Los resultados del plebiscito constitucional del pasado 4 de septiembre cambiaron radicalmente las condiciones para el actual gobierno y las fuerzas que lo apoyamos. A esto se suma el claro deterioro de las condiciones económicas derivado de la situación internacional, el creciente costo de la vida y la aguda crisis de seguridad, urgencias que legítimamente pasaron a convertirse en las principales prioridades de la ciudadanía. El nuevo escenario nos obliga a un ejercicio de racionalidad y pragmatismo, sin por ello desistir de un horizonte de transformaciones que, de una vez, permita entregar seguridad a la ciudadanía y avanzar en derechos.
No obstante, el contexto para dar esta reflexión no pareciera ser el mejor. Aprovechando la victoria del Rechazo, la derecha ha emprendido un asedio contra el gobierno y frenado su agenda legislativa a sabiendas que ante cualquier negativa pueden retrasar, aún más, un nuevo proceso constituyente. A dicha posición se suma la arremetida de un nuevo “centro” que se ha articulado en torno a figuras de la ex-Concertación, el cual pareciera esperar por parte del oficialismo silencio y obsecuencia. Nos encontramos por tanto ante el avance de fuerzas que buscan cerrar por arriba el ciclo de cambios y operan bajo el supuesto de que los últimos años de movilización y malestar fueron solo una excepcionalidad que no volverá a repetirse.
En definitiva, los resultados del plebiscito iniciaron una carrera por ver qué sector acumula mejor el creciente y entendible descontento que se extiende a lo largo del país, todo esto en el marco de una política cada vez más orientada hacia el efectismo mediático y menos hacia la resolución de urgencias sociales.
En contraste, como fuerzas de cambio nos toca adoptar aquel camino que permita abordar el malestar social de manera responsable, con una mirada de largo y corto plazo y ofreciendo un horizonte creíble para la ciudadanía de reformas que avancen en seguridad social. No obstante, no es posible mirar hacia el futuro si primero como izquierda no miramos críticamente nuestro presente.
Ante la frustración frente a la derrota, dentro de la izquierda hoy crece la tentación de resguardarnos en una radicalidad identitaria, la cual siendo válida solo reafirma la situación de resistencia y asedio en la cual nos encontramos. De poco sirve posicionarnos discursivamente como los campeones contra el neoliberalismo y como los principales críticos de administraciones anteriores. Como partidos nuevos y de izquierda, ya no nos encontramos en aquella etapa en que nuestra política podía resumirse en representar el malestar. Nos encontramos en un momento donde de nosotros se espera la materialización de soluciones.
Por lo mismo, más crítico aún es la actitud que han tomado algunos sectores por fuera del pacto oficialista, quienes impulsando una política de acumulación por la izquierda cuestionan al gobierno por no actuar como si tuviera mayoría absoluta en el Congreso. Ambas salidas, creemos, son reflejo de una izquierda a la cual todavía le falta procesar los resultados del plebiscito constitucional, asumir el nuevo escenario de disputa que se abre ante nosotros y los peligros que encierra la acumulación de malestar y frustración social.
Por el contrario, ni la obsecuencia ni resguardarnos conservadoramente en un izquierdismo sin posibilidades de disputar la realidad son caminos viables en miras a volver a conectar con las mayorías sociales. Por sobre todo, como fuerzas de cambio seremos evaluados por nuestra capacidad de responder a las urgencias sociales en los tiempos turbulentos en los que nos toca gobernar, ateniéndonos al actual contexto político y a través de los acuerdos que sean necesarios para avanzar. Desde la izquierda nos toca aportar a construir las mayorías, políticas y sociales, necesarias con el fin de impulsar y materializar las reformas que Chile espera.
Entre el cortoplacismo con el que operan varios sectores y las arremetidas que optan por golpear al gobierno en vez de responder a las urgencias sociales, quizás un primer paso para impulsar una posición viable de izquierda sea recuperar la política como herramienta para procesar las demandas de la ciudadanía. Contrario a lo que muchos especulan, el rechazo a la propuesta constitucional fue un golpe a toda la clase política y a nuestra propia incapacidad de construir un camino que entregue seguridad, en el sentido amplio del concepto, a una ciudadanía cansada de vivir en la incertidumbre. En definitiva, volver a construir sentido con la humildad y apertura de la cual carecimos anteriormente.
De igual forma, no podemos negar que como oficialismo hemos demostrado deficiencias a la hora de llegar a acuerdos y mostrarnos como una fuerza unida frente al futuro. Hoy día ni Apruebo Dignidad ni Socialismo Democrático por sí solos son capaces de impulsar las transformaciones que Chile demanda. Construir unidad en torno a reformas claves, incluyendo la reforma previsional, tributaria, a la salud y por cierto la condonación de la deuda por estudiar es parte de las tareas pendientes de una izquierda que busca integrar nuevos intereses sociales a una arena política históricamente excluyente y avanzar en seguridad social.
Impulsar una política de izquierdas en el Chile post 4S no puede traducirse en trincheras pensadas para un escenario que cambió con los resultados del plebiscito, así como tampoco es sinónimo de capitular el horizonte compartido de transformaciones y superación del neoliberalismo. En definitiva, el único camino viable para una izquierda con respaldo popular pasa por materializar, y no solo prometer, aquellas reformas que permitan mejorar la vida de las personas y que sienten las bases de un Chile más justo, igualitario y libre, uno aquel en que la vida nos pertenezca. Esperamos que como clase política estemos a la altura del momento histórico y de lo que el país espera de nosotros.
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