-¿Diría que el desarraigo es el denominador común de su literatura?
-Sentirse desarraigado es algo que puede ocurrirle a las personas cuando están a solo 10 kilómetros de casa, pero yo estoy interesado en movimientos de gente más amplios. Personas que tienen que abandonar sus países, obligados por la violencia, la guerra o por otras razones. Ha sido en parte mi propia experiencia: a lo largo de mi vida he tenido que lidiar con el desarraigo de estar en otro país, pero hay millones de personas en la misma situación. No solo en Europa, sino en América, en Australia y en Sudáfrica. Es un fenómeno global. Hoy día, tenemos a millones de personas que viajan desde el sur al norte y eso está generando problemas en Europa.
-Usted llegó a Inglaterra siendo joven, exiliado. ¿Generó un trauma en su familia?
-Estoy convencido de que el trauma de una familia que vive el exilio se transmite de generación en generación. Yo tenía 18, no era un niño, porque uno a esa edad ya ha vivido una vida y es muy difícil olvidar el pasado. Quizá es más fácil la adaptación, cuando uno pasa los años de formación en otro país. Pero para los niños genera mucha confusión.
-Usted ha escrito sobre los refugiados, ¿qué piensa de la guerra en Ucrania y de los millones de desplazados que han escapado de su país?
-Lo que siento es compasión. Qué más se puede sentir cuando ves algo que es sin duda un ataque cruel y malévolo sobre los hogares de muchas personas. Es terrible ser testigos de esto. En cierto modo tienen suerte, por una razón: hay muchos que han respondido con compasión en muchos lugares del mundo pero sobre todo ha sido así en los países vecinos. Pero no todos los pueblos son bien recibidos, como lo están siendo los ucranianos. Basta pensar en africanos o asiáticos.
-¿Qué opina de que Europa se vuelque con compasión con los refugiados de la guerra de Ucrania y no haga lo mismo con los provenientes de África y de Oriente próximo?
-Para mí no resulta nada sorprendente que los países europeos muestren más simpatía por los ucranianos: son vecinos y algunos son gente de la misma familia o amigos. En algunas zonas de Alemania y Rumania en así. Pero es triste que este tipo de hospitalidad, este tipo de preocupación humana no siempre se extienda también a los afganos, sirios, iraquíes, que por ejemplo aparecieron en la frontera entre Polonia y Bielorrusia, y que fueron devueltos, después de estar expuestos allí a la intemperie en pleno invierno.
Ahora las autoridades polacas están mostrando una preocupación igual para personas que vienen de otras zonas, no solo de Ucrania. O sea, creo que esta publicidad ha servido para exponer en cierto modo esta actitud parcial o sesgada hacia las personas que vienen de países de distintas procedencias: los vecinos o los procedentes de lugares más apartados. Eso es algo positivo que podemos sacar.
-Después de ganar el Nobel, ¿ha cambiado su relación con la escritura?
-Todo el mundo quiere saber si me ha cambiado la vida. Lo cierto es que me ha hecho muy feliz el premio y sumarme a una lista de autores que tanto admiro, y que vienen de tantos lugares. Mis editores y agentes me dicen: “¡Ahora puedes entrar en este club!”. Es fantástico. Y es maravilloso que haya tantas personas que quieran leer mi obra. Es el sueño de cualquier autor.
Pero desde el luego el cambio trae otros problemas: las entrevistas, las peticiones, los encuentros. En estos momentos estoy dispuesto a todo, pero en algún momento también será genial volver a tener tiempo para poder escribir.
-Su novela Paraíso, cuando fue publicada en español en 1997, pasó sin pena ni gloria. Colonialismo, migración, sociedades multiculturales eran los temas. ¿Hemos tomado conciencia de esta problemática o es una ilusión de la corrección política?
-Paraíso se publicó en inglés en 1994. Fue bien recibida, se escogió para el Booker Prize y se vendió bastante bien. Debo decir que Paraíso trataba sobre la llegada del colonialismo a la parte del mundo donde yo vengo en África. Es cierto que he escrito sobre migrantes y refugiados. Pero ocurre otra cosa: en algunas partes de Europa hay una reticencia a los migrantes. Hacia los extraños. Y no es ninguna novedad. Tiene que ver con la distancia y porque vienen desde el sur. Esta reticencia tiene que ver con un cierto racismo.
No todos los países han respondido con racismo a este problema. Alemania lo hizo muy bien con la acogida de los sirios; España y Portugal también han acogido a muchas personas, pero algunos países no lo han hecho. En algunos países se habla de estos movimientos de personas como si fueran delincuentes. Personas que están aquí para provocarnos daños, para robarnos la prosperidad o algo así. Para arruinar nuestras cómodas vidas.
-¿De qué manera la literatura sirve para entender la migración?
-No se trata solo de la migración sino de los asuntos que no sabemos. Leemos libros por muchas cosas: el placer de las palabras escritas de una manera hermosa o comprender mejor a una persona. La Literatura nos sirve para reconocernos, pero también nos engancha a cosas que no conocemos, es una manera de aprender. Hay un elemento de novedad. La literatura nos conecta con perspectivas que no conocemos, pero de una manera que las hace accesibles y nos permite entrar en esas experiencias que no siempre el mundo académico puedo ofrecer.
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