sumisión y la diferenciación con respecto a sus mayores, pero ninguna de ellas llegó a disputar de modo frontal su hegemonía, su lenguaje y sus términos.

La coalición que sustenta a Boric, sin embargo, es a todas luces insuficiente para afrontar el tamaño del desafío que está a punto de acometer. Y lo es más si se considera la división de carácter, agenda y proyecto que separa las almas que se disputaron su liderazgo en las pasadas primarias.

Estas condiciones, que en un gobierno cualquiera serían desafiantes, para un mandato que deberá conciliar las expectativas de la ciudadanía con un presupuesto fiscal exiguo, una economía convaleciente y la coexistencia de un Congreso y una Convención Constituyente en previsible divergencia, explican mucho mejor que los programas la inestabilidad que se respira en el ambiente.

A mayor abundamiento -y a diferencia de lo que le sucede a Kast- Boric se ubica en el centro del mapa político de los grupos que hoy le han dado su apoyo para el ballotage y, por lo mismo, toda señal que da hacia un lado le genera un problema en el otro (su mano izquierda si sabe lo que hace su mano derecha). Y aunque para la campaña ha contado con la compresión tácita de sus aliados para moverse libremente, es previsible que esa paciencia se vaya acortando cuando se trate de construir gobierno.

Y es que el destino, con su predilección por el suspenso y el drama, ha querido que la generación que llegó para subvertir la dinámica de los “30 años” enfrente un escenario político y social comparable (con las correcciones del caso) al de comienzos de los 90: con un país quebrado en dos, una economía en suspenso y muchas más preguntas que respuestas en los salones, los mercados y en la calle.

Ese destino le impone a Boric la tarea de ser lo que los dos últimos mandatarios no han logrado ser en sus dos períodos alternados: jefe de estado, de gobierno y de la coalición que los sustenta.

En caso de ser elegido Gabriel Boric enfrentará una situación diferente a Ricardo Lagos. Sus problemas no se reducirán a ecualizar la propia historia con la porfiada realidad y una oposición fuerte. El trance histórico de Boric es mucho más parecido al de Aylwin, dado que deberá escribir una parte de esa historia sobre un papel en blanco, aunando grupos e intereses que desconfían entre sí y desmovilizando fuerzas que, hasta ahora, se han entendido como parte de una misma lucha.

En esa alquimia se jugará Boric su rol y su legado. Y en el éxito de esa tarea se juegan también las expectativas de prevalencia de su generación política. Probablemente lo que hagan hoy no tenga mucho más destino que ser tildado por sus hijos como una burda tregua en el escenario de la historia y los revolucionarios de hoy no tengan mucho más horizonte que ser los amarillos del mañana.

Porque la verdadera pregunta que se hacen los mercados, los cautos y los desconfiados no es si la generación de Boric cree en lo que creían sus antepasados, sino si serán capaces, como sus predecesores lo fueron, de comprender los límites de su fe.

 

 

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