Desde hacía años, incluso antes de la revuelta social de 2019, que la sociedad le estaba “haciendo la desconocida” a quienes habían gobernado la transición. El relato impugnador a los sostenedores de los 30 años tomó un impulso ensordecedor luego del 18-O, criticándolos por la mantención de las políticas neoliberales instaladas en dictadura y las promesas de reformas concertacionistas que nunca llegaron.
Tras el estallido, el manto de duda cubrió todos los años de la transición, abarcando tanto a las políticas públicas (signadas como neoliberales), a los partidos y a la generación que ostentó el poder: corrupción, financiamiento irregular, y, particularmente, la exacerbación de la desigualdad. Tanto así que en una suerte de “que se vayan todos”, los partidos y las generaciones de este periodo quedaron prácticamente excluidos del proceso constituyente y tampoco pasaron a segunda vuelta en la elección presidencial de 2021.
Así fue como la ciudadanía vio en las nuevas generaciones y su oferta de una inédita caja de herramientas, la posibilidad de subsanar lo que otros no habían hecho en mucho tiempo. Nuevas generaciones que se ofrecían desprovistas de las malas prácticas anteriores y dotadas de una moral superior, como nítidamente lo expresó Giorgio Jackson ya siendo ministro.
Dentro de este panorama, las expectativas en lo que se esperaba fuera la antítesis de lo conocido, decantaron en un recambio etario: una Convención Constitucional donde el 41% de sus integrantes electos tenía menos de 39 años, y un par de meses después, en la elección del presidente más joven del mundo y, por cierto, de nuestra historia.
Pero a corto andar del nuevo gobierno, se vio que la caja de herramientas no era virtuosa per se y que la superioridad moral tenía límites cuando de contratar amigos y cercanos se trataba. Unos meses iniciales pródigos en errores no forzados y falta de experiencia, revelaron un gobierno improvisador, cargado al verso, a la impugnación y al diagnóstico, pero sin una idea clara de cómo se tocaba la guitarra. Todo ello condimentado con una moralina y soberbia que defraudaron vertiginosamente a una ciudadanía que en poco tiempo rompió el hechizo del recambio generacional.
Pero la bofetada social al encantamiento se explicitó cuando un 62% del país le dijo NO a la propuesta emanada de la novel Convención y abrazada con adolescente entusiasmo por el gobierno. El mensaje canalizado a través del plebiscito no puede dejar de leerse también en un sentido crítico a las nuevas generaciones, a su falta de experiencia política y a esa impostura moral que los llevó a pensar que eran unos adelantados para su tiempo.
Una derrota que empujó al presidente a exorcizar la soberbia moral y la impugnación de los 30 años como forma de habitar el gobierno de varios de sus inquilinos y a imponer una actitud más humilde, porosa al aprendizaje y a la experiencia de quienes los precedieron. Qué otra cosa sino ello ha sido el cambio de gabinete con su decidido foco en materia de seguridad reclamado por la ciudadanía y la revalorización explícita del presidente hacia los 30 años: “sería irresponsable afirmar que los últimos 30 años fueron negativos para nuestro país” y ” tenemos que buscar el ancho camino del medio, que nos permita reconocer nuestros desafíos pendientes y trabajar en conjunto para superarlos”.
Un giro presidencial necesario, que sin embargo rendirá poco si Boric no es capaz de alinear a esa parte de su generación que sigue cegada ante la evidencia de su primera derrota, resistiéndose a renunciar a su proyecto original y a aceptar que resignarse es también una forma de madurar.
Es sobre la aceptación de las condiciones objetivas que impone la realidad donde el presidente debe poner todo su liderazgo para ordenar y conducir a su generación. De lo contrario seguiremos viendo salidas de madre como las del senador Latorre contra los partidos del Socialismo Democrático acusándolos por “falta de lealtad política con sus liderazgos” y exigiéndoles que “no vengan a decir cómo gestionar una coalición”.
Visto así, el maridaje generacional que desde la superioridad moral no parecía ser tema para los recién llegados a palacio, hoy, desde las condiciones que impone la realidad, pasa a ser de suma urgencia. Es que para los “latorres” del gobierno, no asumir la humilde condición de aprendices conlleva el riesgo de acabar siendo, ahora ellos, la verdadera generación políticamente perdida.
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