El sorprendente nivel de consumo de drogas en todos los estratos sociales está en boca de todos, pero en manos de nadie. Basta pasar por algún edificio de los que aún se construyen en nuestro país, al alba, para ser intoxicado con las fumarolas de marihuana que expanden una densa fragancia con tonos de evasión matinal.
Por si fuera poco, la rutina se repite a la hora del almuerzo, donde el postre de la colación es nada más y nada menos que un pito, destinado en la mayoría de los casos a generar una falsa sensación de relajación. Los más osados cierran la jornada con otro porro, esta vez para liberarse del peso de la rutina, prepararse para un posterior carrete o simplemente alienarse de los problemas y crudas realidades que los esperan en sus hogares. La droga, en cualquiera de sus formatos, tiene esa cualidad: produce efectos a gusto del consumidor.
No se trata de estigmatizar. Lo que sucede en muchas oficinas de los pisos más altos de los edificios ya construidos por muchos de estos obreros parece algo distinto, pero en el fondo, es lo mismo y, muchas veces, peor. La diferencia radica en que es otra forma de consumo, privatizada, gerencial, y quizás ya no solo de marihuana, sino de cocaína o drogas sintéticas.
Aquí, las privaciones o aflicciones ya no son materiales; los motivos del consumo son otros, muchas veces tanto o más problemáticos que los de las personas de estratos sociales bajos. Adicciones, muchas disfrazadas de aparentes fachadas que apuntan a un presunto incremento de productividad o creatividad.
Pero sin duda, lo más problemático está en la población adolescente. De acuerdo con datos de la Organización de Estados Americanos (OEA) de 2019, los escolares chilenos son los que exhiben la mayor prevalencia en el consumo de marihuana de la región, por lejos. El 50,2% de los jóvenes entre octavo y cuarto medio que han consumido marihuana lo hicieron antes de los 15 años, y un 27,6% en el caso de quienes habitualmente consumen cocaína, donde Chile también lidera el ranking de consumo en Sudamérica en la población juvenil, de acuerdo con el estudio.
La evidencia respecto de los nocivos efectos del consumo temprano de marihuana es contundente: daño neurológico irreparable, afectación a los procesos cognitivos, como la memoria o la capacidad de desarrollar funciones y operaciones complejas al atrofiarse el desarrollo de la corteza prefrontal del cerebro. A su vez, los consumidores adolescentes de cannabis duplican la posibilidad de desarrollar trastornos mentales, como ansiedad, depresión o, incluso, cuadros psicóticos, entre otros efectos.
Pese a esta dramática realidad, los políticos no parecen estar especialmente conmovidos por este auténtico cataclismo social y sanitario. Por el contrario, algunos de ellos, como la diputada Ana María Gazmuri y otros miembros de la bancada frenteamplista, se han esforzado en mover la frontera hacia mayores niveles de aceptación social del consumo de cannabis, actuando con extrema frivolidad y, por qué no decirlo, irresponsabilidad. Mientras tanto, en la derecha ha primado la inacción.
Pero el intenso debate político que se abrirá a raíz de la próxima elección presidencial representa una enorme ventana de oportunidad para enmendar el rumbo. Las candidaturas de oposición al actual gobierno deberían tomar la bandera de combatir el consumo de droga en nuestra población adolescente con fuerza y convicción, a través de campañas intensas de sensibilización, información y prevención.
Todo indica que la realidad es incluso peor de lo descrito. A la marihuana se ha sumado el peligroso polvo rosa o “tusi”, una mortífera mezcla de LSD, MDMA o éxtasis, anfetamina y ketamina, un anestésico mayoritariamente de uso veterinario, que es cada vez más consumido por nuestros jóvenes con el propósito de desarrollar breves estados de euforia y estimulación sensorial.
Conocido es el culto al tusi que se ha generado a partir de la narcocultura, que corroe valores sociales fundamentales al ofrecer un camino corto al “éxito”, entendido como dinero, estatus y placer. En la medida que este ethos avance en nuestra juventud, será cada vez más difícil promover el ideal meritocrático en el que el esfuerzo, el trabajo arduo y la disciplina rinden frutos en la vida, y son preferibles ante toda forma de atajo para alcanzar los sueños.
Porque como en la película “Réquiem por un sueño”, cada uno de los miembros de nuestra sociedad tiene anhelos y aspiraciones que busca alcanzar. En el filme, Harry sueña con una mejor vida junto a su novia Marion; Marion desea abrir una tienda de ropa y Sara, la madre de Harry, se desvive por tener una figura esbelta para encajar en un vestido rojo que espera lucir en su programa favorito de televisión. Sin embargo, quienes vieron la película, sabrán que la droga se encargó de destruir, sin piedad, cada uno de estos sueños.
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