No puede sorprender que las encuestas ya estén midiendo las preferencias espontáneas en materia de candidatos presidenciales. En ello influye, lógicamente, la extendida percepción de que el gobierno de Gabriel Boric ya mostró lo que era y no cabe esperar mucho más. ¿Pato cojo, entonces? Está a la vista. Cojo, además de incompetente,
Si un político experimentado como Camilo Escalona, secretario general del PS, se arriesgó a entrar en el debate de la sucesión de Boric, y a contradecir a quienes consideran que la tabla de salvación del oficialismo es Michelle Bachelet, quiere decir que, hechas las sumas y las restas, llegó a la conclusión de que el PS debe tratar de no equivocarse de modo catastrófico. Por eso, levantó el nombre del ministro de Hacienda, Mario Marcel, con lo cual consiguió, por lo menos, agitar las aguas internas.
Puestos en esa eventualidad, ¿estarían el PC y el Frente Amplio dispuestos a respaldar a alguien como Marcel, cuyo perfil no calza precisamente con el de luchador anticapitalista? La necesidad tiene a veces cara de hereje, y podría ocurrir que tales fuerzas acepten parapetarse detrás de un economista respetado con el fin de salvar los muebles en la elección parlamentaria. En todo caso, en un cuadro como ese, podría levantarse un representante de “la izquierda genuina”, como Jadue u otro. No hay que descartar, además, que el alcalde Sharp, de Valparaíso, encabece o aliente una opción de talante parecido.
Marcel no aparece hoy en las encuestas, mientras que Bachelet sí, aunque con un porcentaje modesto si se le compara con el de Matthei o Kast. No parece que Tohá o Vallejo puedan llegar más lejos. Bachelet sabe que Boric y el bloque gobernante la necesitan, pero sabe también que está en deuda: numerosas personas ocupan hoy puestos de relieve en el aparato gubernamental gracias a que ella lo pidió.
Ahora bien, ¿se arriesgará a embarcarse en una candidatura presidencial con viento en contra (a diferencia de las dos anteriores), y en la que los adversarios le pedirían cuentas por muchas cosas? Quizás no. Lo más probable es que se comprometa con la campaña de los candidatos a alcaldes, concejales y gobernadores regionales que competirán en octubre, pero que luego diga que se necesitan caras nuevas para la batalla presidencial.
Quizás haya esta vez más candidatos presidenciales que los 7 que hubo en 2021. Hay quienes miran hacia Argentina e imaginan que existe un espacio para un candidato libertario al estilo de Milei, que se ubicaría a la derecha del Partido Republicano. Del mundo octubrista, descontento con Boric a pesar de los indultos y las pensiones de gracia, podría aparecer también un postulante. Nadie duda de que estará Enríquez-Ominami, por supuesto.
Son pocas las exigencias constitucionales para ser candidato presidencial. El artículo 25 de la Constitución dice: “Para ser elegido presidente de la República, se requiere tener la nacionalidad chilena de acuerdo a lo dispuesto en los números 1° y 2° del artículo 10, tener cumplidos 35 años de edad, y poseer las demás calidades necesarias para ser ciudadano con derecho a sufragio”. Si Giorgio Jackson hubiera tenido 35 años en el momento de las inscripciones en 2021, es posible que él hubiera sido el candidato, no Boric.
Aunque todos entendemos que el gobernante debe cumplir altas exigencias morales, intelectuales y culturales para desempeñarse dignamente, la tradición democrática no les pide mucho a los aspirantes. ¿Qué pasa con el equilibrio sicológico, por ejemplo, que siempre preocupa a las empresas en el momento de designar a un gerente general u otros altos ejecutivos? Los candidatos presidenciales no necesitan certificar tal equilibrio, ni tampoco probar que no consumen drogas.
¿Qué queda, entonces, para que la selección sea un poco más rigurosa? El filtro de los partidos. Lo que se espera es que las directivas partidarias tengan en cuenta el interés nacional y no promuevan la candidatura de alguien que no satisface los requerimientos. Por desgracia, ese filtro es defectuoso y está condicionado por las miserias de la política. No pocas veces, los negocios del poder exigen cerrar los ojos ante las taras o flaquezas del postulante. La necesidad de “vender un producto” suele pasar por encima de las consideraciones sobre el bien común.
No hay cómo negar el agudo deterioro que ha experimentado la institución presidencial en nuestro país. Es uno de los signos más inquietantes del retroceso institucional y el debilitamiento de la cultura democrática en los últimos años. Son muchas las atribuciones del presidente de la República, y si no las ejerce con sentido de Estado y altura de miras, puede causar un inmenso daño. Los desatinos de Boric valen como escarmiento ciudadano. ¿Qué ha sido lo peor? La visión refundacional con que llegó a La Moneda, expresada en su apoyo incondicional al proyecto de Constitución de la Convención. Estuvimos al borde del desastre, y él no parece haberse dado cuenta.
La campaña presidencial no puede eludir el asunto de la calidad de los liderazgos. El país necesita sanear las prácticas políticas, y ello supone poner la vara más alta en todos los cargos de representación. Las corruptelas en el aparato estatal deben combatirse sin vacilaciones. El régimen democrático no puede resignarse a la mediocridad, las malas costumbres y la decadencia.
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