Cualquier cosa que se pueda decir sobre Marcela Ríos, (ex) ministra de Justicia, es una injusticia. Es imposible decir que ha hecho bien su trabajo. Pero casi todo lo que ha hecho mal no lo ha decidido ella, ni dirigido, ni controlado tampoco.
Marcela Ríos como ministra de Justicia es ante todo un desperdicio. Posgraduada en Estados Unidos, politóloga infaltable en todos los copuchentos WhatsApp de politólogos, número puesto en comisiones de estudio de los más diversos temas, toda una vida en distintas organizaciones en Naciones Unidas, nació para ser la jefe de estudios del gobierno o estar en algún lugar del segundo piso donde se pondere la información.
Feminista convencida y convincente, parte infaltable del directorio de Comunidad Mujer, habría sido también una regia ministra de la mujer, una de seguro mucho más convocante y popular que la actual. También habría sido, con sus variados estudios en la materia, una buena ministra de Desarrollo Social. Al menos una ministra mucho menos joven y alocada que el ministro actual.
En muchas otras tareas gubernamentales Marcela Ríos habría brillado con luz propia, pero no en todas. Es evidente que Marcela Ríos no está hecha para ser ministra de minería, de Deportes, de Ciencia y mucho menos, claro de Justicia.
Marcela Ríos no es abogada en un ministerio que hace de puente entre los tribunales de justicia y el gobierno. No soy de los que creen que todos los ministros de salud tienen que ser doctores, o los de educación profesores, o menos que los de cultura deban ser ex actores de telenovelas. Pero es evidente que él que no es parte de los gremios con los que debes conversar, debe compensar esta falta con una habilidad política que les permita, como a cualquier buen político, entender lo que no entiende, y ver lo que de demasiado cerca no se ve.
Marcela Ríos no solo carece de esta experiencia política, sino que pasó los años en que podría haberla adquirido, estudiando la política científicamente. Años de cuadros estadísticos, de estudios cualitativos y de bibliografía preferentemente en inglés, datos y data que es una forma como otra de ahogar la intuición, que es la base sobre la que cualquier buena política fundamenta su actuar.
Y claro hay buenos comentaristas futbolísticos que fueron buenos jugadores en su tiempo. Aunque lo contrario es casi imposible. Cuando se habla de la “falta de calle”, no se habla de saberse de memoria el precio del transporte público o el kilo de pan, sino justamente de ese prurito de objetividad, ese respaldo en cifras y metodología, que permiten hablar de tu país y tu sociedad como si se tratara de un Conejillo de Indias en el que no tendrías arte y parte.
Es lo mismo que se le critica a los “ñuñoínos”, la sensación de que los habitantes de esa comuna mental viven muy lejos, en un Uruguay que estuviera a tres kilómetros de Londres en que se suspira por lo mal que esta “este país” alias “Chilito”. Un extraño país improbable ordenado y limpio que creyó que el 18 de octubre de 2019 no solo era la culminación del malestar que llevaban años diagnosticando, sino la búsqueda de un nuevo trato, el comienzo de una revolución “rizomática”, la bendita purificación por el fuego de nuestras impurezas de la transición.
A la postre ese análisis condescendiente que no quiso ver que era el museo Violeta Parra lo que quemaban tres veces. La idea peregrina que esto era una continuación de la UP cuando era justo su negación. Es el error central de los indultos de fin de año que se han convertido en la pesadilla de la (ex) ministra Ríos. Pesadilla a la que se suma que el Presidente haya cuestionado una sentencia de la Corte Suprema misma. Una defensa, la del Presidente, que no solo necesita a alguien que haya estudiado derecho, sino uno de esos abogados tiburones que sacan a los narcos o los coludidos de la cárcel con felicitaciones de los tribunales.
Las monarquistas creemos en los indultos porque creemos que el monarca representa la justicia de Dios, o de los Dioses, una justicia que es superior a la de los hombres. Pero lo cierto es que los presos del estallido atentaron contra la democracia de todos, por los que deberían ser los últimos en poder ser indultados. Por lo demás merecían la cárcel solo por tontos, por no ser capaz de darse cuenta de que un soldado sin generales está condenado a perder siempre la batalla.
¿Qué hace la (ex) ministra Ríos ante la impulsividad de un Presidente que no entiende que no se puede regalar lo que no se tiene, es decir en su caso popularidad, autoridad, cariño popular? Porque la inflación, la falta de control migratorio, la guerra en Ucrania, la inseguridad, son todas cosas heredadas, pero poner una ministra de Justicia que no es abogada, es cosa suya y solo suya. Una idea fantasiosa e inútil que se hace más inexplicable si se piensa que es eso lo único que el Presidente ha estudiado: Derecho en la facultad ídem de la Universidad de Chile. Lugar donde debió conocer abogados capaces para el puesto.
No se tituló Gabriel Boric. No fue abogado y quizás piensa que los que sí llegaron a serlo son los que están equivocados. O aprendió de su contacto a odiar sus leguleyadas, a despreciar su soberbia, y desafiar sus sentencias. Poner una ministra de Justicia que no pasó nunca por las clases de Derecho Penal y Derecho Romano, puede ser parte de esa venganza inconsciente. Los caminos del subconsciente son impenetrables.
Sea cual sea la razón por la que este aprendiz de abogados ha decidido enfrentarse a los magistrados, el resultado no puede ser más que desastroso para todas las partes en conflicto. Empezando por la pobre ministra injustamente a cargo de un ministerio que no le queda ni grande ni chico, sino lejos, muy lejos.
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