-El Nuevo Frente Popular dio la sorpresa en Francia, logrando 182 diputados. ¿Qué significado tiene este triunfo para la izquierda?
-No creo que estos resultados puedan ser interpretados en clave programática pues se trató principalmente de un acuerdo entre las cúpulas partidarias del Partido Socialista, los Ecologistas, el PC y la Francia Insumisa, para derrotar a la ultraderecha. El programa inspirado en la plataforma presidencial del líder de los Insumisos, Jean-Luc Mélanchon, fue elaborado en 4 días y la campaña exprés.
Entre los integrantes del NFP, existen divergencias sobre varios temas: la construcción europea, la trayectoria presupuestaria, incluso la reforma de pensiones. Por lo tanto, resulta difícil considerar este resultado como una victoria ideológica de la izquierda. Ha sido más que todo fruto de un cálculo para frenar a RN, de Le Pen, cuyo éxito se explica por los propios errores tácticos y limitaciones intrínsecas de ese partido: declaraciones o prácticas litigiosas de varios de sus candidatos, a menudo de carácter racista, incompetencia, polémica sobre la exclusión de los binacionales de empleos estratégicos, etc.
-Reagrupamiento Nacional quedó en tercer lugar con 143 diputados. Sin embargo, antes tenía 88. ¿Qué lecciones puede tener para la derecha chilena?
-Primero, hay que precisar que el número de diputados conseguidos por RN no se condice con el número de sufragios que obtuvo: 10 millones de votos vs. 7 millones para el Nuevo Frente Popular. Pese a su aislamiento, RN es el primer partido de Francia, lo que puede ser interpretado como un fracaso para la clase política en general que no supo encauzar el malestar de aquellos votantes.
Esta consolidación recuerda el crecimiento relámpago de Republicanos en Chile. En ambos países, aunque con intensidades distintas, ese crecimiento se hizo a expensas de la derecha tradicional, laminada en Francia por la estrategia de “extremo-centro” de Macron, que consiste en desestructurar el campo político para ocupar un centro cada vez más amplio que obliga a la derecha e izquierda a radicalizar sus posiciones para existir.
-¿Ese tipo de configuración no existe en Chile?
-No, pero sí tenemos el segundo factor de radicalización de la derecha convencional: una ultraderecha que aparece mejor posicionada sobre cuestiones prioritarias para la gente, como inflación, seguridad, Estado de derecho, etc., y que defiende con más radicalidad los marcadores ideológicos de la derecha.
Es lo que contribuyó a explicar el éxito de Republicanos en las presidenciales de 2019 y su victoria en la elección de convencionales constituyentes. Al frente, la derecha convencional trata de resistir, y resiste sin duda mejor en Chile que en Francia, donde estas elecciones legislativas le asestaron un golpe de gracia.
-¿El partido de Marine Le Pen es de extrema derecha o derecha radical?
-Esas categorías no están cerradas. Son categorías analíticas para abordar las condiciones de posibilidad del cambio en partidos con un origen claramente antidemocrático, como es el caso del neofascismo del ex Frente Nacional (actual RN), o de los orígenes de la derecha chilena en la dictadura militar.
En la literatura especializada, la noción de derecha radical remite al carácter iliberal de esos partidos, vale decir su propensión a restringir ciertas libertades como la libertad de prensa y a retroceder en derechos fundamentales para las mujeres y las minorías sexuales.
-¿Puede relacionarse de alguna forma con el Partido Republicano de Kast?
-Con más o menos énfasis, estos rasgos se encuentran en los líderes o gobiernos de derecha radical, incluido el Partido Republicano, que no son extremos o fascistas en el sentido de buscar crear un nuevo orden revolucionario.
Las derechas radicales suelen ser respetuosas de las instituciones. Lo que no les impide erosionarlas. Un buen ejemplo son las derivas autoritarias del gobierno de Victor Orban en Hungría. Más que moderarse, esos partidos muestran cierta plasticidad. Llegan al poder cuando logran la difícil alquimia entre respetabilidad y radicalidad.
-¿Cómo definirías a Mélenchon? ¿Un populista de izquierda, un duro?
-Su proyecto es radicalmente distinto del proyecto socialdemócrata. Aunque su partido, Francia Insumisa sea la principal fuerza del Nuevo Frente Popular, es muy resistido en la opinión pública que no quiere que gobiernen los extremos. Es también rechazado por una parte del electorado de izquierda que no le perdona sus derivas y ambigüedades, en particular respecto al antisemitismo que ha tendido a minimizar, cuando los actos antisemitas han aumentado en Francia. Tampoco quisieron calificar al Hamas como grupo terrorista.
En relación al populismo, él mismo reivindicó la etiqueta asociándola con la detestación de las elites. Admira el carácter subversivo de Chávez, en línea con sus propios llamados a una revolución ciudadana. Otro rasgo es la complacencia de su partido con el comunitarismo.
-En la izquierda poco tienen en común un Mélenchon y el socialdemócrata Glucksmann. ¿Es viable un acuerdo?
-Raphaël Glucksmann fue víctima de ataques antisemitas desde círculos de la Francia Insumisa pero ver a la ultraderecha en las puertas del poder lo llevó a jerarquizar los peligros y hacer caso omiso de las querellas internas en las izquierdas. La dificultad ahora para NFP radica en convertir un artificio electoral en un programa liderado por un o una líder de consenso.
Aunque Macron no tenga la obligación de nombrar un Primer Ministro de izquierda, las presiones del Nuevo Frente Popular son muy fuertes, considerando además que el macronismo debe en gran parte su resultado a los desistimientos de sus candidatos. Dado el debilitamiento de la figura presidencial, se ve difícil que Macron logre reequilibrar el juego político a su favor, lo que complica su idea de coalición mayoritaria que incluyera todas las fuerzas salvo los extremos: RN y Los Insumisos.
-¿Qué acerca y qué separa al Frente Amplio de Boric y al Nuevo Frente Popular?
-El Nuevo Frente Popular es una agrupación de partidos que va más allá de Mélenchon. Tiene la peculiaridad de ser una alianza en torno a un objetivo que logró unificar puntualmente a cuatro principales colectivos de izquierda. Queda por verse si lograrán un consenso sobre un nombre de sus filas para liderar el gobierno y mantenerse unidos.
El Frente Amplio en su fusión reciente de Revolución Democrática y Convergencia Social aparece más bien como un proyecto de construcción de institucionalidad entre partidos que no parecen tener mayores divergencias programáticas. Tampoco hay en su seno un personaje tan disruptivo como Mélenchon cuyo símil en Chile podría ser Daniel Jadue. La comparación habla por sí sola pues estos no tienen la misma influencia en sus coaliciones respectivas.
Otro paralelo posible son los llamados puntuales de dirigentes del PC a la presión de la calle para impulsar las reformas del gobierno que recuerda la “revolución ciudadana” de Mélenchon. Pero me parece que los niveles de movilización de ambos países son distintos.
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