Septiembre 3, 2023

Las últimas 24 horas de Allende (Parte 2): la chispa que encendió el golpe y el papelito que firmó Pinochet al final

Marcelo Soto

En esta segunda parte, basada en bibliografía destacada y en entrevistas, se describe el proceso que llevó a Pinochet a ser el último en firmar la confabulación de las FF.AA. contra Allende. El mandatario, en su casa, ante las primeras informaciones de movimientos de tropas, se muestra tranquilo. El destino se acerca.


La decisión final. Pinochet se tomó su tiempo. Temía por su vida y por su familia. Reflexionaba, ante la impaciencia de su interlocutor, sobre los riesgos de sumarse al complot militar para botar a Allende. Le mostraron un papelito de José Toribio Merino para que lo firmara. Pero no lo firmó de inmediato.

Ese famoso papelito tenía una historia más larga. El día anterior, el sábado 8, Merino había acelerado los preparativos del golpe. El almirante, en ese momento, era cabecilla del movimiento insurreccional. Se reunió en la mañana con oficiales, desde tenientes primeros para arriba, a quienes dijo que pronto entrarían en acción, que debían mantener esta noticia en total reserva.

En la tarde, a las 5, Merino se reunió en la Academia de Guerra de Valparaíso con los almirantes. El vicealmirante Patricio Carvajal reveló que la FACH estaba lista para enfrentarse con Allende, pero que faltaba el apoyo clave, imposible de soslayar, del Ejército.

Fue un público difícil. Muchos reclamaron que era un grave error plantear la asonada contra la UP si el Ejército aún no se sumaba a la confabulación. Ir sin Pinochet era condenarse a miles de muertos en una guerra civil. No habían respuestas para calmar las dudas de los almirantes. Sergio Huidobro estaba empezando a impacientarse.

Ante tantas interrogantes y cuestionamientos, la decisión se volvía espesa. Carvajal y Huidobro, cuyos rostros reflejaban cierto hastío y cansancio, dejaron la sala. Carvajal le dijo a Huidobro que no había otra opción que lograr de los almirantes una decisión para el día y la hora del golpe.

Carvajal se fue a Santiago, mientras Huidobro intentaba vanamente obtener una declaración de los almirantes. Propuso continuar la reunión al siguiente día. Pablo Weber ofreció su casa al lado de la capilla naval de Las Salinas, frente al mar.

La mentira. Ya sin muchas cartas para convencer a los almirantes, Huidobro inventó una pillería para salir del embrollo. Llamó al capitán de navío Ariel González Cornejo, a la fecha jefe de Inteligencia del Estado Mayor de la Defensa Nacional, que estaba en Santiago y le dijo que viajara de inmediato a Viña del Mar. Se encontraron en su casa en el barrio de Recreo y conversaron hasta largas horas de la madrugado. Se pusieron de acuerdo: dirían que Huidobro había ido a Santiago y logrado el sí del Ejército y la FACH, con González como testigo.

En la reunión en Las Salinas, después de ir a misa, en la casa de Weber, Huidobro afirmó que el Ejército ya se había sumado. Afuera esperaba González.

Un marino preguntó si Merino estuvo presente y éste dijo que no. Entonces, Huidobro hizo a pasar a González y le pidió que contara cómo fueron las reuniones. El jefe de inteligencia repitió el relato aprendido.

Sonaba creíble y los almirantes concordaron en que la hora cero del Golpe sería el martes 11 de septiembre a las 6 am. Huidobro y González partieron a Santiago a conseguir la rúbrica de Pinochet y Leigh. Era peligroso que fuera Merino, que era demasiado conocido.

El papelito. La realidad era tensa, pero también había espacio para una comedia de equivocaciones. Cuando iban en el auto pasando por Lo Vásquez, donde Huidobro rezó en silencio por el éxito del golpe, se dieron cuenta que no llevan efectivo para pagar el peaje. Ni siquiera llevaban documentos, como si en el país de las sospechas bastara la palabra.

Se devolvieron, Huidobro recogió sus documentos y entonces se dio cuenta que tampoco llevaba nada que acreditara el acuerdo de la Armada. Partieron donde Merino, quien los recriminó que ya debería estar en la capital. Huidobro le contó la razón y le pidió que escribiera un mensaje.

Ese fue el origen del famoso papelito, que decía:

“9 de septiembre de 1973

Gustavo y Augusto:

“Bajo mi palabra de honor, el día H será el 11 y la H 06.00. Si ustedes no pueden cumplir esta fase con el total de las fuerzas que mandan en Santiago, explíquenlo al reverso. El almirante Huidobro está autorizado para tratar y discutir cualquier tema con ustedes. Les saluda con esperanza y comprensión: Merino”.

En el reverso puso dos recados: “Gustavo, es la última oportunidad”. “Augusto, si no pones toda la fuerza de Santiago desde el primer momento, no viviremos para el futuro”. Bajo la palabra “Conforme” estaban los nombres Gustavo Leigh y A. Pinochet, para que pusieran sus firmas.

Leigh estaba preocupado por la postura de Pinochet. En la casa del comandante en jefe se celebraba el cumpleaños de su hija Jacqueline. Fueron al desordenado escritorio de Pinochet. Leigh le preguntó por el discurso de Altamirano. Pinochet dijo que algo había escuchado. El líder de la FACH reconoció con amargura e impaciencia que las cosas ya no daban para más. Generales y mandos pedían actuar contra el gobierno. Ya era difícil contener a los oficiales.

“¿Pero te das cuenta que todo esto nos puede costar la vida?”, preguntó Pinochet.

Cuando llegó el mensaje de Merino, Pinochet, aunque despreciaba a Allende y era anticomunista, aún sopesaba el riesgo de la empresa. Finalmente los dos pusieron su firma, sellando el destino del país. Cierta tardanza de Pinochet para sumarse a la sublevación armada contrasta con la firmeza, incluso brutal, que mostró el 11 de septiembre de 1973.

Sin sorpresa. Apenas unos días después del golpe, el famoso historiador inglés Eric Hobsbawn, de la escuela marxista, escribió un artículo titulado “El asesinato de Chile”. Su tesis era que el golpe no sorprendió a nadie, porque no hubo espacio para una salida  institucional debido a que la clase dominante forzó la marcha hacia un alzamiento de las FF.AA. Un escenario donde tenían las de ganar.

Esta es una lectura marxista del 11, pero Genaro Arriagada, quien en esa época tenía 29 años y militaba en la DC, dice: “Cualquiera que diga que el golpe fue inesperado, se equivoca. Al menos la gente informada lo sabía. Lo que faltaba saber era cuándo. Lo que sí fue una sorpresa para todos fue la brutalidad del golpe, el bombardeo a La Moneda y los tres mil muertos en la larga dictadura”.

Arriagada escribió por esos días un artículo sobre las vicisitudes de la Unidad Popular. Se lo envió a Eduardo Frei Montalva, quien a su vez se lo envió al director de El Mercurio, René Silva. “El Colorado Silva me llamó para decirme que quería publicar mi artículo. Cada mañana me levantaba para ver si el diario lo había publicado. Perdí la esperanza de que lo publicaran, pero en la mañana del 11 de septiembre veo que mi artículo está a página completa”.

Algunos lo leyeron como una declaración política, porque Arriagada, desde su posición de militante de la DC, que estaba dividida ante el golpe, planteaba cómo la UP había pasado de la revolución democrática a la vía insurreccional. Pero -según Arriagada- nunca fue algo planeado.

Tomás Moro. En la madrugada de la casa presidencial, Allende, luego de conocer las primeras informaciones de los movimientos de tropas, se ve tranquilo. Pese a que sus asesores de seguridad le han dicho que La Moneda tiene muchos flancos, dice que allí estará si hay un golpe, porque es el lugar del Presidente de Chile.

Allende se estaba quedando solo, en ciertos aspectos. La UP era ingobernable. Pocos creían en la viabilidad de un plebiscito. En sus memorias, Carlos Prats recuerda que el sábado 8 de septiembre en El Cañaveral, le dijo: “Perdone, Presidente, usted está nadando en un mar de ilusiones. ¿Cómo puede hablar de un plebiscito, que demorará 30 o 60 días en implementarse, si tiene que afrontar un pronunciamiento militar antes de diez días?”. El excomandante en Jefe del Ejército le aconseja que pida permiso constitucional por un año y salga del país. Esta idea enfurece a Allende.

Allende en varias ocasiones diría que, en caso de golpe, iba a morir en La Moneda, incluso por mano propia. Carlos Altamirano comentó: “Pero, Salvador, tu muerte es un problema personal. Pero qué pasa con la Unidad Popular, qué pasa con el proceso, qué pasa con el partido, qué pasa con el pueblo”.

En el libro de Gabriel Salazar sobre Altamirano, este último dice: “Te diría que Allende demostraba tener un coraje que rayaba en la irresponsabilidad. Se exponía a todo sin pensar mucho en las probables consecuencias. Yo no sé si era una valentía natural o si su sentido trágico lo tenía siempre como hermanado con la muerte, como para que no le temiera”. Según el ex secretario general de PS, Allende esperaba que “La Moneda fuera su propio ataúd. Era evidente que Salvador había tomado la decisión de morir”. La figura de Balmaceda, primer Presidente que se suicida en el epílogo de la Guerra Civil de 1891, rondaba en su cabeza.

Quizás por eso en la madrugada del 11, Allende se mostraba con la serenidad de quienes intuyen que se acercan al final. Se había ido a acostar muy tarde con sensaciones encontradas.

Lea también. Las últimas 24 horas de Salvador Allende (Parte 1) (ex-ante.cl)

 

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