El Catenaccio es un sistema de juego adoptado principalmente por la selección italiana de futbol. Se trata, después de haber marcado el primer gol, de armar en su propio terreno una defensa tan férrea que no permite al equipo contrario ni un poco de margen de acción. La variante chilena de este sistema de juego es acumular a todos los jugadores posibles entre un palo y otro del arco propio para que no pueda entrar la pelota del equipo contrario. Esto sucede en Chile cuando ya el contrario marcó un gol, y el destino del partido es ya irremediable.
Algo de esta variante del fútbol chileno me recordó este interminable punto de prensa en que el Presidente y todos y cualquiera de sus ministros y subsecretarios que tuvieran algo que ver con seguridad, dieron juntos como un solo gran equipo encargado de evitar que marcaran el gol que el crimen organizado acababa de celebrar con todo: los balazos locos o no tanto en Lampa y Quilicura.
No dudo que, en muchos aspectos, el trabajo paciente de la ministra Tohá y su equipo estaba rindiendo frutos, pero frente al ruido de las balas y la impunidad con que algunos se comunican con ellas, cualquier enumeración de programas, siglas, encuestas y mapas interactivo, se hace poco. Sobre todo cuando la sensación de que el crimen organizado se lleva barrios enteros de varias ciudad se junta con la carestía en los productos básicos, que nos hace vivir otra inseguridad más primaria aún: no la de morir por culpa de una bala loca, sino de poder seguir pagando la vida loca a la que se nos ha obligado a vivir.
El grupo de ministros y subsecretarios querían, al juntarse bien apretados con el Presidente ante el micrófono, dar la imagen de una gran familia unida contra el crimen. En esa gran familia, casi toda socialista, casi todos silenciosos, impermeables, grises, discretos, el subsecretario Eduardo Vergara Bolbarán resulta, de alguna manera, siempre un afuerino. Especialista en drogas y delincuencia, con un amplio curriculum académico, Vergara fue, durante, años el intelectual orgánico del Partido Progresista, la plataforma política de Marco Enríquez-Ominami. Para gente como Monsalve o la misma Tohá que nunca se han permitido nunca ni un discolaje, toda una herejía.
Algo en su aspecto traiciona ese origen diverso. Rancagüino, de esa provincia tan cerca en kilómetros a Santiago y tan enormemente distante mentalmente a la capital, Vergara tiene cara de Meme no solo porque se parece vagamente al luchador y actor Laurence Tureaud, alias Míster T.
Su manera de manejar su cuerpo y de vestir sus trajes no logra nunca la gris neutralidad de Monsalve, o la cortante claridad de Carolina Tohá. Nacido en 1979, Vergara pertenece a la generación más huérfana de la política chilena. La que tiene los postgrados de los más jóvenes, pero no sus ilusiones. Los que vieron los últimos terrores de la dictaduras y los primeros brillos de la transición pero se quedaron huérfanos de convicciones y certezas.
Generación de ganadores que perdieron una y otra vez las elecciones a las que se presentaron. A Vergara, que no consiguió ser diputado en las dos elecciones en que se presentó, no le quedó otra que viajar de mesa redonda en mesa redonda interregionales, hablando de seguridad y narcotráfico, mientras se trasladaba a vivir al bello y crepuscular balneario de Pichilemu.
Terminó su viaje político como militante en el PPD. Como tal, el Presidente Boric lo hizo subsecretario de Prevención del Delito. Raro nombre de raras atribuciones, que no tiene casi ningún poder de fuego, y que más bien se encarga de estudiar las probabilidades del crimen. Es decir, predecir el futuro. Prevenir es mejor que curar dicen, pero es más fácil curar que prevenir porque lo que sucederá es una probabilidad, y lo que pasó es un hecho.
Es bastante evidente que lo que está fallando en seguridad en Chile es justamente la prevención, o más bien la previsión del delito. El gobierno no parece saber a tiempo donde se iniciará el fuego, o al menos no es capaz de entregar un mapa claro de dónde están las bandas, cómo se llaman y cómo se puede combatirlas antes que celebren su existencia los domingos a balazos. No tengo duda que conocen a muchas de ellas, pero esto no les impide estar siempre reaccionando cuando parece ser demasiado tarde.
A Eduardo Vergara no le falta conocimiento ni voluntad, pero sí la habilidad política suficiente para contarnos a tiempo dónde estamos, de dónde venimos, y a dónde vamos y no ir acumulando medidas según los eventos solo para que los matinales calmen sus ansias de vender apocalipsis a las 11 de la mañana.
Lo único que sabemos -y lo sabemos mucho más ahora que conocemos que la guerra de Bukele era una mala comedia- es que en seguridad pública no hay soluciones mágicas o simples. Mucho más útil hubiera sido que estuvieran en la conferencia de prensa de seguridad, los ministros de Transportes, Educación y Salud. No puedo imaginar la indignación de la oposición si hubiera sucedido así, pero lo cierto es que la delincuencia es un tema demasiado importante para dejárselo en mano de las policías.
La desintegración urbana, el descontrol migratorio, la falta misma de lenguaje común en que expresarnos, influyen tanto o más que la pobreza, y las bandas de narcotraficantes internacionales han ido encontrando en Chile esos paraísos en que, peleadas entre sí la política, la policía y la justicia, los dejan vivir en paz.
Lo cierto es que más allá del bien o del mal, el crimen organizado se organiza porque es un buen negocio. Es lo único que se puede realmente hacer contra él: convertirlo en un negocio no tan rentable, o demasiado arriesgado para ser solo rentable. Todo eso lo sabemos todos. Y el subsecretario Vergara, con cifras y citas que no ha podido del todo comunicar a un público que prefiere distraerse de la tensión ambiente, recordando al escucharlo los mejores momentos de “Los Magníficos”, ese grupo de forajidos ex soldados de Vietnam, que hacían justicia por sus propias manos.
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