La generación ansiosa de Jonathan Haidt: El rol de los smartphones y las redes sociales en la adolescencia. Por Jorge Ramírez

Cientista Político. Libertad y Desarrollo.

El psicólogo social Jonathan Haidt documenta cómo los patrones sociales, los modelos a seguir, las emociones, la actividad física e incluso los patrones de sueño se modificaron fundamentalmente durante el proceso de recableado donde ha primado una sujeción de la voluntad adolescente a lo que acontece en torno a los dispositivos móviles. Sintiéndose los púber, pese a tener cientos, miles o millones de seguidores y compartir minuto a minuto likes y corazones, cada vez más aislados, solos, con menos capacidad de atención, frágiles o inútiles.


Jonathan Haidt, profesor de la Universidad de Nueva York, es uno de los científicos sociales más interesantes de la actualidad. Desde el campo de la psicología social, Haidt ha abordado temas fundamentales para la sociedad actual, como la moralidad, la polarización política y la creciente fragilidad de la juventud estadounidense y global. En su trabajo más reciente, La Generación Ansiosa, examina el alarmante aumento de la ansiedad, depresión y otras patologías de salud mental en los jóvenes, en una era digital marcada por el uso masivo de smartphones y redes sociales.

El libro ha sido seleccionado por la revista The Economist como una de las mejores obras de no ficción del verano en el hemisferio norte.

A través de un análisis riguroso, basado en datos y evidencia, Haidt plantea una tesis que nos dejará estupefactos. Los celulares inteligentes junto a las redes sociales han provocado una hecatombe en la salud mental de nuestros jóvenes, debido a una reconfiguración radical de la infancia.

De acuerdo con las estadísticas presentadas en el texto, el porcentaje de adolescentes estadounidenses (de 12 a 17 años) que tuvieron al menos un episodio depresivo mayor en el último año aumentó un 145% en el caso de las mujeres y un 162% en el caso de los hombres, entre 2010 y 2021, llegando a representar un 30% del total de mujeres adolescentes y un 12% de los hombres en ese rango etario. Tendencias similares se observan en los casos de Canadá, Reino Unido, Nueva Zelandia y un conjunto de países nórdicos analizados.

Pero el cambio drástico en las tendencias se registra a contar del año 2010 y el aumento se concentra fundamentalmente en los trastornos relacionados con la ansiedad y la depresión. De ahí que, tampoco parezca casual que la tasa de autolesiones entre los jóvenes norteamericanos casi se haya triplicado entre 2010 y 2020. Siendo nuevamente las mujeres jóvenes, las más afectadas.

La pregunta es: ¿qué ocurrió a partir de 2010? Aunque los teléfonos inteligentes comenzaron a popularizarse en 2007, la combinación entre la masificación de los smartphones y el auge de las redes sociales se produjo a partir de 2010. A lo que habría que agregar que el iPhone 4, lanzado en 2010, fue el primer teléfono inteligente que introdujo una cámara frontal para selfies , abriendo una nueva forma de visualizarnos y también proyectar una imagen de nosotros mismos ante el mundo.

Ese mismo año, 2010, nace la aplicación Instagram, que posteriormente sería adquirida por Facebook en 2012 y que, a juicio de Haidt, es una de las redes con efectos más nocivos en los jóvenes, especialmente en las mujeres adolescentes, ya que “el reflejo que cada chica veía en el espejo se volvía cada vez menos atractivo en comparación con las chicas que veía en su teléfono”.

El psicólogo social llama a este período marcado por la incidencia de los smartphones y las redes sociales “el gran recableado de la infancia”. Este cambio representa una brusca transformación tecnológica que da paso a una nueva niñez y adolescencia basada en el teléfono, marcando el fin definitivo de la infancia lúdica, centrada en el juego y las interacciones presenciales, cruciales para el desarrollo emocional, psíquico, social y cultural de los individuos.

Haidt documenta cómo los patrones sociales, los modelos a seguir, las emociones, la actividad física e incluso los patrones de sueño se modificaron fundamentalmente durante este proceso de recableado donde ha primado una sujeción de la voluntad adolescente a lo que acontece en torno a los dispositivos móviles. Sintiéndose los púber, pese a tener cientos, miles o millones de seguidores y compartir minuto a minuto likes y corazones, cada vez más aislados, solos, con menos capacidad de atención, frágiles o inútiles.

Pero el aporte de Haidt no se agota en una cruda diagnosis, sino que también plantea una batería de drásticas recomendaciones, dentro de las cuales se encuentran:

  • No a los smartphones antes de los 14 años, realizando el autor la distinción entre smartphones y celulares convencionales con los que puedes hablar por teléfono o enviar sms, siendo los primeros no recomendables por el hecho de llevar internet a la palma de las manos de adolescentes, pero los segundos eventualmente necesarios por múltiples razones y necesidades de comunicación.
  • No a las redes sociales antes de los 16 años. Acá nuevamente, internet no es equivalente a redes sociales. Haidt considera que internet puede ser una herramienta maravillosa, pero no así las redes sociales que pueden atrapar y socavar las estructuras de personalidad de los jóvenes.
  • Salas de clases libres de celulares, evidenciando los efectos en el clima de aula, concentración y aprendizaje que producen los smartphone cuando no son ocupados como herramientas pedagógicas.
  • Exponer a los jóvenes a la interacción con el mundo real -inclusive sus riesgos-, a la acción colectiva, al uso del transporte público y a realizar trabajos a tiempo parcial, en definitiva, a enfrentar la responsabilidad individual y emplear el autogobierno.

La lectura de La generación ansiosa es sin duda impactante, necesaria y a ratos abrumadora. Por razones obvias, nadie puede ser indiferente o declararse ajeno a esta realidad.

La primera pregunta que surge es si, como sociedad, podremos recuperar la esencia de una infancia y adolescencia que parece estar cada vez más sometida a la lógica de algoritmos y pantallas. Una segunda, dice relación con el rol de la política y las políticas públicas, en este importante debate. Volviendo a la eterna disyuntiva filosófica, ¿qué es mejor?  ¿concientizar sobre los riesgos? ¿promover un sano balance online/offline? o ¿abiertamente prohibir algo que a todas luces parece incontrolable?

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