Como nos tiene acostumbrados, los resultados de la encuesta CEP nuevamente han estado marcando la discusión y el debate de los últimos días. Sin duda hay mucha información interesante que estaremos analizando, desmenuzando y masticando por las próximas semanas. Uno de los temas que ha levantado interés es la valorización de la democracia como sistema de gobierno, que decae alarmantemente.
Si en diciembre del 2019 un 64% de las personas encuestadas consideraba que esta era preferible a cualquier otra forma de gobierno, tres (intensos) años después, solo un 49% mantiene esa afirmación. Además, si bien la cifra es mayor que hace tres años atrás, solo un 12% cree que ésta funciona bien y aumentan aquéllas que creen que funciona mal o muy mal. Para qué decir la confianza ciudadana en nuestras principales instituciones políticas, ni siquiera un 10% de las personas confía en el Congreso (8%) o en los partidos políticos (4%).
Sin duda que a la vista de lo ocurrido en Brasil el fin de semana, estas cifras deben levantar alertas. Lo que vimos el día domingo nos trajo a la memoria lo ocurrido en Estados Unidos tan solo dos años antes, incluso con parecidos en vestimentas, modus operandi, discursos, entre otros. Personas que no aceptan los resultados de las elecciones -a lo que los candidatos vencidos no ayudan mucho al no respetar hitos tradicionales y republicanos básicos, como la entrega del mando-. Personas que son capaces de asaltar los propios símbolos e instituciones claves de la democracia como el Congreso -y el Poder Ejecutivo y el Tribunal Supremo en el caso de Brasil- para imponer sus visiones y no aceptar la derrota electoral.
¿Cómo es posible que en tan pocos años veamos esto ocurrir en dos grandes potencias de la región? Como advierte IDEA Internacional y su Director Regional, Daniel Zovatto, la región se encuentra “bajo asedio del populismo y del autoritarismo”. Sin buscar un consuelo de muchos, esta reducción de la satisfacción ciudadana con la democracia no es un fenómeno nacional o solo regional, lo que nos lleva a buscar respuestas y soluciones más complejas que simplistas. De acuerdo al informe del año pasado del Estado Global de la Democracia, se trata de un fenómeno visto en diversas latitudes por percibir que ésta no ha cumplido con sus promesas de equidad ya sea socioeconómica, de trato o de acceso al poder, lo que ha llevado a un aumento de democracias en riesgo de autoritarismo y países autoritarios han aumentado el nivel de su represión.
Sin duda la lucha contra la corrupción y la transparencia pueden ser un antídoto relevante contra este decaimiento de la democracia. Si miramos distintos indicadores, suele haber una correlación entre países con democracias más consolidadas, libertad de prensa, desarrollo humano y menor percepción de la corrupción.
En nuestro país, desde el año 2014 la percepción de ésta ha ido aumentando y hemos visto estancado nuestro liderazgo en la región. Esto no es extraño si uno revisa la prensa y cómo ha aumentado el conocimiento de casos de corrupción en las más variadas y relevantes instituciones. Ahora, mayor conocimiento público no es necesariamente un indicador de ser un país más corrupto, con alta probabilidad, en países sin libertad de prensa y medios autónomos, como Cuba, Venezuela y Nicaragua, rara vez se informará sobre la corrupción pública.
La lucha contra la corrupción es popular y si uno hace doble click en varios indicadores, en general, en nuestro país la mayor percepción se encuentra en el sector político: Partidos y Congreso. Por esto, lamentablemente, liderazgos autoritarios y populistas suelen enarbolar esta bandera de lucha, sin un real compromiso y, una vez en el poder, el acoso y derribo a las instituciones que son un contrapeso relevante a la corrupción es sistemático.
El compromiso democrático debe ser transversal y sin duda alguna. Afortunadamente, con más o menos énfasis, hemos visto un rechazo de liderazgos de distintos sectores a los lamentables hechos de Brasil. Sin duda es clave fortalecerla, ver cómo hacer más representativas nuestras instituciones, más responsivas y transparentes y abrir vías de participación ciudadana, la debilidad de nuestra institucionalidad según el Estado Global de la Democracia. Quien no crea en la democracia, dudosamente va a combatir la corrupción y creer en la transparencia. Son valores inseparables.
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