Adiós al último clásico. La entrevista final de Jorge Edwards en Chile: “Pienso mucho en la muerte”

Marcelo Soto

Premio Nacional de Literatura 1994 y Cervantes 1999, Jorge Edwards ha muerto a los 91 años en Madrid. Fue una de las figuras más relevantes de la cultura nacional de las últimas seis décadas, cuya influencia trascendió las fronteras. Autor de obras capitales como Persona Non Grata, Los Convidados de Piedra, El Inútil de la Familia y El Peso de la Noche, tuvo también una intensa carrera diplomática, pero lo que corría por sus venas era la escritura. La siguiente entrevista fue publicada en Ex-Ante en agosto de 2021 y fue la última que dio a un medio chileno.


Jorge Edwards nunca dejó de escribir. Cuando estuvo en París entre 1962 y 1967, como secretario de la embajada de Chile, escribía por las noches, y lo mismo hizo cuando tuvo el mismo cargo, pero con Neruda como su jefe entre 1971 y 1973.

A los 91 años, siguió escribiendo con la misma pasión. En su casa de José Miguel de la Barra, frente al cerro Santa Lucía, hay libros por todas partes. En una mesa hay una edición de El Quijote, que está volviendo a leer por cuarta vez. Durante las mañanas, de 11 am a 2 pm, escribía el tercer volumen de sus memorias.

Edwards fue de esos escritores quizá más leídos fuera de Chile que en su país. Su libro más famoso es Persona Non Grata, que relata su frustrante experiencia como Encargado de negocios de Chile en Cuba entre diciembre de 1970 y marzo de 1971.​ Ese libro fue el primero que hizo una dura crítica al régimen castrista, viniendo desde la misma izquierda.

En esta entrevista habló de su amistad con Neruda, un tema al que siempre volvió; del estallido social que vió desde las ventanas de su departamento y de su libro autobiográfico.

-¿Ha sido un refugio la lectura en esta época?

-Sí. Mi mayor placer es la lectura. Esa es la verdad.  Ahora, tú me ves: leo El Quijote (agarra el libro y muestras las páginas que ha leído) y escribo mis memorias. Acabo de escribir un capítulo que a lo mejor es una novela aparte, porque es la muerte de Neruda, pero no desde que lo operaron por primera vez, sino cuando empezó a pensar en la muerte. Esto fue así: estábamos en Paris y yo era ministro de la embajada y él embajador. Y abrió el diario un día y se había muerto un expresidente de Venezuela, y Neruda estaba muy deprimido. “Por qué”, le dije yo. “Fíjate que se murió de mi misma edad y de la misma enfermedad que yo tengo”. Tenía un cáncer de próstata. Se quedó re asustado pensando y me dijo: “oye, qué rara es la muerte”. “Pucha que es rara”, le dije yo. Resulta que todos tenemos que pasar por esta cuestión.

-¿Usted ha pensado en la muerte?

-Claro, cómo no voy a pensar. Yo pienso mucho en la muerte. Leí mucho a un escritor que piensa con gran intensidad en la muerte, que es Unamuno.

-¿Cómo empezó a leer? ¿Lo recuerda?

-Bueno, yo comencé a leer porque mi abuelo materno era un asmático muy fuerte y buscó un clima propicio, se fue a Quilpué. Y me llevó a mí. Y en la casa de él había solo un libro. Un diccionario enciclopédico. Y yo era un niño, me tiraba de guata en el suelo, abría el libro y leía. Y me gustaban mucho las entradas de Roma. Calígula, Nerón. Todos esos tipos que eran unos salvajes terribles. Había unas procesiones triunfales, porque allí llevaban tigres encadenados, e iban unas niñas desnudas en unos carros.

Ese fue mi comienzo de lector. Pero después empecé a comprar libros baratos, porque a mí me daban una propina de mesada. Se cree en Chile que todos los Edwards son ricos, pero no es verdad nomás. ¡Qué van a ser ricos!

-¿Cómo era la relación con su padre?

-Mi padre  era un hombre muy trabajador, era comerciante en frutos del país, corredor, era un trabajo fuerte. Mi padre era un tipo recio, era duro. No quería que yo fuera escritor. Y me dio un consejo,  que no eran tan malo. Me decía: “dedícate a las Leyes en la semana -porque yo estudiaba Derecho- y en los fines de semana escribes”. Era una buena idea. Pero yo me picaba porque quería ser escritor.

-¿Qué otras historias de Neruda ha recordado?

-Siempre vuelvo a Neruda. Gracias a él conocí a todos los grandes poetas. Por ejemplo, una noche nos invita a comer el gran poeta comunista de Francia, Louis Aragon. Yo toco el timbre y Neruda como que pegó un saltito y dijo “estamos fritos, vamos a tener que ser inteligentes toda la noche”. Porque Aragon era de esos tipos que saben de filosofía, que saben de todo, conocen todas las teorías literarias y Neruda le tenía miedo, porque a Neruda no le gusta la teoría. Neruda es un poeta de la naturaleza. Eso le gustaba.

-¿Cómo se notaba esa afición?

-Matilde Urrutia, la mujer, me contó que en la mañana muy temprano iban a escuchar cantar pájaros. En un bosque que había detrás en la Isla Negra. Eso le gustaba a Neruda. Y una vez me encontré sentado en el suelo a Neruda con una lupa, que estaba mirando un animalito, un ciempiés que estaba subiendo por la pilastra. Tiene tres cantos materiales: Apogeo del apio, El estatuto del vino y Entrada en la madera.

Neruda es un poeta del mar, de la selva del sur, pero la gente cree que es un poeta de puro instinto. Y no es así. Era un conocedor de la poesía fenomenal. Leía a Lord Byron junto a la chimenea. Hablaba buen inglés Neruda. Una vez tuve la ingenuidad de decirle “oye Pablo, quiero leerte un poema mío que acabo de escribir”. Pablo al final se quedó callado, y le dije: “qué piensas de mi poema”. “Pienso que eres muy buen prosista”.

-¿Nunca volvió a escribir poemas?

-Así me liquidó, así se acabó la poesía.

-Me contaba que Neruda era amigo del poeta soviético Ilya Ehrenburg.

-Sí. El gran poeta soviético, amigo de Stalin, quien le permitía salir de la URSS. De hecho, vino para una de esos cumpleaños de Neruda, cuando cumplía 50, en 1954. Entonces le dijo a Pablo: “Tu país no es serio”. “¿Por qué?”, le dijo Pablo. “Porque yo te traía unos discos con canciones rusas y dijeron en la aduana que eran las instrucciones de Moscú”. Incluso salió una nota en The New York Times. Después, Neruda cuando estábamos en la embajada de París, cada vez que pasaba una cosa rara o mal hecha decía: “oye, le Chili n’est pas sérieux”. Chile no es serio.

-¿Cómo se va a llamar este libro de memorias?

-Tengo varias ideas. Memorias indirectas, pensé, pero no sé. Y después Memorias finales. Son fomes. Quiero encontrar un título mejor. El segundo tomo se llama Esclavos de la consigna. Ese ha tenido mucho eco, porque tiene un sentido político. Es contra el consignismo: esas frases o eslóganes que se siguen ciegamente.

-A propósito de política, ¿cómo observa la convención constituyente? ¿Valora el trabajo que han hecho hasta ahora o esperaba más?

-Yo estudié Derecho constitucional con los mejores profesores de la época, entre ellos Gabriel Amunátegui. No tengo una impresión clara, porque me parece confuso el panorama. Yo creo lo siguiente: es necesaria una nueva Constitución. Todo país serio tiene que tener una Constitución legítima. En Chile ha habido unos diez textos constitucionales, sumando los reglamentos. Pero fíjate que yo voté contra de la Constitución de Pinochet, pero finalmente el plebiscito estaba contemplado en la Constitución. Así que permitió sacar a Pinochet. Tuvo su ventaja. Mejor una Constitución que nada.

-Usted vive muy cerca del epicentro de las protestas. ¿Le afectó el estallido social?

-Me pareció una forma de barbarie de hoy, que ellos creen que es de izquierda. ¡Qué va a ser de izquierda eso, si no construye nada! La izquierda pretende construir una sociedad más justa, pero no incendiando todo. Eso es un disparate absoluto de estos chicos. Llegué a sentir olor a quemado aquí en mi casa. Y morir quemado sí que no me gusta la idea.

-Ahora que cumplió 90 años, ¿recuerda muchas cosas del pasado?

-Sí, sí. Yo tengo una familia de longevos. Una tía se murió hace poco de 103 años. Así que tengo para rato.

-¿Se siente bien?

-Bien, perfectamente. Salgo a comer fuera y tomo whisky y gin tonic.

-¿Ha leído a escritores jóvenes chilenos?

-He leído a una chica que se llama Nona Fernández, tiene ingenio, me gustaría seguirla y ver qué hace. Zambra también. El primer libro me gustó, es bonito, Bonsái.

Pero déjame contarte lo siguiente: En España el ministro de Cultura que es súper ministro porque es el portavoz del gobierno me llama por teléfono todo el tiempo, me invita a la ópera, salimos a comer. Yo a la ministra de Cultura de Chile (Consuelo Valdés) no le he visto la cara nunca. Se llama Valdés, yo soy Edwards Valdés, quizá somos parientes, pero no la he visto nunca.

-Hace un tiempo se quejaba de que los derechos de autor eran escuálidos.

-Ha cambiado. Yo por primera vez ahora, estoy ganando derechos de autor. Hace poco recibí una liquidación de 47 mil dólares, es harta plata. En Chile ya no me publican los diarios. Pero en España tengo el ABC, que es un artículo de mil palabras que publican de manera muy destacada, me pagan 600 euros. Después tengo un diario chico que paga 200 euros, o sea 800. No es poco. Aparte de eso, tengo una pensión del ministerio de RREE y otra como Premio Nacional de Literatura. Yo ahora me quiero ir a Madrid porque ahí me dan trabajo altiro.

-Persona non grata, sobre Cuba, es su libro más conocido. ¿Las protestas marcan un antes y un después?

-Espero que así sea. Yo fui optimista, creí que con Barak Obama la cosa se iba a solucionar pero veo que no. Hace un tiempo me visitó el embajador de Cuba cuando estaba en París y me dijo: “Ya es hora de que vayas a Cuba”. Bueno, vamos a ver. Yo iría si se puede.

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