Mayo 2, 2021

Opinión: Parlamentarismo de facto y el dilema del cambio de gabinete

Cristián Bofill
Crédito: Agencia Uno.
Cuando un gobierno se convence de que sus adversarios buscan derribarlo y ya ha perdido la confianza de los suyos, en los hechos terminó y su único proyecto posible es sobrevivir. Es lo que está en juego en el dilema sobre un cuarto cambio de gabinete desde la crisis octubre de 2019. La experiencia, sin embargo, juega una vez más en contra del nombramiento de un equipo empoderado y de que el Presidente se repliegue a la posición de Jefe de Estado.

Una decisión presidencial. La mejor decisión que tomó el viernes el Presidente Sebastián Piñera no solo fue sentarse a la mesa de negociaciones con Yasna Provoste, y Jorge Pizarro para dar inicio formal a un diálogo para buscar acuerdos mínimos con la oposición, que el país y su gobierno necesitan con urgencia y cuya viabilidad todavía es incierta.

  • Fue lejos la más importante, pero ya estaba fijada desde antes y más que una iniciativa propia el gobierno fue empujado a la mesa de negociaciones porque los errores acumulados no dejan otra alternativa.
  • La mejor decisión que tomó fue en apariencia nimia e intrascendente. Después de un intenso día de protagonismo, el mandatario había decidido que culminaría su jornada con un punto de prensa en horario estelar de TV.
  • A última hora, primó la sensatez y se encargó la tarea a quien le correspondía: el vocero de gobierno Jaime Bellolio. No había nada que decir que la ciudadanía no estuviera enterada y ningún resultado o medida concreta que informar.
  • Ese gesto muy inusual  -al día siguiente llegó a la conferencia de prensa del ministro Paris, el único bien evaluado en la CEP, sin ningún motivo aparente que lo justificara- revela un problema que está en el corazón de la grave crisis de ahora y de la gran mayoría de las otras del gobierno: la tendencia al protagonismo excesivo, a concentrar todas las decisiones y a inflar expectativas que después se vuelven en contra.
  • Se ha mencionado muchas veces esa falta de vocación para los protocolos de Jefe de Estado -que por definición se reservan para los temas trascendentes y empoderan a sus colaboradores-  pero vale la pena insistir cuando el país ha llegado al punto en que está y el Mandatario tiene que tomar una iniciativa clave para la gobernabilidad en sus últimos meses de mandato.
Un sentido de realidad. La frase del senador Jaime Quintana de que tras la crisis de octubre de 2019 el país pasó a ser regido por un “parlamentarismo de facto” se ha hecho realidad no solo porque la oposición decidió usar su mayoría en el Congreso saltándose las reglas, sino porque por sus errores el gobierno ya no controla a su propia coalición, parte de la cual se comporta con el mismo desapego al reglamento.
  • Si un régimen presidencial normal, sobre todo cuando es minoritario en el Legislativo, exige una gran dosis de vocación para consensuar decisiones con el fin de  mantener a los suyos cohesionados y empoderar a  ministros, en una situación como la de hoy se convierte en una herramienta indispensable para sobrevivir.
  • En rigor, lo que se le pide es un ministro del Interior muy fuerte a cargo de un comité político empoderado y capaz de relacionarse en buenos términos con su coalición y con los sectores opositores dispuestos a negociar en serio.
  • Pero desde que el país entró en la peor crisis política en más de cuatro décadas, se ha actuado al revés.
  • Lo ocurrido con el tercer retiro es el último capítulo de una larga serie. En el primer cambio de gabinete tras el estallido se escogió personas capaces e inteligentes, pero sin la experiencia ni el peso propio para ejercer la función que se requería. Además, fue el más improvisado de todos -hubo tres personas invitadas a Interior una hora antes de la ceremonia- pese a la gravedad de la situación.
  • Cuando ese equipo ministerial se agotó, se repartió mejor la torta en Chile Vamos pero se insistió en la misma fórmula de no ceder poder real. En el último se  optó por transferir las tareas del ministerio del Interior -que quedó a cargo de los temas de seguridad- a la Secretaría general de Gobierno.
¿Un problema insoluble?.  Ahora que se requiere un cuarto cambio de gabinete para administrar la etapa final son pocos los que creen que el Mandatario pueda dar el paso de ceder cuotas de poder a un nuevo jefe de gabinete y disminuir su exposición mediática porque va contra todos sus instintos.
  • Es más: ya habría tomado la decisión -aunque en estas crisis todas las resoluciones son provisorias- de hacerlo solo después de las elecciones convencionales, municipales y de gobernadores del 15 y 16 de mayo.
  • Los argumentos serían dos: a) en el caso de una probable derrota lo ideal es que los nuevos ministros entren sin tener que asumir responsabilidades por lo anterior. b) el actual equipo es el que ha coordinado las tareas electorales con Chile Vamos para los comicios y cambiarlos antes sería contraproducente. Ninguno suena muy convincente.
  • Otro argumento difícil de digerir es que no hay nombres.  Nombres había para los cambios anteriores y hay ahora, aunque esa lista es muy reducida. No hay mucha gloria que encontrar en administrar la retirada en las condiciones actuales.
  • Cuando un gobierno se convence de que sus adversarios buscan derribarlo y no puede contar con el apoyo de los suyos, en los hechos terminó y su única meta pasa a ser sobrevivir hasta el final de su mandato constitucional.
  • Además, la lista se reduce más por el justificado temor a que una vez sentados en sus puestos el empoderamiento prometido se desvanezca. Eso lo comprobó una actual candidata presidencial, cuando en una ocasión se le invitó a la jefatura de gabinete y pidió garantías anticipadas de que se le daría poder real: solicitó la salida de un importante colaborador del Presidente. Hasta ahí llegó el prometido empoderamiento.
  • Como decía un primer ministro británico al que a casi todos los políticos les gusta citar en ocasiones difíciles: “Coraje es lo que se necesita para levantarse y hablar, pero también para sentarse y escuchar”. Eso, por supuesto, implica escoger bien a los que se va a escuchar. Y después dejarlos actuar.
  • El afán de controlarlo todo muchas veces conduce a controlar cada vez menos.

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