El domingo 28 de julio, los ojos del mundo entero, en primer lugar, los de América Latina, estarán pendientes de lo que suceda en Venezuela. Al cabo de 25 años de autoritarismo, y pese a todas las trampas puestas por el régimen de Maduro, existe una posibilidad real de que las fuerzas democráticas, agrupadas en torno a la candidatura presidencial de Edmundo González Urrutia, se abran paso hacia la victoria.
Se ha creado un nuevo cuadro en ese país. Y el factor determinante ha sido la irrupción de una amplia mayoría ciudadana que quiere poner fin al largo agobio provocado por un régimen corrupto e inescrupuloso, responsable del éxodo de más de 7 millones de venezolanos.
El deseo de cambio se manifiesta hoy en mil formas. Es cierto que la camarilla gobernante puede intentar nuevas maniobras para desconocer la voluntad popular, pero cualquier argucia, incluida la de suspender la elección por razones de “seguridad nacional”, solo agudizará su aislamiento y puede provocar convulsiones sociales que aceleren su crisis final.
Lo que salta a la vista es que la sociedad civil ha resurgido con enorme vigor en Venezuela. En ello ha influido, ciertamente, la experiencia democrática anterior a la llegada del chavismo, la existencia de corrientes políticas que resistieron la estafa del “socialismo del siglo XXI”, y que en la actual coyuntura han aprovechado todos los espacios de expresión ciudadana. Las encuestas coinciden en dar a González Urrutia una ventaja de, por lo menos, 20 puntos porcentuales sobre Maduro. Si el régimen robarse la elección, lo pagará muy caro.
Fue una decisión acertada de las fuerzas opositoras el aceptar competir incluso sin contar con garantías suficientes sobre la corrección del proceso electoral. Se unieron en una plataforma común y no le dejaron el campo libre al régimen. Al movilizar a cientos de miles de personas, presentaron batalla en todo el territorio para asegurar una elección limpia. Nada incomoda más a los autoritarios que el hecho de que la gente pierda el miedo, levante la voz y se tome el escenario sin pedir permiso. Y eso es, exactamente, lo que ha ocurrido en los últimos meses. La actitud alerta de la mayoría de la población puede frustrar las maniobras del régimen.
Ha crecido la esperanza en Venezuela de una manera conmovedora, y en ese proceso ha sido inmenso el aporte de María Corina Machado, quien debió ser la candidata de las fuerzas democráticas luego de ganar ampliamente una elección primaria, pero, como es sabido, el régimen recurrió a una estratagema judicial para inhabilitarla. Le sirvió de poco. Ella se ha convertido en la conductora indiscutida de un poderoso movimiento de regeneración moral y política de su país, que ha sumado a una clara mayoría al empeño por el cambio pacífico, que hoy encarna la candidatura de González Urrutia.
¿Qué harán las Fuerzas Armadas frente a un posible triunfo de la candidatura opositora? ¿Estarán dispuestas a hundirse en la ignominia por proteger a una oligarquía que carga con tantos crímenes y latrocinios, y que hasta permitió la colonización de Venezuela por parte de la dictadura cubana? ¿Van a reprimir a miles de personas por querer vivir en libertad? ¿O, favorecerán una transición que evite nuevos desgarramientos a la nación?
Nada está escrito. Lo decisivo será la disposición del pueblo venezolano de vencer las dificultades y conquistar la libertad, como en 1958, cuando una amplia coalición de fuerzas puso fin a la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y abrió una etapa democrática de 40 años.
Ningún gobierno democrático del continente puede cruzarse de brazos frente a lo que ocurra en Venezuela. Es indispensable que los mandatarios de Brasil, Argentina, Colombia, Chile, Uruguay, en fin, todos, asuman una posición vigilante respecto del proceso electoral que está en curso, con vistas a asegurar su limpieza. Lo mismo debe hacer la OEA.
La libertad de Venezuela nos importa vitalmente a todos los latinoamericanos que queremos el fin de las dictaduras en nuestra región. A todas ellas les llegará su hora. Hoy, los demócratas venezolanos necesitan recibir todo nuestro aliento y toda nuestra solidaridad.
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