En los meses posteriores al estallido social de 2019, una mayoría social clamaba por una nueva Constitución. Los estudios de opinión mostraban que la idea de cambio constitucional se vinculaba con mayor igualdad y equidad, como también con cambios profundos en salud, educación y pensiones.
Por más que expertos constitucionalistas, de diversos sectores y posiciones respecto de la Constitución del ’80, señalaran que las constituciones son un marco de entendimiento común, una ley superior a las demás leyes y no un programa de gobierno ni un listado de derechos, las subjetividades ciudadanas de ese momento seguían depositando sus esperanzas de cambios en la nueva Constitución.
Una hipérbole de expectativas que, más que morigerarlas como planteaban los expertos, la política terminó inflando para sintonizar con las subjetividades cotidianas de los matinales de turno. Y, para no ser menos, tres años después la Convención terminó proponiendo un texto maximalista y en clave de programa gubernamental que resultó inverosímil para la mayoría de la población.
También, por esos meses de 2019, la demanda por mayor igualdad calaba profundo entre la ciudadanía que responsabilizaba a los “30 años” de haber agudizado la desigualdad. Un 73% de la población consideraba que durante los últimos 30 años la desigualdad en el país había aumentado, mientras que sólo un 5% juzgaba en esos años se había logrado reducir.
El imaginario social mayoritario alentaba también la idea que la pobreza o no se había reducido o bien había aumentado en los últimos 30 años (73%). Pese a la insistencia de los economistas y la tecnocracia en que los datos duros mostraban que, objetivamente, se había reducido la desigualdad (coeficiente de GINI), y que la pobreza había disminuido significativamente, la respuesta subjetiva no variaba: Chile era cada día más desigual, un mantra repetido en la conversación política de cada matinal.
En 2020 llegó la pandemia y con ella las obvias angustias sanitarias y económicas. Ante la falta de ayudas contundentes del Estado, se abrió la puerta al retiro de los fondos de pensiones de los trabajadores para paliar la falta de ingresos.
La propuesta de comerse los ahorros resultó tan popular que, pese a la insistencia de los expertos, incluido la de Mario Marcel, entonces presidente del Banco Central, el Parlamento terminó aprobando no uno, sino tres retiros de fondos previsionales. Pese a que la ayuda estatal ya fluía profusamente, la política siguió inyectando liquidez a la economía sabiendo que se engendraba una crisis inflacionaria.
A finales de 2021, el Covid pareció en retirada y el país se abrió por completo. El fin de las restricciones a la movilidad nos devolvió a las calles y con ello se destapó una crisis de inseguridad pública anestesiada por la pandemia. Se desbordó la violencia, ya no sólo asociada a delincuencia sino ahora también a narcotráfico y crimen organizado que derivó en una ciudadanía tan tensionada por la inseguridad que dejó de lado otro tipo de preocupaciones. Concomitante a ello, la confianza en Carabineros escaló y escaló para llegar al 79% este mes.
La angustia llevó a que muchos de quienes clamaban por más libertad durante la pandemia ahora pidieran restricciones e incluso estados de sitio. Creció la demanda por liderazgos autoritarios y el clamor popular pidió más atribuciones para Carabineros y las fuerzas de orden y seguridad.
El Congreso aprobó rápidamente la ley Nain-Retamal que amplía significativamente las atribuciones de Carabineros. Esto, pese al llamado de atención que, esta vez, expertos penalistas, hicieron en cuanto a lo riesgoso que resultaba legislar “en caliente” estos temas, por muy urgentes y populares que fueran. Legislación de matinal la denominó el jurista Francisco Cox.
Entre las características que definen al populismo está el renegar del saber técnico y la evidencia empírica para plegarse discursiva y emocionalmente a las subjetividades sociales del momento.
Mirado en retrospectiva, pareciera que llevamos ya varios años de una dinámica política que se desapegó de la técnica, se olvidó de pensar sistémicamente y se acopló, sin más, a lo popular. Hoy lo popular es pedir estado de sitio, restringir libertades, cerrar el Congreso, olvidar el proceso constituyente e ir a los matinales a culpar de todo al gobierno.
En fin, supongo los expertos ya habrán advertido los riesgos de este populismo de matinal.
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