El aplastante triunfo del partido Republicano exige una reflexión sobre las causas, síntomas y remedios. El progresismo solo podrá recuperar su salud si construye una comprensión común sobre dónde estamos, qué nos tiene aquí y cuáles son nuestros caminos de salida.
Las causas: sin pretender abarcar todas, es necesario distinguir dos tipos de causas interrelacionadas: las asociadas al comportamiento electoral y las relacionadas con la oferta electoral. Entre las primeras, hay una consistencia escondida en los vaivenes del péndulo. Desde Bachelet 1, en todas las elecciones ha ganado la oposición, a veces como oposición al gobierno de turno, otras como oposición a una élite gobernante. Ahí está el ciclo Bachelet-Piñera, el plebiscito de entrada, la Lista del Pueblo, la elección del presidente Boric, el rechazo de salida, el triunfo de los republicanos; en todas hay una expresión de malestar contra quienes gobiernan, una demanda por algo nuevo y distinto. En esta evaluación no podemos soslayar la importancia central que jugó el desempeño de la convención y los resultados que hasta ahora exhibe el gobierno.
Entre las causas asociadas a la oferta electoral, es evidente que la demanda por seguridad ciudadana y económica jugó un rol trascendental. Más allá de la contingencia, siempre crucial, lo estructural aquí tiene que ver con una crisis de la izquierda a nivel global y local: el abandono de la centralidad de los valores materiales frente a causas posmateriales, cuya suma de identidades no constituye mayorías sólidas.
En su natural orientación a la vanguardia, la izquierda ha descuidado los valores centrales de las mayorías, como seguridad, orden, crecimiento económico, igualdad y empleo decente. No se trata de menoscabar la importancia de las luchas por los derechos de las diversidades, del animalismo, el indigenismo, menos la del feminismo y el medioambientalismo, sino de integrar esas causas en un relato equilibrado con los dolores de las mayorías. En el contexto del voto obligatorio esto es aún más importante: si con el voto voluntario eran las causas las que movilizaban al electorado, cuando se torna obligatorio, son las condiciones materiales las que determinan el voto.
Los síntomas: revertir los síntomas actuales exige identificarlos, por muy dolorosos que sean. La configuración del Consejo Constituyente nos enfrenta al peor escenario imaginable para el progresismo: los intereses de la ultraderecha, de la derecha tradicional, incluso del gobierno, no sintonizan con los del progresismo. El país necesita una nueva Constitución; alargar este proceso probablemente solo traería inestabilidad política y económica, perjudicando a los más desfavorecidos.
El gobierno lo sabe y le quedan pocos caminos diferentes a éste para construir un legado. Concluir este proceso, es decir, habilitar una aprobación de salida, supondrá cimentar el camino a La Moneda de José Antonio Kast, pues ello solo puede ocurrir si los republicanos demuestran cierta moderación y gobernabilidad. Asimismo, el éxito del proceso supone consolidar a la derecha tradicional en el lugar que ocupará en el Consejo Constitucional, es decir, en el centro político, pivotando la sensatez entre los bandos de cada lado. Asumir que estamos en la paradoja donde el interés de Chile es distinto a lo que el progresismo soñó, debe afrontarse con pragmatismo, con renuncias, pero sin rendición en nuestros valores centrales: ahí estarán los remedios, aunque tarden en hacer efecto.
Los remedios: sanar exige paciencia y consistencia. Renunciar a tener la Constitución que soñamos, pero no claudicar en arribar a una mejor que la actual. Habrá que elegir las batallas, moderar las expectativas, pero también saber que no cualquier resultado es aceptable. La tarea del progresismo es empujar el proceso hacia un resultado aprobable, nada más ni nada menos. ¿Cuáles son las líneas rojas para algo aprobable? Aquí algunas de ellas:
Así las cosas, al progresismo no le queda otra que identificar reflexivamente las causas, reconocer con pragmatismo los síntomas del presente, y trabajar con paciencia y consistencia en los remedios que el país necesita para sanar. Toca mirar más allá de la propia conveniencia, para que las aplastantes derrotas electorales del último año no devengan en derrotas culturales permanentes.
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