“Estamos ante el resultado de un desangramiento lento”, afirma el economista, profesor de la Universidad de Maryland e Investigador asociado a Clapes-UC respecto de la caída sostenida en el rendimiento del establecimiento educacional, que este año salió del ranking de los 100 primeros colegios en la prueba de admisión universitaria. Urzúa habla de frialdad de la clase política y que en el desarrollo de reformas educacionales de los últimos años “hubo un trabajo que fue vestido de técnico, pero que tenía un componente político-ideológico que no favoreció a la educación pública”.
—Este año el Instituto Nacional registró 5 puntajes nacionales y el promedio entre las pruebas de Matemáticas y Lenguaje anotó 621 puntos, sus peores cifras en al menos 10 años. ¿Cómo lo interpreta?
—Para quienes hemos seguido el tema de cerca no es ninguna sorpresa, es un resultado absolutamente esperado. Estas instituciones emblemáticas habían contribuido a la diversificación de las elites, generado movilidad social y, lamentablemente, frente a esa realidad, el avance de una ideología que mira el mérito al menos con dudas y muchas veces incluso molestia, fue acompañada de una increíble frialdad de la clase política respecto de lo que significaban estas instituciones. Esa combinación significó la lenta pero constante caída en, por ejemplo, el Instituto Nacional.
—¿A qué atribuye los resultados?
—Esta situación es esperable. Más allá de la situación de la pandemia que ha afectado al sistema educacional en general y en particular a la educación pública, lo que ha ocurrido con el Instituto Nacional se ha transformado, paradójicamente en un emblema de la debacle de los liceos emblemáticos, un pilar republicano en materia de educación pública. Algunos podrán argumentar que esto es producto de las circunstancias actuales, pero creo que es mucho más que eso. En términos relativos, una caída del ranking que te deja fuera de los 100 establecimientos con mejores resultados no tiene dos interpretaciones para el Instituto Nacional: es una catástrofe.
—¿Cuáles, a su juicio, son las claves para poder recuperar el Instituto Nacional?
—A estas alturas yo soy pesimista respecto a esa posibilidad. Esto dejó de ser un tema solo de plata. Por supuesto, a todo sistema de educación pública le ha faltado dinero en general, es parte del problema macro. Pero aquí el problema es que hay una falta de conciencia política de la importancia que tuvieron estas instituciones republicanas. Su fin le saldrá caro a Chile.
—”Ser el primer foco de luz de la nación”, como dice el himno de su colegio…
—Ese foco se apagó. En las actuales condiciones, su rol como promotor de movilidad social, su contribución a la formación de una elite más diversa y aterrizada merece dudas. Esa importancia ya no está, nada de eso se observa hoy. Por el contrario, la debacle ha sido recibida con una frialdad e indiferencia por la clase política. Como que esto no importase. Eso choca con una cosa evidente: hay una demanda ciudadana de una clase dirigente con mayor diversidad, con los pies más en la tierra. La miopía política, hace poco factible un optimismo respecto del futuro de estos establecimientos, a pesar de la demanda.
—¿Solo a estos factores atribuye a que en enero aún quedaran 300 cupos disponibles para ingresar al Instituto Nacional, una situación inédita en el colegio?
—Es que además hay que entender la inercia detrás de esto. Por un lado, tenemos los resultados en esta nueva prueba de selección universitaria. Por otro, vimos hace poco que dentro de las postulaciones al establecimiento quedaron cupos disponibles. Entonces, hay problemas a la salida y a la entrada. ¿Qué padre o madre va a apostar por una educación pública supuestamente exigente si es que no asegura siquiera un trabajo educacional normal? Con eso tú vas carcomiendo lo que significa la cultura del establecimiento educacional, esta lógica de formar ciudadanos que van a contribuir a la Patria, así está en la fundación del Instituto.
—El subsecretario Jorge Poblete dijo que el interés de las familias comenzó a disminuir cuando comenzaron los paros y las tomas. ¿Cuán de acuerdo está usted con ese diagnóstico?
—Está el tema de la violencia y de los paros generalizados. Aquí hay responsabilidad de los estudiantes, de los padres, del colegio de profesores. En el caso particular del Instituto Nacional, con mayor publicidad se ha notado esa dificultad por el rol que ha jugado el colegio históricamente. Los paros le pegan más duro, porque la clase media está preocupada de lo que significa su reputación. ¿La clase política? Mucha frialdad. Alcalde tras alcalde dejó pasar la oportunidad y ya parece tarde. Remontémonos a lo que fue la administración de la alcaldesa Tohá, donde no se les puso un rápido ataje a los paros. ¿Qué sorpresa puede causar que años después, las familias miraron poco a poco esta situación y se alejaron del colegio? Es frustrante, por supuesto porque, como digo, esta es la crónica de una muerte anunciada. Quien se muestre sorprendido de esta situación hoy es responsable, ignorante o fantasioso.
—¿Consecuencias?
—Estamos ante el resultado de un desangramiento lento, esto ha sido no una cosa del último año. Llevamos años nefastos para el Instituto Nacional. Las quemas del colegio, el estandarte quemado en el medio del patio, estudiantes entrando a rectoría y quemando salas, personas con overol blanco armando molotovs adentro. O sea, ¿Qué padre con un niño de 10 u 11 años que quiere apostar por una educación pública de calidad mira estas imágenes y dice “este es el colegio para mis hijos”? Al contrario, uno tiene que sospechar de quienes postulan con esta mala situación, habría que llevarlos a tomar mejores decisiones. La realidad es que hay algo que estaba podrido dentro del Instituto Nacional y en otros emblemáticos. Ha sido difícil poder identificar la fuente de la putrefacción, pero hay algo que está podrido y lamentablemente el olor ha sido tapado con esta ideología en contra del mérito, por la frialdad política, los intereses de grupos políticos. Y a estas alturas lo único que pasa es que el olor a putrefacción es tan fuerte, que se desbordó y está en todas partes. Las familias lo sienten y por eso se alejan. ¿Nos puede sorprender que los puntajes nacionales hayan caído? No, quizás la sorpresa es por qué no cayeron más. ¿Sorprende que el número de postulantes del establecimiento viene cayendo y ahora hay vacantes? No, lo sorprendente es que algunas familias sigan apostando a este establecimiento frente a la realidad. Ojalá que las cosas mejores. Esos estudiantes no merecen tal sacrificio.
“Para la clase media que quiere progresar y quiere buscar un ascensor socioeconómico y poder mermar una clase dirigente homogénea, formada de gente que viene de los mismos colegios y barrios, esta es una mala noticia. Esta es una buena noticia para los colegios privados que ahora tienen menos competencia, es una buena noticia para todas aquellas elites que quieren aprovechar sus privilegios porque no van a tener mayores competencias. La clase media pierde. Esta crisis es una muy mala noticia para un país que viene reclamando diversidad en las elites y creo que esa es la lectura equivocada que al final del día hace tan difícil poder anticipar un cambio en esta situación”, afirma Urzúa.
—Algunos analistas explican la crisis a partir del cambio en el sistema de selección de los alumnos. ¿El sistema educacional, a su juicio, no necesitaba reformas?
—En el contexto de un sistema educacional que está en crisis hace tiempo y que ha sufrido reformas educacionales pro calidad que han significado un tratamiento de conducto, pero en la muela equivocada. Aquellos que apostaron por todas estas reformas años atrás, es tiempo que empiecen a dar explicaciones. Porque en un comienzo se blindaban con la dificultad de poder identificar los impactos de los cambios, pero lo que sabemos es que, en términos relativos, el Instituto Nacional y otros colegios emblemáticos están peor de lo que estaban hace 5 años atrás. ¿Aquí no hubo responsabilidad? ¿Quiénes son los responsables de la putrefacción? Aquí hubo un trabajo que fue vestido de técnico, pero que tenía un componente político-ideológico.
—¿Cuál es su mirada como ex alumno, en su fuero más personal?
—Es un tema muy triste. Lo que ha pasado con el colegio genera desesperanza y frustración. Mi vida sería muy distinta si no hubiese ido al Instituto Nacional, no me cabe duda. Hoy el estado de la situación deja pocas dudas: es un colegio que pide a gritos una intervención.
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