Tras sucesivas negativas del Partido Comunista y el Frente Amplio, finalmente se posibilitó la sesión solicitada por el presidente ucraniano Volodymir Zelensky para dirigirse al Congreso Nacional explicando las terribles circunstancias creadas por el conflicto que enfrenta a su país con la Rusia de Putin.
Entre estas consecuencias se encuentran la destrucción masiva de ciudades y de su infraestructura, los millones de refugiados en Europa central, la muerte de millares de rusos y ucranianos, el secuestro de niños ucranianos, amén de los efectos en la economía mundial, la escasez de trigos para vastos sectores y la siempre presente amenaza nuclear.
No diría, sin embargo, que fue lamentable la ausencia de los parlamentarios de la coalición oficialista Apruebo Dignidad, en la sesión del Congreso Nacional el día de ayer. Más bien es la enésima ratificación de la distancia de esta coalición con las normas del derecho internacional y del derecho internacional de los derechos humanos. Distancia, además, respecto de las preocupaciones de los chilenos que se extiende hacia otros asuntos de la agitada vida actual en el país: la inseguridad frente al crimen organizado y la violencia política.
Una muestra más del desafecto de Apruebo Dignidad con el presidente Boric y el rumbo que ha seguido su gobierno desde septiembre del año pasado. Puesto que, como se sabe, Boric no ha dudado en manifestar, ya como presidente electo o en ejercicio, su rechazo a la invasión del territorio ucraniano en abierta violación a las normas de derecho internacional, y ha sostenido diversas entrevistas con su homólogo europeo, la última de las cuales a pocos días de sesión del parlamento que estamos comentando.
Inclusive, Chile ha ofrecido a Ucrania apoyo para las tareas de desminado del territorio y no ha faltado a las votaciones de organismos internacionales en condena a la “operación especial” de Putin.
A muchos les llama la atención esta verdadera reacción condicionada, reacción refleja podríamos decir, de los comunistas chilenos, en apoyo a Rusia. Quizás no se han enterado suficientemente que ya no se trata de la URSS y aunque Putin fuera un agente de la KGB destacado en Berlín en los tiempos del socialismo real, lo cierto es que él y muchos otros, son ahora conversos al nacionalismo ruso que lo único que añoran de la Unión Soviética, es el poderío de su ejército.
De lo que se trató la “operación especial” fue de poner término al gobierno legal de Kiev, instalar un régimen títere como el de Bielorrusia, y anexar definitivamente los territorios de Crimea y las regiones de Lugansk, Jeerson, Zaporivia y el Donest. Una guerra de rapiña, una guerra imperialista que se inspira en la aspiración declarada de Putin de reconstruir el imperio ruso zarista, recreado en su tiempo por la URSS.
Putin, y los militantes comunistas de muchas partes del mundo viven en la nostalgia de la épica antifascista del ejército rojo que derrotó al hitlerismo alemán. Por eso, la retórica antinazi con que buscan disfrazar el ataque a Ucrania y alentar la solidaridad de sus amigos. Sin embargo, el resultado ha sido el opuesto al buscado: Ucrania no sólo ha fortalecido su presencia política y militar, ha asegurado la lealtad de Occidente, sino que está viviendo un capítulo de su historia que fortalece su identidad y autonomía nacional frente a la inescapable y siempre omnímoda presencia rusa en su historia.
La destrucción de la autonomía nacional de Ucrania ha sido siempre un objetivo acariciado por Rusia y una política sistemática de Putin que se inició con la anexión de Crimea. Lo que no esperaba era la capacidad de resistencia de los ucranianos ni el apoyo decidido de los países de la Alianza Atlántica. Con esto, su aventura y sus ambiciones han puesto al mundo entero en peligro.
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