Lo de Republicanos en el actual proceso constituyente es una paradoja: están pidiendo el voto para un trabajo que consideran ocioso, superfluo, inútil. Han dicho en todos los tonos que Chile no necesita una nueva Constitución, que las prioridades de la gente son otras, que estamos perdiendo tiempo y plata, pero ahí están tratando de ganar escaños en el órgano encargado de redactarla. Curioso.
Las proyecciones electorales indican que les va a ir bien. Los principales damnificados serían los partidos de la derecha mainstream, que esta vez aplicaron la técnica conocida como el “cordón sanitario”: tal como otras centroderechas en el mundo, especialmente en Europa, decidieron aislar en lugar de integrar a la derecha populista radical (la terminología es del politólogo neerlandés Cas Mudde). Si bien tuvieron que apoyar a José Antonio Kast en la segunda vuelta presidencial de 2021, unos encantados de la vida y otros a regañadientes, el mensaje de la centroderecha -que integran RN, la UDI y Evopoli- es que se trata de dos proyectos políticos lo suficientemente distintos.
El temor, por supuesto, es que el proyecto más duro -la derecha “sin complejos”- que representa Republicanos crezca lo suficiente como para eclipsar al otro. Tienen el viento a su favor. Del mismo modo que Piñera fue un salvavidas de plomo para la lista de ChileVamos en la elección de constituyentes de mayo de 2021, es probable que la baja aprobación del gobierno de Boric le pase actualmente la cuenta a la lista del oficialismo.
Y así como en ese entonces rentaron las listas que se posicionaron más fuertemente como críticos de la elites políticas y económicas –los del pueblo y los independientes-, es posible presagiar que esta vez se beneficiaran los discursos que han sido más severos con el gobierno y sus figuras, especialmente en temas de seguridad y orden público. Y eso lo ha hecho Republicanos.
El argumento de la derecha mainstream para alejar a su base electoral de Republicanos es que los seguidores de Kast van a torpedear el proceso por dentro, impidiendo el cierre del capítulo constitucional. Aquí aparece con fuerza la paradoja: votar por Republicanos es votar para que se extienda un proceso que no se quiere.
Sin embargo, en los últimos días ha cundido una nueva tesis: quizás no sea tan malo que le vaya bien a Republicanos, porque con un contingente nutrido en el próximo consejo constitucional se sentirían con la responsabilidad de conducir el proceso antes que de sabotearlo. Si tienen realmente el poder de influir en el diseño ideológico e institucional de la próxima Carta Magna, quizás la presión de los grupos empresariales que los auspician sea suficiente para tomarse la tarea en serio. Quizás, quizás.
Una prueba de seriedad similar rinde el Partido de la Gente. Tanto ellos como Republicanos han irrumpido con fuerza en el debate público gracias a sus buenos resultados en la última parlamentaria.
Pero una cosa es ser eterna oposición –el oficio más fácil del mundo- y apostar a las causas populares del momento, y otra distinta es ganar chapa de estadista, liderar en tiempos difíciles y sentar a todos a la misma mesa. Pregúntenle al actual elenco en el poder: se cansó de escupir al cielo y ahora tiene que andar con paraguas. Como ha observado Daniel Mansuy, el mundo de Republicanos ha decidido copiar la estrategia frenteamplista: todo lo que viene del frente es malo. Ya sabemos lo difícil que es dar vuelta la página y pedirles a todos que olviden una vez que te toca gobernar.
Lo que sería malo de todas formas es que las derechas unidas logren llegar o superar el umbral de los 30 escaños, el número mágico que constituyen los 3/5 con los cuales se aprobarán las normas constitucionales propuestas. La tentación de hacer lo mismo que hicieron las izquierdas en la Convención pasada sería demasiados. El corazón humano es codicioso, la lógica tribal inexpungnable, los estadistas son una especie en peligro de extinción.
No hay discusión respecto de que el actual proceso es oceánicamente más fome que el anterior. Su única chance es que no cometa los mismos errores fatales: si los acuerdos no pueden ser transversales, entonces por lo menos que la geometría de los acuerdos sea variable, para que ningún sector sienta que lo perdió todo y esa humillación no alimente un nuevo resultado desfavorable.
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