Para llegar a gobernar, el Frente Amplio tuvo que argumentar de que era una mejor alternativa que su rival directo, la centroizquierda tradicional, la vilipendiada Concertación. Tuvo que prometer que, si la gente los elegía a ellos, no solo harían todo lo que no se había hecho en treinta años, sino que lo harían evitando los vicios en que habían caído sus antecesores. En específico, su relato se basó en la idea de que conseguirían más derechos y menos desigualdad sin sacrificar ni deberes ni crecimiento, y que lo harían sin nepotismo y sin corrupción. Un discurso exitoso que concluyó con la elección de Gabriel Boric en 2021.
Siete meses después de haber asumido, queda claro que el relato era mula. No era más que una estrategia electoral. Ganaron la elección y desaparecieron las promesas. Despedazaron a la centroizquierda, de a poco, a través de los años, solo para hacer lo mismo pero peor. En los siete meses que llevan en el poder, es claro que el país está peor de lo que estaba y que no hay ninguna esperanza de que las cosas mejoren en el corto plazo. No hay ningún indicador, económico, político o social, que permita sostener que la llegada de Boric y su coalición está funcionado para mejorarle la calidad de vida a las personas. Si hay alguna tendencia, es para peor.
Parte del problema tiene que ver con la ambición desmedida de una coalición sin experiencia. Como una agrupación relativamente reciente, formada en 2017, al formarse, no le quedaba otra que ascender. Partiendo de abajo, era la única dirección en que podían avanzar. Y eso hicieron. Pero en vez de hacerlo de forma responsable, y sostenible en el tiempo, prometiendo lo que sabían que podrían entregar, lo ofrecieron todo. Ahora, después de haber asumido, queda claro que no midieron el peso de sus palabras. Pensaron en ganar, pero no en gobernar, y ahora están tratando de salir del hoyo.
Otra parte del problema tiene que ver con los efectos que genera ascender al poder sin nunca haber perdido. Desde su incepción, hasta ahora, el Frente Amplio solo ha sabido de victorias. Después de haber ganado un porcentaje relevante de escaños en la elección legislativa de 2017, se impuso en la elección de constituyentes y alcaldes de mayo de 2021 y después, en diciembre del mismo año, consiguió la victoria presidencial. El ascenso meteórico los confundió, los mareó. Pensaron, genuinamente, que cargaban con el peso de la historia a sus espaldas y que nada les podría salir mal. Se convencieron de que “el pueblo” siempre estaría con ellos.
Pero el sentido de superioridad moral les pasó la cuenta. Llegaron con soluciones imposibles bajo el brazo y se encontraron con el muro de la realidad. Quizás no sería tan malo si los intentos de llevar a cabo lo que prometieron fuera sincero. Pero no lo fue. Desde su trinchera, protegidos por el poder, han hecho mucho de lo mismo que criticaban hace solo unos meses atrás. Han nombrado a sus parientes y amigos en casi todos los cargos importantes. Y para colmo, la lista incluye al presidente y su mano derecha, Giorgio Jackson, que por visar la contratación de sus parejas en cargos claves, cayeron en exactamente lo que dijeron que no harían.
La contradicción entre lo que prometieron y lo que hacen es desconcertante. Las declaraciones de Boric, aun visibles en innumerables archivos de prensa, e incluso en su misma cuenta de Twitter, son lapidarias. Hasta antes de asumir, descueró a la Concertación, acusándola, básicamente, de originar todos los males del país. Sostuvo, reiteradamente, que Michelle Bachelet “nunca se hizo cargo de los problemas realmente importantes del país”, y que Ricardo Lagos “representó las ideas del neoliberalismo”. En la misma línea, declaró tener “diferencias profundas, estructurales, e irrenunciables” con la centroizquierda tradicional.
Quizás por lo mismo mucho de lo que hace hoy parece ser espurio, confuso o improvisado. Es obvio que Boric y su gobierno entienden que hasta ahora su administración ha sido un fracaso, pero no está claro que entiendan que ese resultado se deba a asuntos de fondo. A ratos pareciera que dentro de La Moneda dominara la idea de que la desaprobación es “un problema comunicacional” y no un problema político o programático. Al menos eso explicaría por qué Boric cree que puede poner a Carolina Tohá en Interior y al mismo tiempo visar a su pareja, amigos o familiares de amigos en otros cargos.
El expresidente Lagos declaró al diario El País que cree que Boric está “entendiendo que la gradualidad es importante”, y que por eso “no solo está buscando gente experimentada, sino gente que entiende que los grandes cambios, para que sean grandes, requieren una comprensión mayor”. Pero el problema es que, aunque eso sea cierto, no se entiende por qué Boric sigue insistiendo en que prácticamente todo lo que se ha hecho en el país hasta antes de él ha sido para peor, llegando al extremo de declarar en el pleno de Naciones Unidas que Chile es uno de los países más desiguales del mundo.
Pues bien, hoy es Boric y el Frente Amplio los que están en el poder y tienen toda la capacidad del Estado para revertir “la tendencia”. De nada sirve declarar clichés, que más encima son hechos disputados, ante organizaciones internacionales, si ni siquiera tratan de hacer lo que tienen que hacer para revertir la situación en casa. Como dijera Óscar Landerretche, Boric lleva siete meses en el poder, de los cuales seis han sido campaña. Si el presidente se preocupara un poco más de hacer lo que dijo que haría, quizás no estaría tan mal. Pero ha hecho todo lo contrario: hoy hay más desigualdad, menos crecimiento, y más nepotismo que antes.
Boric también debiese entender que es un administrador. Porque es el presidente de todos los chilenos, y no solo algunos, no se puede dar el gusto de hacer campañas políticas, y menos cuando el país se encuentra en el estado en que está. El mensaje post-plebiscito fue claro, hay problemas más importantes que la nueva constitución. El gobierno se debe hacer cargo de eso. Por lo mismo, urge gradualidad, urge transversalidad, y, de partida, un reconocimiento a lo que ya hay y al método que se usó para conseguirlo. De lo contrario, el gobierno arriesga seguir siendo igual de irrelevante de lo que ha sido hasta ahora.
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