La detención y el procesamiento del exsubsecretario del Interior Manuel Monsalve es un escándalo sin parangones, y del cual el gobierno no tiene escapatoria. No es una imagen ni una opinión, y ciertamente no viene de la oposición. Monsalve fue un hombre que contaba con la confianza exclusiva del Presidente, y por eso mismo, y por los hechos ampliamente conocidos, ha venido con un costo particularmente alto para el oficialismo.
Por lo pronto, al gobierno le fue mal en las elecciones regionales y locales precisamente por el escándalo relacionado con Monsalve. Claro, ya le iba a ir mal, eso se anticipaba, pero con el hecho revelado solo días antes de la elección, le fue peor. De hecho, le fue tan mal que es muy probablemente, por cualquier vara con que se mida, la peor elección del tipo que haya tenido un gobierno desde el retorno de la democracia.
En lo inmediato, ha debilitado la capacidad legislativa del ejecutivo. De hecho, el golpe se notó en la mala semana que tuvo el oficialismo en el Congreso, negociando, o intentando negociar, el presupuesto de la nación. Por supuesto, ¿qué capacidad de imponerse va a tener una administración que, al parecer, no sabe lo que hacen sus funcionarios? Por lo mismo, probablemente consiguió harto menos de lo que esperaba conseguir.
Hacia adelante, es relativamente simple intuir que la imagen del presidente seguirá pagando parte del costo. Si bien Boric no tiene responsabilidad directa en el asunto, sí es asociado con el ex subsecretario, y por eso pagará. Ahora, considerando el piso inflexible del 25% que apoya al presidente contra viento y marea, el efecto se notará más bien en la consolidación del techo del 33%. Si alguna vez hubo esperanza de aumentar la aprobación hacia el final del gobierno, esta es una buena razón para explicar por qué no sucederá.
Todo esto lleva a la inevitable pregunta sobre cuánto del costo se debe a la irresponsabilidad del gobierno y cuánto se debe a la mala fortuna de una administración que, desde que llegó, no ha logrado dar pie con bola.
Es una pregunta importante considerando no solo el costo que ha cobrado, que está cobrando y que está por cobrar el escándalo, sino también la evaluación ex post que se hará del gobierno. Si la responsabilidad recae en el destino, entonces permite eximir no solo al Presidente de la responsabilidad de no haber logrado más, sino que también a su equipo cercano por no haberlo podido orientar mejor. Si, en cambio, la responsabilidad recae en el gobierno, entonces permite entender de mejor manera el mecanismo causal que ha llevado al gobierno a eludir el éxito en su cometido.
La respuesta, en este marco, depende de cuánto podría haber hecho el gobierno de diferente para haber evitado el asunto. Y cuando uno examina lo que se sabía desde antes, se vuelve evidente que la responsabilidad por los costos recae en el gobierno, y no en el destino.
¿Por qué Manuel Monsalve fue nombrado subsecretario del Interior? Ese es el meollo del asunto. Podría ser, efectivamente, el caso que nadie sabía lo que Monsalve hacía en su tiempo libre, lo cual constituye la base de la defensa del gobierno, pero omite la pregunta de si realmente correspondía que estuviera allí en primer lugar. Y lo que demuestran los hechos, obviamente observados en retrospectiva, es no solo que no debía ocupar un cargo de tal importancia para el cual carecía de capacidad, sino que tampoco debía estar en esa cartera en un momento político tan sensible.
El asunto es que Monsalve llegó a la cartera para balancear el gabinete, y no para hacerse cargo de la crisis de seguridad. Ese es el pecado de origen: que el aparato de inteligencia política del gobierno nunca quiso o nunca entendió que la crisis de seguridad era tan grave como se le advertía. Si el gobierno hubiese tomado en serio la amenaza, advertida incluso antes de asumir, hubiese nombrado a otra persona. Pero por abordar el asunto de forma política (que lo llevó por la ruta del fracaso) y no de forma técnica (que le hubiera permitido evitar el escándalo por completo), ahora está pagando los costos.
El cuento es casi bíblico. El primer hombre del gobierno, el primero en asumir un cargo, es también el primero en pecar, consolidando la idea de lo que se prometió como un paraíso no era más que una perdición terrenal.
Todo esto parece no haber sido aún internalizado por el gobierno, que, a pesar de todo, ha hecho solo un ajuste ministerial relevante, y solamente para tapar el hoyo que dejó Monsalve. Por lo mismo, pareciera que no ha habido una introspección honesta sobre el error de haber tomado una aproximación excesivamente política al inicio, que ha demostrado reiteradamente haberle traído costos al país.
Todo esto recalca lo inentendible que resulta la inamovilidad de los equipos. Si el Presidente tiene alguna esperanza de recuperar la gobernabilidad, de avanzar en su programa de gobierno, y de convencer a los agnósticos, debe hacer cambios en los lugares que se necesitan, reduciendo presencia política donde se requiere oficio técnico.
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