-Allende se pegó un tiro. Está muerto.
Para las desmoralizadas fuerzas oficialistas, que nunca imaginaron un golpe tan duro y avasallador, la noticia es demoledora. Las comunicaciones son difíciles y no todos han escuchado el último discurso del Presidente.
José Antonio Viera-Gallo prepara una sopa de cebolla, ideal para un día gris, en el departamento duplex del sacerdote jesuita Pepe Vial, cerca de Avenida Matta, donde se ha escondido. Junto al ex subsecretario de Justicia de la UP, aparecen Marcela Serrano y su marido Eugenio Llona.
Serrano, que llegaría a ser una exitosa novelista, recibe el mensaje de su padre, quien a su vez lo recibió del director de El Mercurio René Silva Espejo. Viera-Gallo y los otros no escuchan lo que dice, pero ven cómo el rostro de Marcela cambia de repente. Se tiende en el suelo y llora, sin poder hablar. Llona toma el teléfono, escucha la noticia y la comparte.
En esas horas inciertas el marido de Marcela cuenta que Allende se ha suicidado, al igual que Arturo Olivares, Aníbal Palma y Fernando Flores (estos dos últimos, sin embargo, estaban vivos, serían detenidos y enviados a isla Dawson).
“No puedo resistir. Subo al segundo piso y me encierro en el baño a llorar. Lloro amargamente. No se cuánto rato. Es el fin”, recordaría Viera-Gallo.
Casa presidencial. Esa mañana del 11 de septiembre, Allende despertó a las 6.30 am, con energía, pese a lo poco que había dormido. Intenta comunicarse con Pinochet. Pero el comandante en jefe dice que está entrando a la ducha. Al único que ubica es al general Herman Brady, que promete investigar qué está pasando.
Lo que no sabe el Presidente es que Valparaíso y parte de Viña ya están controladas por la Ármada y el Ejército. Los primeros detenidos van al Estadio Playa Ancha.
-Tuve que mentirle a Allende- confiesa un rato después el general Brady.
-Quizá quiere saber si alguien se echa para atrás- responde sarcásticamente el general de la FACH Nicanor Díaz Estrada.
A Brady, que tenía fama de haber votado alguna vez por Allende, le preocupa otra cosa: no darle tiempo al Presidente para reaccionar.
Valparaíso. En la calle Prat hay un edificio de la Armada, dos de cuyos pisos son usados por funcionarios de EEUU. La Misión Naval de ese país y la legación diplomática y militar de Brasil son las entidades extranjeras que más conocen el golpe que se está desarrollando.
De hecho, la Armada ha usado los ejercicios de Unitas XIV como fachada de los movimientos de buques chilenos, piezas claves de la sublevación en marcha. La Misión Naval está enterada y no se alarma cuando los navíos nacionales parten hacia la costa. Una estrategia que sirve también de distracción. Allende pensará que se trata de un alzamiento localizado en Valparaíso.
Concepción. La Fach, que nunca había participado en un conflicto bélico, tendrá un rol clave en la insurrección. A las 7.20 parten 4 Hawker Hunter hacia Santiago. La primera misión, que es vital para garantizar el éxito del golpe, es bombardear las antenas de radios oficialistas como Pacífico, Luis Emilio Recabarren y Corporación. Quien comanda la acción es Mario López Tobar. Vuelven a la VIII Región, pero más tarde, a las 11.45, regresarán a la capital con la segunda misión: bombardear La Moneda.
Rumbo a Palacio. Pese a la recomendación de varios asesores, Allende decide ir a La Moneda. En ese momento constata que hay un intento de golpe, pero no tiene mayores detalles. El secretario general del PS, Carlos Altamirano, que dos días antes ha convulsionado al país con un discurso incendiario señalando que Chile podría ser otro Vietnam, habla con el Presidente por teléfono. Ambos manejan la misma y escasa información. Se podría decir que el Presidente se conduce a oscuras: los datos inexactos abundan y su comunicación con el alto mando se ha roto.
Acompañado de 15 personas, en su mayoría miembros del GAP, una agrupación informal de seguridad presidencial, con formación guerrillera o militar, el mandatario llega a palacio vestido con chaqueta de tweed y pantalón marengo. Es una recomendación de los GAP: ropa ligera, para un día que se prevé de alta intensidad. Aparte de eso, lleva un fusil Kalashnikov, de fabricación soviética, que le regaló Fidel Castro.
Se suman unos 18 policías de Investigaciones y algunas tanquetas de carabineros hasta ahora leales, que se instalan en Plaza Constitución. Al verlas, Allende dice: “Siempre confié en la lealtad de los carabineros”. Asimismo, los escoltas presidenciales se colocan en los pisos 5 y 7 del edificio del Ministerio de Obras Públicas. Serán francontiradores ese largo día.
La información es confusa. Para empeorar las cosas, el ministro de Defensa Orlando Letelier es detenido a poca distancia de La Moneda. Quienes hablan con Allende dicen que aparenta calma. “La voz del mandatario sonaba extrañamente flemática y desapasionada”, dice Ignacio González Camus.
El ministro de Educación Edgardo Enríquez, padre del líder del MIR, quien será uno de los hombres mas buscados luego del golpe, se sorprende también de la serenidad del Presidente: “La situación es extremadamente grave. Pero no todo está perdido”, dice Allende.
Esta calma, que puede ser un atributo, también es criticada por algunos de sus asesores, que piden decisiones más audaces. Joan Garcés, impaciente ante la falta de iniciativa presidencial, plantea salir de esa posición pasiva y desplegar las fuerzas leales y a los trabajadores hacia el centro. Así, los golpistas tendrían un obstáculo para moverse.
Ascanio Cavallo y Margarita Serrano escriben: “No hay movilidad, no hay despliegue, no hay marcha sobre el centro. En breve, el Presidente ha puesto la prudencia sobre la ofensiva. Como táctica militar es pobre; como hecho político, tiene un significado que se comprenderá años más tarde”.
Peñalolén. Con 10 minutos de retraso, Pinochet llega al Cuartel General, en el Comando de Telecomunicaciones, a las 7.40, una tardanza poco habitual en él, sobre todo en una operación de esa envergadura y que generó preocupación en su entorno. Si Pinochet se demoraba más, hubiese tenido que ocupar su lugar el general Bonilla. ¿Se habrá sentido aliviado este último al ver a Pinochet?
Las complicaciones de información no sólo confunden a La Moneda. En Peñalolén no hay comunicación con las otras FFAA. Para que Pinochet hable con Leigh tendrá que hacerlo a través de Carvajal o de la radio Escuela Militar, operada por un chico de 18 años.
Primer discurso. Aferrado aún a la idea de que el movimiento está restringido a una parte de las FFAA, Allende comenta: “¡Pobre Pinochet, debe estar preso!”.
En su primer discurso radial, a las 7.55 dice que un sector de la marinería se ha sublevado. El gobierno se mantiene expectante hasta tener un panorama más claro. “En estas circunstancias, llamo sobre todo a los trabajadores que ocupen sus puestos de trabajo, que concurran a sus fábricas, que mantengan la calma y serenidad. Hasta este momento, en Santiago no se ha producido ningún movimiento extraordinario de tropas… En todo caso, yo estoy aquí, en el palacio de gobierno, y me quedaré defendiendo al gobierno que represento por voluntad del pueblo. Lo que deseo, esencialmente, es que los trabajadores estén atentos, vigilantes, y que eviten provocaciones”.
Casa de Aylwin. El senador DC, que había quedado con una sensación de fracaso luego de sus conversaciones con Allende buscando una salida política a la crisis, notando incluso cierta frivolidad en el Presidente, se despertó a las 8 de la mañana. “Me llamó mi hermano Andrés para que escuchara la radio. Al poco rato llegó a mi casa para que me trasladara a otro lugar, que sacara a los niños… Uno podía esperar cualquier cosa. De esta forma empezaría una nueva etapa en la vida nacional, dura, cruel para muchísimos chilenos… Al rememorar esos días tan traumáticos y todo lo ocurrido desde entonces, surge una vez más la pregunta de si, como en las tragedias griegas, lo sucedido era inevitable u otros caminos habrían sido posibles. Sigo pensando, como entonces, que la democracia hubiera podido salvarse. Pero para ello era indispensable una importante dosis de racionalidad, que no existía”, dice Aylwin en su libro sobre la UP.
El comandante en jefe. Pese a llegar tarde al Cuartel General y haber sido el último en firmar la proclama golpista, Pinochet se convirtió en los hechos en el líder del movimiento armado. Como ha quedado registrado en diversas grabaciones, su voz es la que manda. Carvajal solo atina a reirse cuando Pinochet propone que Allende se vaya en un avión a otro país y que ese avión en el aire sea hecho caer.
Final. Allende entiende que no hay salida, cuando ve que los bandos son firmados por los tres comandantes de las fuerzas armadas más el director de Carabineros. Ya no hay nada que hacer.
En esos momentos, Radio Magallanes “vivía una nerviosa actividad”, como cuenta Guillermo Ravest, entonces director de esa emisora, en su libro de memorias Pretérito Imperfecto. “Había ido a buscar un cigarrillo a mi oficina cuando, inesperadamente, sonó la Plancha. Éste era el nombre que dábamos al teléfono a magneto, accionado a manivela, que nos comunicaba directamente con el despacho presidencial de La Moneda. Los golpistas ya habían amenazado bombardear el histórico palacio de gobierno. Contesté el llamado telefónico. Era la inconfundible voz del Presidente Allende.
– ¿Quién habla?
– Ravest, compañero…
– Necesito que me saquen al aire, inmediatamente, compañero…
– Deme un minuto, para ordenar la grabación…
– No, compañero. Preciso que me saquen al aire inmediatamente, no hay tiempo que perder…”
A las 9.10 Allende lanza su último discurso. “Seguramente Radio Magallanes será acallada y el metal tranquilo de mi voz ya no llegará a ustedes. No importa. La seguirán oyendo. Siempre estaré junto a ustedes. Por lo menos mi recuerdo será el de un hombre digno que fue leal a la patria. El pueblo debe defenderse, pero no sacrificarse”, insiste.
Interrogantes. Pese a todo lo que se ha escrito sobre este discurso final, quedan muchas preguntas por responder. De acuerdo a Daniel Mansuy, Allende “antes de morir deja un veneno y un enigma. Veneno de secreción lenta para los militares y todos quienes los respalden… Luego, el enigma. Muchos de sus camaradas no supieron leer su mensaje. Es más sus palabras no fueron amables con la Unidad Popular”.
Según Carlos Altamirano, esa mañana del 11 los militantes escucharon perplejos el último discurso y se molestaron por su tono “ambiguo y desmovilizador”. En su famosa alocución desde La Moneda, no hay una sola palabra a la Unidad Popular ni a sus partidos, incluido el PS, en el que militaba.
La tesis de Joaquín Fermandois es diferente: “Salvador Allende tenía una flexibilidad personal y en muchos sentidos no correspondía al líder revolucionario convencional. Sin embargo eran para él artículo de fe la creencia en la finalidad última y la dirección general que debía tener el movimiento que él encabezaba. No cabía en su mente el abandono de esa meta ni menos que él encabezara la renuncia”.
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