A simple vista, parece que el Gobierno de Chile está quebrado y dividido en dos respecto a lo que ocurre en Venezuela. Por un lado, el progresismo liderado por el presidente Boric, que pide prestar más atención a lo que ocurre en el proceso electoral; por otro lado, el autoritarismo representado por la vieja escuela del Partido Comunista, que defiende no intervenir en los asuntos de otros países.
Es evidente que, puestos uno frente al otro, hay un mal menor. Es conocido que Venezuela es una dictadura y, por tanto, es mejor sembrar dudas sobre lo que ocurre en su interior que mirar hacia otro lado.
Al menos así se entiende por qué la crítica esbozada por Boric tras la lectura de los resultados del domingo se ha interpretado como el gesto de un gran demócrata. Porque, en comparación con Lautaro Carmona y su defensa incondicional del régimen dictatorial de Maduro, hay nada menos que un mundo de diferencia.
Ahora bien, es importante preguntarse por la naturaleza de la ruptura, ya que la fisura no es inconsecuente ni trivial. Es la coalición de gobierno y, por lo tanto, la falta de coherencia puede generar graves efectos internos. Y, claramente, un gobierno dividido con respecto a algo tan fundamental como la definición de la democracia no puede operar con certeza ni convicción.
Así pues, la atención se centra en el presidente Boric, que últimamente es quien forma y mantiene el oficialismo.
O Boric es un demócrata irrestricto o es un demócrata condicional. No hay término medio. O es demócrata siempre o es demócrata a veces.
Esta semana, parece que se ha encasillado al presidente en la primera categoría. Pero, ¿qué tan cierto puede ser que Boric sea un demócrata irrestricto si no está dispuesto ni a llamar dictadura a Venezuela ni a excomulgar de su coalición al partido que defiende a la dictadura?
Se entiende que pueda parecer demócrata en comparación con el Partido Comunista, pero ciertamente no parece serlo en comparación con el resto de los partidos del oficialismo, que denuncian regularmente la violación sistemática de los derechos humanos, incluyendo torturas, asesinatos y encarcelamientos de opositores políticos.
Por lo demás, la crítica de Boric a Maduro, que terminó con la delegación chilena expulsada de Caracas, se basó en los resultados de las elecciones, y no en el comportamiento del régimen de gobierno. La crítica se centró en la forma en que se escrutaron los votos, no en cómo el dictador tiene sumido en la miseria a su país.
En el fondo, Boric hizo lo mínimo. Cortó por el hilo más delgado, apeló a una defensa minimalista de la democracia y criticó la forma en que se escrutaron los votos. Si hubiese hecho lo que se espera de un demócrata irrestricto, habría apelado a una definición maximalista y habría aprovechado el momento para defender la dignidad humana, que claramente se ha evaporado ante el avance del chavismo.
En vez de sembrar dudas sobre la forma en que se contaron los votos, se habría centrado en la violación sistemática de los derechos humanos.
La vara es más alta para los demócratas irrestrictos que para los demócratas condicionales. Para los primeros, no hay condiciones para hacer la denuncia. Por ejemplo, no importa el color político del régimen. Para los segundos no existe tal estándar. Pueden relativizar, dilatar, e incluso cambiar el foco del debate.
Por ejemplo, ¿por qué se ha definido la amenaza desde la coalición de gobierno como la derecha, cuando es la izquierda la que tiene mayor probabilidad de caer en el autoritarismo? Desde la transición de los gobiernos militares a la democracia en los ochenta y noventa, todos los gobiernos de derecha en América Latina han respetado las reglas del juego. Lo mismo no se puede decir de la izquierda. De hecho, en este mismo momento hay tres dictaduras y las tres son de izquierda, socialistas o comunistas.
Si Boric quiere demostrar que es un demócrata irrestricto, puede empezar por decir la verdad: reconociendo que los regímenes de Cuba, Nicaragua y Venezuela son dictaduras. Sin adjetivos, sin excusas y sin contexto. Se trata de una denuncia plena y simple.
Luego, puede seguir tomar otras medidas, como expulsando al PC de su gobierno, así como también a todos los otros partidos que abiertamente apoyan regímenes dictatoriales, como el FRVS, que acaba de presentar como candidato oficialista a gobernador en Biobío a Alejandro Navarro, un confesado “soldado de Maduro”.
No hacerlo obliga a poner en duda sus credenciales democráticas irrestrictas o, al menos, condicionar su compromiso a ciertas circunstancias.
Lamentable, ya que la oportunidad de dar un giro y representar a la izquierda chilena de las nuevas generaciones desde otra perspectiva sigue abierta. Boric aún puede hacer lo correcto y terminar su gobierno denunciando lo que está mal. No le dará inmunidad sobre lo que no ha hecho a nivel local, pero al menos le dará permiso moral para criticar a la oposición si alguna vez cae en el relativismo.
Por otra parte, si no le interesa ni la memoria de la gente sobre su gobierno ni la consistencia entre lo que dice y lo que hace, podría hacer algo para poner fin a la interferencia de Venezuela en Chile, que, como ya se ha probado, está creando serios estragos. Aun así, hay serias dudas de que quiera o pueda tomar decisiones más definitivas.
Si lo único que está dispuesto a hacer como respuesta al envío de sicarios de Caracas a Santiago para asesinar y enterrar bajo cemento a un refugiado político es dudar antes de mandar una tímida nota de protesta, que probablemente ni se leerá, es porque le importa poco o nada definirse como un demócrata irrestricto.
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