La contienda electoral de cara al plebiscito de salida se encuentra en su punto más álgido y los recursos disponibles están volcados en la batalla comunicacional. Hasta ahora, el rechazo, representado principalmente por la derecha, el gran empresariado (el líder de la CPC se manifestó a favor de esa opción) y por una parte de la ex Concertación, ha sido exitoso en instalar un relato dominante, un cierto sentido común en torno al peligro que implica la propuesta constitucional para el país. Una narrativa verosímil, que ha calado entre las subjetividades de las personas que, efectivamente, ven con temor que parte del articulado podría terminar afectando -aún más- sus vidas.
En ese contexto, resulta interesante apelar a la porfiada historia y poner el foco en los peligros potenciales que pudieran conllevar miradas triunfalistas cortoplacistas, articuladas en torno a momentos subjetivos, cambiantes por naturaleza, que logran instalar climas de opinión temporales.
Volvamos a las elecciones presidenciales del 2017. En esa campaña, Sebastián Piñera y su equipo consiguieron levantar la ilusión de una amenaza chavista para Chile, encarnada por el entonces candidato Guillier. Emblemáticas fueron por esos días las declaraciones del presidente de la Bolsa de Santiago quien se aventuró a profetizar el colapso del mercado bursátil si ganaba Guillier.
EL frame “Chilezuela” logró sintetizar la idea que el candidato de la centroizquierda llevaría al país por el camino de la Venezuela de Maduro, ayudando, por defecto, a realzar la idoneidad de la oferta de un segundo gobierno Piñerista cargado de “tiempos mejores”. Finalmente, tan hondo caló el temor a transformarnos en “Chilezuela” que, tras la victoria electoral, los festejos en las calles coreaban que Chile se había salvado.
El derrotero de ese gobierno es conocido, sin embargo, poco se ha reparado en cómo aquel relato de campaña, asentado circunstancialmente sobre temores verosímiles para la ciudadanía, y que alimentó la integración discursiva de la campaña, se evaporó rápidamente frente a la rabia de las expectativas quebrantadas. Un año después, los tiempos mejores aún no tocaban la puerta de chilenos y chilenas mientras en La Moneda se hablaba de Chile como el oasis de Latinoamérica. Pero la realidad era otra y la rabia acumulada por promesas incumplidas reventó en la cara de un desconcertado Presidente que a los pocos días se sinceró diciendo que no vio venir el estallido social.
Hoy, es a la luz de esa tibia experiencia, con una campaña del rechazo aparentemente triunfante en su narrativa y donaciones que dan cuenta como los grupos económicos se han acoplado a la campaña de la derecha (al punto que el mismo presidente de la Bolsa hoy figura como uno de sus financistas), que es momento de hacerse las preguntas correctas. ¿Qué es lo que posiblemente no estemos observando en el horizonte post 4 de septiembre? ¿Qué expectativas sembradas hoy frente al triunfo del rechazo, son posibles frustraciones del mañana?
Y es que la experiencia nos muestra que el entusiasmo con la instalación de una narrativa dominante puede ser muy efímero si no se presta atención al diagnóstico que nos trajo al momento social y político en que estamos: la necesidad de recomponer el tejido social de una sociedad fracturada, enrabiada y frustrada por una experiencia material y subjetiva de desigualdad.
Si el triunfo del rechazo viene aparejado de la ilusión del retorno al Chile pre estallido, de la fantasía que lo vivido habría sido sólo una demanda pasajera de transformaciones, ése será un triunfo a lo Piñera 2017. Y por mucho que volver a contemplar el oasis que veía en Chile el expresidente días antes del estallido pudiera ser tentador para muchos (entre los que me incluyo), ya sabemos que ese oasis, a corto andar, devendrá en espejismo.
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