El gobierno de Gabriel Boric ha estado marcado por su condición de minoría y el Presidente, a diferencia de muchos de sus leales y consejeros más cercanos, ha mantenido conciencia de ello la mayor parte del tiempo. Esta es la razón por la que los ajustes de Boric frente a cada etapa que ha liderado han tendido a sumar fuerzas y consolidar alianzas, no obstante, por estos días la estrategia del primer mandatario para conquistar y mantener el poder parece estar encontrando sus primeros límites, amenazando con ello la “pax” de sus coaliciones y la gobernabilidad del oficialismo.
Desde que ganó la primaria contra Daniel Jadue, Gabriel Boric ha tenido que aunar voluntades para avanzar a la siguiente etapa, construyendo, desde una posición inicial muy minoritaria, una base de sustento político que incluyó a casi todas las fuerzas políticas que compitieron contra él en el proceso y que terminó de consolidarse tras la victoria de segunda vuelta. Hasta entonces, sin embargo, el horizonte al que se podía invitar a los nuevos integrantes era de expansión y, en ese contexto, la oratoria unificadora del presidente sirvió como bálsamo y pegamento.
Hoy las cosas son diferentes. Lo que hasta hace poco era un oficialismo relativamente cohesionado, colindante con fuerzas accesibles a proyectos comunes, hoy es un grupo tensionado y amenazado por sus dos costados con cantos de sirena que invitan a la dispersión. Los apoyos potenciales (como la DC o el PDG), no parecen disponibles para mucho más que exigencias unilaterales y para no pocos dentro del Apruebo Dignidad, el rumbo del gobierno parece más una amenaza que una oportunidad.
Así las cosas, la retórica ambivalente del presidente ya no une, sino que exaspera. Los esfuerzos por compensar la mayor presencia de una de las coaliciones por sobre la otra resultan insuficientes para la gobernanza de los aliados y, en un contexto de reparlamentarización de la política, la dispersión interna hace casi imposible sumar aliados para votaciones, elecciones y proyectos.
Poco contribuye en este contexto la crisis incipiente que enfrenta el otro actor clave del proceso político que derivó en el gobierno de Apruebo Dignidad: Guillermo Teillier. Como Boric, el presidente del PC ha tenido una carrera ascendente en la que la línea que ha trazado le ha significado a su partido pasar de la consigna marginal a una sólida presencia institucional. Pero ese crecimiento también parece haber tocado techo y ese fenómeno está fortaleciendo las voces críticas y desafiantes dentro del partido. Para Teillier tampoco parecen ya suficientes las declaraciones sobre las compensaciones del presidente y eso agrega un factor de tensión e inestabilidad a la alianza.
Mientras tanto, las señales concretas del Gobierno parecen claras: Apruebo Dignidad fue el gran derrotado en el plebiscito de septiembre y la conducción de los asuntos de gobierno ha pasado a manos del socialismo democrático. Pero si el Gobierno es minoría, una sola de sus dos coaliciones lo es aún más y de poco servirá la mayor experiencia y solvencia política de los cuadros que han tomado el control del barco si la tripulación se niega a seguir un mismo curso.
Los tiempos que vienen son complejos y el Gobierno necesita hacer más que solo mantener el orden interno. Gabriel Boric debe aspirar a crecer y ese desafío no es consistente con una estrategia de control de daños. Si efectivamente, como sugiere una mirada no partisana de los hechos, la decisión del presidente es la de crecer hacia el centro, los damnificados por esa decisión no se quedarán dentro a punta de mejorales. Las inconformidades y disgustos de unos pocos no pueden convertirse en tendencia ni pueden pasar impunes por los beneficios de ser gobierno sin pagar los costos de ser oficialismo. La etapa que viene es de carácter y requiere ciertos sacrificios.
Parafraseando a Maquiavelo, un líder puede ejercer el poder a partir de ser temido o ser amado, pero si no se es lo uno ni lo otro, la tarea se vuelve muy cuesta arriba. Gabriel Boric vivió su momento de rockstar y fue capaz de administrar adecuadamente esa coyuntura y obtener réditos políticos de ella. Hoy esa magia parece haberse roto y sus efectos son ya costo hundido. La pregunta que queda en el aire es si, tras ser exitoso administrando ser amado, será capaz de apretar los dientes y lograr ser temido.
Nancy Yánez representa a la perfección ese mundo que demostró ser minoría en el plebiscito, pero que sigue siendo un referente intelectual, una sensibilidad que solía criticar instituciones tan coloniales y vetustas como el Tribunal Constitucional que ella preside.
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