La “alianza” de gobierno, como se buscó denominar a la convergencia de dos coaliciones (Apruebo Dignidad y Socialismo Democrático) en el último cónclave oficialista en el Palacio viñamarino de Cerro Castillo, atraviesa días decisivos de cara a la elección de los miembros del nuevo órgano constitucional.
Ambas coaliciones llevan ya un tiempo convergiendo en el esfuerzo de sacar adelante el gobierno de Gabriel Boric y, con distintos grados de entusiasmo, sostuvieron ambas el rechazado proyecto refundacional de la Convención Constitucional. En tal sentido, se puede afirmar que comparten los privilegios del poder y las responsabilidades por el fracaso político de la Convención.
La apuesta del Socialismo Democrático parece ser que Boric supere su etapa de “infantilismo revolucionario” y termine inclinándose por un realismo reformista, inaugurando una nueva era de gobiernos socialdemócratas, sustentados esta vez por una participación más contundente del socialismo pero conservando en lo posible su coalición más amplia hacia la izquierda. El llamado de la ministra Tohá a “un nuevo comienzo” tras el desastre de los indultos, tiene justamente como propósito avanzar en esa línea.
Apruebo Dignidad, en cambio, vive con desazón la evolución de la opinión pública y del gobierno que, les guste o no, descansa su improbable éxito en las capacidades políticas y técnicas de los cuadros del socialismo democrático, tanto en la dirección política como económica del gobierno. Lo que hace un año se veía como una clara hegemonía de la “nueva izquierda”, ya presenta clarísimos síntomas de agotamiento. Incluso se podría afirmar que su supervivencia depende de la generosidad del socialismo democrático.
La idea de atrincherarse en una minoría electoral oficialista es contradictoria con la aspiración a proyectar un proyecto reformista en el largo plazo que supone reconstruir mayorías sustantivas. Por ello, resulta incomprensible la inclinación por una lista única oficialista para la elección de consejeros constituyentes. Es volver a errar, una vez más.
El gobierno está enfrentado a un reciente fracaso político electoral de magnitudes sísmicas del 4-S y las encuestas muestran una pobre adhesión ciudadana que no va más allá del 25% que obtuvo Boric en la primera vuelta de la elección presidencial.
En ese cuadro es obvio que la posibilidad de fortalecer al gobierno y ampliar su base de sustentación pasa por proyectar la autonomía política del socialismo democrático, cuyos ministros y subsecretarios capturan la mejor evaluación ciudadana. El socialismo subsumido en la penosa confusión de Apruebo Dignidad no aportaría nada para ensanchar las bases sociales y electorales del gobierno.
Es cierto que dos listas oficialistas encierran el peligro de una confrontación dura, como la que hemos visto a propósito de las declaraciones encontradas entre Girardi y Teiller (la lista del indulto versus la lista de SQM), pero no necesariamente tienen que ser esas las caricaturas que predominen entre aliados interesados en el éxito de un proyecto común.
Lo que sí es indesmentible, es que la inmersión del socialismo democrático en la confusión política y programática de Apruebo Dignidad es garantía de fracaso. El tiempo del binominal se acabó.
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