Tras el plebiscito constitucional de septiembre de 2022, estudios con distintos enfoques y metodologías llegaron a una conclusión similar: el actuar de un ramillete de constituyentes, caracterizados por una dinámica adversarial e identitaria, transformó la Convención en un circo romano del que la mayoría de la población se distanció. Esa distancia mutó en vergüenza y rabia por el trabajo realizado, empujando el rechazo en el plebiscito de salida.
Esperablemente, el macizo triunfo del rechazo generó sentimientos de esperanza y confianza entre los ganadores mientras que en el ánimo de los derrotados dominaron la decepción y la frustración.
Sin embargo, a meses del plebiscito, y en un nivel más profundo, detectamos que el malestar social expresado durante la revuelta de octubre de 2019 permanece sin respuesta y persiste transversalmente en el ánimo de la población. Se mantiene el malestar, la rabia por la farra constituyente y una amarga sensación de no avanzar y de falta de respuestas. No obstante ello, se pausa el deseo expresivo y el impulso movilizador del 19’ da paso a un cansancio ensimismado y falto de energía. Un vacío que desmoviliza.
Es en este contexto que, a diferencia del proceso anterior, el que se asoma en el horizonte no conecta para nada con un momento social constituyente y está desprovisto de toda épica ciudadana. Además, el reciente fracaso abulta la desconfianza y la falta de sentido de la nueva apuesta, confabulando contra el éxito potencial de la misma.
Visto así, el escenario para el proceso constitucional en curso es sumamente complejo. Los datos de una reciente encuesta Criteria muestran que el cansancio constitucional es mayoritario, que la confianza en que una nueva Constitución será un dispositivo útil para satisfacer las demandas de la sociedad es mínima, y el pesimismo frente al resultado se impone claramente al optimismo.
Como colofón, el proceso es juzgado más como un entramado constitucional para hacer frente a los problemas de la clase política antes que a las demandas de la ciudadanía.
La pregunta que cae de cajón es qué hacer con este zapato chino que no atrae a la ciudadanía y que el Congreso ha decidido calzarse. Si bien la respuesta no es sencilla, la intuición y el sentido común dicen al menos lo que no hay que hacer: repetir la puesta en escena y la performance de la Convención anterior.
Habrá que hacer precisamente lo que la otra no hizo, escuchar más y mejor las subjetividades ciudadanas en curso. Si antes dominó un ánimo extravertido, expresivo y festivo, hoy prevalece el ensimismamiento, la indiferencia y la apatía. Los consejeros tendrán que asumir que no hay ánimo de fiesta constituyente y actuar en consecuencia.
Por otra parte, si frente al proceso anterior primaban emociones vinculadas a la esperanza y la alegría, hoy predomina la incertidumbre. Una incertidumbre caracterizada por la falta de confianza en el proceso y también por inquietud sobre las consecuencias para el país que acarrearía un nuevo fracaso constitucional.
Al respecto, la misma encuesta Criteria entrega un dato en clave emocional que el mundo político no debiera dejar pasar: la misma ciudadanía que está desafectada y más bien pesimista frente al nuevo proceso, siente mayoritariamente que “es indispensable un nuevo proceso constituyente para darle estabilidad política al país y retomar la senda del desarrollo económico”. Es decir, tiene miedo al fracaso. No le gusta lo que ve, pero más le inquieta el descalabro para la tan añorada estabilidad del país que conllevaría un nuevo rechazo.
Hacerse cargo de esa subjetividad supondrá, esta vez, jugársela por una proceso constitucional eminentemente racional y frío, apaciguador de pasiones más que incitador de las mismas. Una dinámica de trabajo alejada de esa espectacularidad circense que caracterizó a la anterior y de lógicas de reality que fueron sentidas como bofetadas por una sociedad afectada por el costo de la vida y la inseguridad pública.
En definitiva, apostar al éxito del nuevo proceso es apostar a que resulte tan aburrido que sea doloroso para aquellos que han hecho de la polarización y la adversarialidad, sus plataformas políticas.
¿Será posible que los consejeros electos en mayo próximo soporten ese doloroso aburrimiento?
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