Perfil: Axel Kaiser. El deber de indignar. Por Rafael Gumucio

Escritor y columnista

Kaiser se convierte en el hombre que dice los que muchos no se atreven a pensar, pero piensan igual. El que rompe el consenso y asusta a los consensuados y encanta a los que por a,b,o c motivo se sienten excluidos de este consenso. Una estrategia tan vieja como Trump, Bolsonaro, y el mejor amigo de Kaiser, Javier Milei. Claro que todos ellos tienen algo de barrio bajero, algo pendenciero, algo vulgar, que Kaiser no tiene.


Un grupo de jóvenes no tan jóvenes se reunió delante de La Moneda. Se autodenominaron “Juventud Republicana”. Mas asustados que insolentes, este extraño reparto de gente que nadie saca a bailar, declaró que el 11 de septiembre no era una fecha que conmemorar, sino una fecha que celebrar. De alguna manera intentaron saltarse uno de los consensos esenciales de nuestra sociedad: el que nada o nadie justifica una dictadura, sobre todo una larga y criminal que se dedicó hasta el último día a torturar y asesinar a sus oponentes.

El acto podría haberse dejado olvidar fácilmente si Axel Kaiser, abogado, filósofo y hasta economista no lo hubiera defendido en una serie de cartas que lo opusieron a un grupo de ministros de Piñera de su misma edad.

La estrategia no puede ser más evidente: los jóvenes republicanos provocan, los provocados responden, Kaiser eleva unos centímetros el debate hacia las cartas al diario. Las cartas logran convertirlo en la cabeza visible de una provocación en que no tuvo protagonismo. Una provocación que en twitter, el reino de la desmesura, aumenta en proporciones míticas.

Se convierte en el hombre que dice los que muchos no se atreven a pensar, pero piensan igual. El que rompe el consenso y asusta a los consensuados y encanta a los que por a,b,o c motivo se sienten excluidos de este consenso. Una estrategia tan vieja como Trump, Bolsonaro, y el mejor amigo de Kaiser, Javier Milei.

Claro que todos ellos tienen algo de barrio bajero, algo pendenciero, algo vulgar, que Kaiser no tiene. Milei, para no ir más lejos, es un perfecto ejemplar de la clase media de Buenos Aires, que seguro sufrió los golpes e insultos de los matones del barrio, pero que algo aprendió de ese bullying que ahora aplica para tratar a todos lo que no piensan como él. Puede así fingir en el escenario la gestualidad de una masturbación, putear desde Olivos a la Casa Rosado, cantar rock en el escenario, o andar con novias imitadoras y vedettes.

A Kaiser hasta la palabra “huevón” le sale descomedida. No se le habría ocurrido nunca juntar la palabra “Libertad” con la palabra “Carajo”, ni dejarse patilla de libertador. Uno se lo imagina con dificultad empujando a alguien, cantando con los pantalones semi caídos, y menos siendo el objeto del amor de alguna vedette.

No es que sea un santo, pero cuesta imaginarlo en carretes donde todos no sean igual de rubios que él. Y ni siquiera, porque a Kaiser hasta la sílabas le salen completas y las frases también. Tan completas que no es capaz de acuñar esos lemas y titulares en que se especializan sus colegas populistas de derecha.

Su único titular no fue suyo, sino de Mario Vargas Llosa. Entrevistado por el académico, este último le preguntó si habían dictaduras buenas y el Nobel peruano se despachó a su gusto una defensa de la democracia como principio irrenunciable.

Por supuesto, Kaiser tenía hasta cierto punto razón y siendo todas las dictaduras malas (y casi todas corruptas) es imposible no preferir unas sobre otras. Pero la astucia adolescente, mezclada con la falta de sutileza con que hizo la pregunta permitió a Vargas Llosa lucirse y Kaiser quedar como un inexperto, que es lo que después de tantos años de experiencia, le sigue pasando.

A Kaiser Axel, como a sus hermanos Johannes y Vanessa, le asiste una pasión por incomodar, pero sucede que resultan incomodar menos sus ideas que la seriedad herida, la falta de sutileza de humor (aunque Vanessa algo de humor tiene) con que intentan hacer bailar el grosor rotundo de sus ideas en la cristalería de su elección. I

Ideas, en el caso de Axel, plenamente libertarias, pero nada libres, perfectamente atadas por nudos ideológicos a libros mal leídos, o peor aún, a libros ilegibles. Un neoliberalismo catequístico al que Kaiser le agrega muy poco de su propia cosecha, de su propia experiencia, de su vida en Villarrica o en Santiago, de su experiencia de ser latinoamericano en Europa.

Leyendo muchas entrevistas logré saber que admiraba a John Lennon y que quiso ser pianista. Baila, va a fiestas, pololea, pero no fuma. Su pasión es tener la razón, sobre todo si nadie más la tiene. Eso y las leyendas y mitos germánicos en su versión moderna, que lo llevaron a escribir su primera novela Asgalard, donde el mal y el bien combaten en un mundo de héroes y conjuros.

Novela que tiene, por cierto, una lectura liberal, aunque justamente el liberalismo clásico busque acabar con las obligaciones y terrores de la épica y reemplazarlos por los claroscuros de novelas de análisis como el Adolfo de Benjamín Constant, o la picarescas desmesuradas del Cándido de Voltaire o Jacques el Fatalista de Diderot.

Toda novela es siempre una forma de autobiografía y esta en que una madre tiene que luchar para dar a luz a un héroes, representa mejor el universo mental de Axel Kaiser. Empezando por el hecho cierto que casi todo en su mente, esta no sucede en Chile, o en nada que se le parezca, sino en ese norte mítico en que Richard Wagner situó casi todas sus óperas.

Paradojalmente esa pasión por el norte es quizás lo más chileno que tiene el libro, y tienen los Kaiser, porque en Alemania o en Austria, después de todo lo sucedido a mediados del siglo pasado, nadie se atrevería a ser tan impunemente germánico. Axel goza, a Dios gracias, de esa libertad, la de ser más germánico que todos los alemanes y austríacos juntos, y también la libertad de defender el golpe militar y el gobierno ídem.

Tiene todo el derecho, aunque no el deber, de molestar con su versión sin máculas ni dudas de la verdad siempre absoluta. Pero nos asiste también el derecho por preocuparnos de esa perpetua palidez, y ojeras, de su falta fatal de sonrisa, de lo poco libre que resulta su obsesión por la libertad.

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