Finalmente ocurrió lo que la gran mayoría dijo que iba ocurrir: ganó el Rechazo. Por meses, se dieron las razones de por qué ocurriría, y por meses se ignoraron. Se dijo que el proceso tenía problemas de forma y que el texto tenía problemas de fondo. Se dijo que se estaba desperdiciando un momento histórico, pero que, con voluntad, se podía dar un paso atrás para dar dos adelante. Ni los constituyentes ni el gobierno escucharon. Los más estridentes de la Convención acusaron al “coro catastrofista” de vivir en un mundo paralelo y el presidente Boric no escatimó en tomar una posición agresiva a favor de un texto por lo menos controversial.
El proceso estaba condenado desde el comienzo. El pecado de origen fueron las reglas electorales que ayudaron a sectores marginales de la sociedad llegar a controlar la Convención. Normalmente, son los partidos políticos, por medio de sus estructuras jerárquicas, las que ocupan ese rol, representando a las personas y canalizando sus ideas. Pero en este caso fueron los independientes, que, por ser independientes, no representaron a nadie más que ellos mismos. Así, se tomaron el proceso e hicieron lo que quisieron. Nadie los vetó, nadie les dijo que sería una mala idea agregar todo lo que quisieran al texto.
La izquierda, políticamente correcta y tácticamente sagaz, no los frenó. Les permitió tironear la constitución a la izquierda para que cuando ellos propusieran lo suyo, se viera comparativamente moderado. Así, el texto se fue llenando de “pork”, como se dice en jerga legislativa. Se fue llenando de artículos contradictorios. Finalmente, resultaría en un documento tan incoherente que hasta los ojos menos entrenados se darían cuenta que no tenía mucho sentido. La cámara de eco no ayudó: el gobierno y los constituyentes se enamoraron del texto, y catalogaron toda crítica de ignorante e injusta. Defendieron algo que casi 8 millones de personas luego rechazaría.
El error de cálculo no es casual, es parte de un patrón. Por ejemplo, se dijo que la crisis económica jugaría un rol en la decisión de las personas, pero el gobierno no escuchó. Le dio un bono de 450 mil pesos a los artistas para movilizar a su base, siendo que era obvio que eso no resolvía nada y que el esfuerzo no solo sería insuficiente, sino que sería leído como una desconexión fundamental entre el gobierno y la clase media. Lo mismo va para la crisis de seguridad, la cual, a pesar de ser un tema prioritario para la gente, pareció siempre estar al final de la lista de prioridades del gobierno.
En fin, problemas de forma, problemas de fondo, y problemas contextuales explican el resultado del plebiscito. En su conjunto, explican con parsimonia la victoria del Rechazo. Y no debería ser sorpresa, pues, como se menciona arriba, se habló de que ganaría el Rechazo precisamente por estas razones desde al menos febrero de 2022. Pero por la cámara de eco que existe en la izquierda, la cancelación, el voluntarismo, la vanidad, el sentido de superioridad moral, y la simple negación, no se le dio bola. Se avanzó, sin transar, sin negociar, sin pensar. Se avanzó sin importar. Se avanzó por negligencia y por diseño.
Hoy, es casi cómico ver cómo los artífices del proceso, incluyendo a quienes diseñaron las reglas electorales, intentan buscarle una explicación a la derrota. Es como si recién estuvieran despertando del letargo. Es como si recién estuvieran dispuestos a explorar la estructura societal chilena y sus determinantes electorales. Es casi cómico porque la extensión de las explicaciones ha llegado a niveles tan absurdos que si se persiguen los argumentos hasta sus raíces se llega a descubrir que lo que en verdad están diciendo es que el texto era bueno, pero ya que los medios manipulan a la gente, y que la gente no puede evitar caer en la manipulación, ganó el Rechazo.
La explicación es francamente delirante. ¿Cómo se explica, entonces, la victoria de Gabriel Boric solo unos pocos meses antes? ¿En ese tiempo los medios chilenos no manipulaban a las personas, o las personas no se dejaban manipular? ¿En diciembre no existían las fake news? Si hubiese sido un gobierno de otro signo probablemente la culpa la tendría el flujo del transporte público, o la desprolijidad del Servel. Si hubiera llovido, hubiera sido culpa de la lluvia. En fin, es evidente que el cortoplacismo y la miopía que se usó para aproximarse a la elección es la misma que se está usando para analizar su resultado.
Por fortuna, mucho de eso va muriendo. No es casualidad, simplemente no tiene lugar en el cuadro que viene. Tras la paliza del Rechazo, el proceso vuelve a la democracia representativa, y a los partidos, no a los independientes, a los partidos. Esto debiese resolver buena parte de los problemas que hubo en el primer proceso constituyente. No todos los problemas, pero buena parte. Con los partidos de vuelta en los controles del proceso, será más fácil conseguir acuerdos transversales y representativos, y con eso, maximizar la posibilidad de promulgar una nueva Constitución en el corto plazo.
Lo que está en duda ahora, no es la continuidad del proceso constitucional, son las reglas bajo las cuales se competirá. Y ese es el debate que se está dando por estos días. Afortunadamente, se está dando en el Senado y no en el Palacio Pereira. Al menos, en la teoría, debiese encaminar el proceso hacia un buen resultado. Con Álvaro Elizalde y Javier Macaya a la cabeza de las negociaciones, se debiese poder llegar a buen puerto. Pues, ellos, a diferencia de quienes estuvieron en el primer proceso, no solo tienen una experiencia fallida de la cual pueden aprender, sino que además entienden la importancia de escuchar y conceder.
La altura de miras de Elizalde y Macaya contrasta fuertemente con la arrogancia de quienes escribieron la primera propuesta y de quienes hoy buscan culpar a los medios de engañar a la gente para justificar sus propias fantasías. El texto que salga probablemente no será convincente para la base política del Apruebo, pero al menos será producto de un proceso organizado desde el aprendizaje, sin rencor ni rabia, y apoyado por un andamiaje institucional que brilló por su ausencia en el proceso que murió el 4-S. Por supuesto, no tiene por qué ser un proceso inmaculado. Cambios de esta magnitud siempre traen cuotas de caos.
Pero, parafraseando lo que dijo el presidente Boric el 14 de marzo de 2022, tres días después de haber debutado en el poder: cualquier resultado será mejor que lo que ocurrió con el primer proceso constituyente (QEPD).
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