Rodolfo Carter contra los narcos. Por Kenneth Bunker

Ex-Ante

La trama de la historia está escrita. Carter es el protagonista que está dispuesto a hacer todo lo posible por luchar contra el abandono mientras que los legítimos portadores de las herramientas del orden miran impertérritos de brazos cruzados. Así, mientras el alcalde lidera la batalla contra los narcos, los otros, imprecisos y torpes, se quedan apuntando con el dedo. Estorban, se confunden, se contradicen, hasta que, al final, se dan cuenta que son ellos mismos los antagonistas de la historia.


El alcalde de La Florida Rodolfo Carter partió desde abajo. Fue asesor parlamentario y dirigente de partido antes de optar a un cargo público. Recién en 2000 apreció por primera vez en una boleta electoral. Ganó como concejal ese año, y repitió en las dos elecciones siguientes. En 2011, reemplazó al alcalde de forma interina y, tras la elección de 2012, lo sustituyó de forma permanente. Fue reelegido en 2016 y 2021. Hoy, es el funcionario de primera línea más longevo y destacado de su comuna.

Carter hizo el “servicio militar” de la política. A diferencia de los que entran arriba, como los que se saltan la fila y entran directamente a competir por un cupo de diputado o senador, el alcalde entró desde abajo. Lejos del debate ideológico y de los tomadores de decisiones, debutó entre lo coyuntural y lo cotidiano. Quizás por sus orígenes, o por su formación académica y laboral posterior, se interesó desde el comienzo en los aspectos menos ambiciosos y elegantes de la política.

En retrospectiva, es claro que fue la decisión correcta. Sería imposible verlo de otro modo, si fue elegido por la gente de su comuna seis veces consecutivas (tres en elecciones de lista, y tres en elecciones de mayoría). Las estadísticas electorales son lapidarias. Pasó de ser el concejal electo con menos votos de su comuna (en su debut obtuvo solo 519 votos en 2000), a ser el tercer alcalde electo con más votos de la historia (en su última elección de 2021 obtuvo más de 90 mil votos).

Quizás el hecho político que más influyó en su éxito haya sido la ruptura con su partido en 2015, que lo obligó a representarse bajo otra luz. En efecto, mediando la renuncia, en el lapso de un par de años, pasó de ser un funcionario municipal como cualquier otro a ser un destacado líder político imposible de ignorar. Pasó de ser un desconocido alcalde interino a ser una de las voces más influyentes del país. Si no hubiese renunciado a su partido, probablemente no estaría donde está hoy. Seguramente, no estaría liderando su coalición.

Carter es un ejemplo perfecto de cómo convertir una carrera de bajo impacto político en una plataforma de influencia nacional. Hoy, todo lo que hace llama la atención. Algunos lo acusan de populista, demagogo y charlatán, mientras otros lo defienden argumentando que es mejor ser blanco de acusaciones injustas que pasar desapercibido. Lo cierto es que, a esta altura, casi dos docenas de años después de haber ganado una elección por primera vez, el alcalde no deja indiferente a nadie.

Lo que ocurre con la demolición de las casas de los narcos en un buen ejemplo. Todos opinan. Los de la izquierda lo acusan de sensacionalista mientras que los de derecha lo celebran por su valentía. Pero, más allá de las interpretaciones, es indudable que lo que está haciendo trasciende el ámbito de la evaluación moral. La decisión de demoler casas de narcos ha abierto una pregunta más profunda sobre el rol del Estado en el combate contra la delincuencia, la violencia y el narcotráfico.

La demolición de las casas de los narcos se ha convertido en un ejemplo de cómo el Estado falla. Si un alcalde debe llegar hasta el punto de demoler casas que son conocidas por sus funciones de producción y distribución de droga, es porque el Estado, por medio del gobierno y sus agencias de inteligencia, no está cumpliendo su función. Así, es fácil ver que la intervención del alcalde es un recurso de emergencia, no una oportunidad política. Si no existieran casas de narcos, no habría casas de narcos que demoler.

En este contexto, el alcalde Carter está ascendiendo a ser una especie de némesis del gobierno. Por medio de sus acciones, indirectamente propone la idea de que el Estado no tiene la capacidad de combatir el narcotráfico como se requiere. Con sus mediáticas demoliciones, le está mostrando al país que el gobierno no tiene la voluntad o la intención de deshacerse del problema. La idea que queda es que solo el alcalde Carter está dispuesto a hacer todo lo que se puede para erradicar el problema.

En esta línea, el alcalde no escatima en denunciar a quienes ve como cómplices pasivos del fenómeno. En una reciente entrevista, no solo acusó al Presidente y a la ministra del Interior de estorbar, sino que también al fiscal nacional. Profundizó en la dicotomía cuando dijo que “son ellos o nosotros”, “o los derrotamos, o ellos se quedarán con nuestro país”. Oportunamente, ejemplificó con una comuna fallida: “o nos convertimos en Valparaíso con funerales de Estado para los narcotraficantes o peleamos con todo para salvar a nuestro país”.

Pareciera ser que el gobierno no entiende bien qué hacer. Si apoyan a Carter, le dan la razón a la oposición, y si lo contradicen, se encasillan con los narcos. Lo que sí es claro es que no hacer algo es el peor de los escenarios. Pues, es obvio que debatir si demoler o no demoler una casa es irrelevante para el objetivo de derrocar el narcotráfico. Y, por lo mismo, enfrascarse en dimes y diretes sólo asegura el fracaso. En vez de aproximarse al problema mediante la narrativa, el gobierno debiese enfocarse en resolver el asunto de fondo.

La trama de la historia está escrita. Carter es el protagonista que está dispuesto a hacer todo lo posible por luchar contra el abandono mientras que los legítimos portadores de las herramientas del orden miran impertérritos de brazos cruzados. Así, mientras el alcalde lidera la batalla contra los narcos, los otros, imprecisos y torpes, se quedan apuntando con el dedo. Estorban, se confunden, se contradicen, hasta que al final se dan cuenta que son ellos mismos los antagonistas de la historia.

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