Los padres de Ángel Valencia quisieron, al ponerle nombre, regalarle un destino ligero, benigno, volátil. Quisieron que fuera un ángel más ángel de lo que ya son los niños. A primera vista no les salió del todo bien la apuesta. Ángel Valencia no es en ningún sentido un querubín. Grande, enorme. Ancho, fornido, además, resulta imposible para él esconderse o pasar desapercibido. Todo en XXL, no necesita comitiva para desde su entrada impresionar. Los ternos de color gris, o azul que parece gris, típico de cualquier otro abogado del centro, apenas cubren la enormidad de su humanidad que intenta infructuosamente comportarse como si midiera 1,70 mt.
Sonríe y esa impresión de estar ante un gigante contra el que preferiría nunca enfrentarse en riña alguna, desaparece. Valencia no habla fuerte, ni usa frases terminantes casi nunca. Se ve que es amigo de sus amigos, aunque quizás éste sea uno de sus principales problemas a la hora de cumplir con su papel como fiscal nacional en medio de una de las peores crisis institucionales del país: Tiene demasiados amigos.
Valencia estuvo en el origen de la reforma procesal penal. Fue de los que ayudó a ver nacer este sistema que tiene en su cúspide ese extraño personaje llamado fiscal nacional: una especie de súper investigador nacional a cargo de todas las causas, siempre en el foco de la noticia, supervisado por nadie en concreto, y por todos al mismo tiempo. Algo así como “el señor justicia” una especie de superhéroe sin poder especifico que debe al mismo tiempo suplir todas las fallas del resto de los superhéroes del poder judicial.
La opacidad de los jueces a la antigua es reemplazado por la hiperactividad, siempre sedienta de publicidad de los fiscales. Estrellas en sus jurisdicciones, obligados a chocar con las estrellas vecinas. Todo eso bajo el mando de una estrella mayor que pocas veces logra poner en orden ese ejército en que todos se creen generales.
Es así el fiscal nacional, el enemigo más temible del mundo político que de tarde en tarde es investigado por algún fiscal demasiado honesto, o simplemente sediento de publicidad. Pero es también su mejor “amigo” porque para ser nombrado tiene que ejercer un ruidoso lobby que lo obliga a dar garantía a todos los senadores y algunos diputados al mismo tiempo.
Valencia no fue la primera elección de La Moneda. Tampoco mataba de ilusión a la oposición, pero había hecho clases en sus universidades favoritas (San Sebastián, la Católica). Asesoró a Alberto Espina, y es “compadre” de Álvaro Elizalde. Asesoró a la bancada de RN, pero defendió a la ministra Tohá en el caso Publicam.
También defendió a Rafael Garay, al ex general director de carabineros Bruno Villalobos, y al juez Luis Barría, acusado de delitos sexuales. Este último aspecto, su amplia carrera como penalista especializado en casos imposibles, lo que lo obliga a bailar, con su metro 95 y sus más de cien kilos, sobre un campo minado donde todo está a punto de estallar todo el tiempo.
El Caso Audio expone a la luz pública comportamientos más o menos habituales, no por ellos menos reprochables, entre los abogados penalistas que defienden lo indefendible en distintas cortes del país. Luis Hermosilla siempre fue entre ellos el más audaz, el menos escrupuloso, el que conocía a más gente en más lugares al mismo tiempo. Pero el WhatsApp de Ángel Valencia, de publicarse, no sería tan sabroso y gráfico como el de Hermosilla, pero de seguro está lleno de llamadas que no se deberían hacer.
Ángel Valencia se lleva bien con mucha gente, y mucha gente quiso llevarse bien con Ángel Valencia, una cordialidad que a la hora en que la justicia vive su peor crisis no puede ser más que peligrosa. Por eso los silencios, las declaraciones cuidadas, la entrega de los audios a la parte contraria y los viajes en comisión de servicio. Esfuerzo desmedido que hace el fiscal para ser lo menos visible posible, por ser lo más descrito, sonriente que puede llegar a ser.
Trabajo de joyería que no impide la triste verdad de que Ángel Valencia le toca ahora investigar y perseguir a los que eran hace poco no solo sus colegas abogados, sino sus competidores y amigos en el terreno del penalismo. Gente que puede admirar o detestar, pero en los que no puede dejar de verse reflejado.
El Ángel que habita en el fiscal Valencia, tendrá que usar, entonces, todo el poder de sus alas, para escapar a ese enorme infierno que van abriendo sus círculos en el corazón de lo único que no debería fallar en nuestro estado: La justicia para todos.
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