En muchos sentidos, la reciente edición de Hueders de la novela Benito Cereno es un acontecimiento. Lo es porque aporta no solo una nueva traducción de la novela de Melville, a cargo esta vez del traductor y poeta Rodrigo Olavarría, sino también porque incluye fuentes y documentos judiciales en los cuales el escritor se inspiró para escribirla. No es menor, por otro lado, que el libro dé cuenta –en términos de edición, de diseño, de márgenes y de las ilustraciones de Víctor Martínez– de un esmero y preocupación que es poco habitual en la industria editorial.
Es asimismo destacable que esta edición salga de Chile. Porque Chile está muy presente en la trama de la novela. Los hechos que relata Melville, en efecto, ocurrieron aquí, cuando el buque de bandera estadounidense Perseverance, dedicado a la caza de lobos marinos, coincidió con la nave Tryal comandada por el capitán español Benito Cereno en la bahía de la isla Santa María en el golfo de Arauco.
En el relato se dice que Cereno, un joven que no llegaba a los 30 años, había nacido en Chile y chilenos son, además, los puertos que las dos embarcaciones tocan antes de llegar al Callao y Lima para el juicio penal, por la insurrección ocurrida en la nave española, y el juicio civil, por el asunto de los seguros y las compensaciones procedentes a raíz del auxilio que el barco norteamericano prestó al español.
La historia de Benito Cereno es fascinante. Lo que vio el capitán del Perseverance, Amasa Delano, el 20 de febrero de 1805 fue una nave destartalada y a la deriva que iba directo a encallar en los arrecifes de la bahía. Casi casi, un barco fantasma. En ese momento Chile disfrutaba de los últimos minutos de su siesta colonial.
Queriendo ayudar, Delano aborda la diezmada embarcación. Se encuentra con un espectáculo dantesco: un capitán que parece un zombie y que siempre está asistido por un criado, una tripulación muy poco profesional, pocos españoles en posiciones de mando junto a una gran cantidad de personas negras que hacían y deshacían en la cubierta de la nave.
Se encuentra también con el relato de una desgarradora historia de tormentas y fatalidades que explican el estado de los sobrevivientes y de la embarcación. Extrañado y sospechando varias veces lo peor, Delano se queda a bordo, manda a buscar agua y alimentos al Perseverance para auxiliar y permanece allí por nueve horas intrigantes, durante las cuales es engañado con una mentira tras otra y una representación enteramente digitada para ocultar la verdad de lo ocurrido.
¿Qué había ocurrido? Que a poco de partir de Valparaíso con destino al Perú, el Tryal fue en realidad escenario de una sublevación de los esclavos que transportaba, rebelión que le costó la vida a gran parte de la tripulación española y a la totalidad de sus pasajeros. En el momento en que Delano lo vio, el capitán español no era más que un autómata rehén de los insurrectos.
Benito Cereno no es solo una historia fascinante ambientada en los mares del Sur. Es también una página impresentable del turbio negocio del comercio en América de esclavos capturados en África. Rodrigo Olavarría le carga en el prólogo con demasiado entusiasmo esta infamia a la derecha neoliberal (?). Aunque él y valiosos textos complementarios incluidos al final del libro explican que Melville rechazaba con vehemencia la esclavitud, por considerarla moral y socialmente repulsiva, es un hecho de la causa que su relato tiene sesgo esclavista.
Hubo en la nave española una violenta rebelión y el orden debía ser reinstaurado. Hay poca ambigüedad narrativa al respecto: los buenos son los que esclavizan, los malos los que se sublevaron. El punto de vista que adopta el novelista es el del capitán Delano, quien, sin ser esclavista, reacciona como debe a la luz de los usos y normas de la época.
La novela lo deja como un buen hombre, no solo por los sentimientos que lo mueven a ayudar, sino también porque no tolera las represalias sangrientas contra los sublevados una vez que han sido controlados. La civilización, se infiere, se funda sobre la base de las buenas maneras, por mucho que la esclavitud, como institución podrida que es, no lo sea.
Este es un gran libro. Melville lo publicó en 1855, cuatro años después del fracaso que le supuso su obra maestra, Moby Dick (que vino a ser redescubierta recién en los años 20 del siglo pasado) y cuando ya su carrera literaria estaba en lo básico jugada. Es increíble que nunca haya logrado grandes reconocimientos y que cuando murió, a los 72 años en 1891, el legado de Melville haya estado prácticamente olvidado.
Benito Cereno no respira desde luego el mismo aliento alegórico, fatalista y teológico del Melville de Moby Dick. Tampoco comparte su solemnidad y desmesura. Pero sí asoma en sus páginas la mano del escritor que sabe lo que es el horror. Y sabe lo que es la presencia del mal en el mundo.
Como Conrad, como tal vez el mismo Poe, Melville enfrentó el horror en vida muchas veces porque fue un gran aventurero, porque se embarcó en naves balleneras, porque participó en motines, porque vivió una época entre caníbales y porque se expuso a variados riesgos antes de convertirse en un burócrata de aduanas y en un marido complicado, aunque también agradecido de los legados que con los años fue heredando su mujer, cosa que le permitió un nivel de vida que, con sus escritos y su empleo en aduanas, jamás hubiera podido financiar.
Dicen que en la aduana neoyorquina, donde trabajó por 19 años, llegó a ser el único servidor realmente honesto de una institución corrupta.
Hay que leer a los clásicos, y más todavía a los clásicos que tenemos cerca. Esta novela debiera ser aquí de lectura obligatoria. No solo entretiene: cautiva. No solo asombra: horroriza. No solo deslumbra: maravilla.
Benito Cereno
Herman Melville. Traducción y edición, Rodrigo Olavarría.
Ed. Hueders, 208 páginas. Santiago, 2023.
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