Una de las razones de por qué se rechazó la propuesta de nueva Constitución fue porque estaba muy alejada de lo que las personas habían pedido originalmente. Ganó el Rechazo porque lo ofrecido por los constituyentes simplemente estaba demasiado lejos de lo que había sido la petición original. En corto, la oferta no satisfizo la demanda. Y no fue porque se ofreció muy poco. Fue porque se ofreció demasiado.
Algo similar ocurre ahora con el gobierno de Boric. Las personas no aprueban lo que el Presidente está haciendo porque lo que está haciendo es diferente a lo que esperaban. Es cierto que votaron por Boric, pero votaron por el Boric de segunda vuelta, no el de primera. Votaron por la versión centrista, moderada, y socialdemócrata del candidato, no la versión ambiciosa, poética y estridente del diputado.
El Presidente no ha logrado aún procesar la idea de que si hay algún aprendizaje del fracaso del proceso constitucional es que lo que se les ofrece a las personas desde la clase política debe ser consistente con sus demandas. Debe haber coherencia entre la oferta y la demanda política. De lo contrario, comienza la sospecha, la erosión, y la desconfianza, e inevitablemente el descrédito, la desaprobación, y el rechazo.
Eso es precisamente lo que ocurrió con el proceso constitucional. Por la excesiva ambición de los constituyentes, los negociadores del segundo proceso ahora se están debiendo restringir. Se están debiendo moderar. Saben que, si quieren que el nuevo proceso termine en una nueva Constitución, no podrán repetir nada de lo que llevó al fracaso en el primero. Saben que, si repiten la ambición ciega de sus predecesores, harán colapsar lo que queda de esperanza.
Pero moderarse no es el único costo a pagar. De hecho, el costo no es solo uno abstracto que viene endosado a una clase política genérica. Es también un costo que viene endosado a ciertas personas, con nombres y apellidos. De hecho, desde la victoria del Rechazo que están cayendo, uno a uno, los habilitadores de mentiras y Fake News que sostuvieron el mito del estallido social y la violencia que terminó permeando el proceso constituyente.
Es el dramático caso, por ejemplo, de la diputada comunista Karol Cariola, que cayó de la testera de la Cámara de Diputados antes de siquiera asumir. Cayó por su propio peso. Cayó por haber implícitamente apoyado la violencia del estallido social, haber liderado la ofensiva contra el gobierno anterior para instalar el proceso constituyente a su manera, y finalmente haber liderado la campaña del Apruebo. Cayó por no haber reconocido sus errores.
Detrás de los costos, algunos visibles y otros no, hay una demanda política que cambia. Una demanda política que nace. Con el proceso constituyente la gente se dio cuenta de que no todo lo que brilla es oro. De que siempre puede ser peor. De que a veces diablo conocido es mejor que diablo por conocer. Con el proceso constituyente la gente se dio cuenta que a veces es mejor avanzar lento pero seguro que rápido y con dudas.
Esta realización solo se materializó tras la paliza del plebiscito de salida, en que casi ocho millones de personas votaron por ir más lento, parar, o derechamente retroceder. Sin esa acotada, pero importante señal serían muchos los que aun seguirían apoyando el estallido social y la ruta de ruptura. Se hubiese implementado la nueva Constitución y el gobierno se hubiese adjudicado la victoria. Un escenario insostenible al largo plazo.
Afortunadamente, se evitó. Con la paliza electoral del Rechazo, las personas se dieron cuenta que la idea de “votar Rechazo era votar Pinochet” era una mentira y una caricatura. Se dieron cuenta que se podía ser demócrata y estar en contra de una propuesta mal hecha. Y se dieron cuenta que son muchos como ellos. Y se dieron cuenta que los chilenos que votaron Rechazo pueden ser cualquier cosa menos reducidos a ser catalogados de izquierda o de derecha.
Esa noción es la que hoy explica que estén naciendo tantas alternativas de centro. Partidos en formación, como Amarillos y Demócratas, nacen precisamente de la demanda de las personas por moderación. Nacen gracias al fracaso del proceso constituyente, pero se desarrollan gracias a que ni el gobierno ni la oposición han recogido el guante. Nacen partidos de centroizquierda porque hoy no hay partidos de centroizquierda.
El gobierno ha insistido en crecer hacia la izquierda, empujando demasiadas ideas fracasadas que ya se propusieron y ya se rechazaron. Además de algunos visos de moderación que han decorado los discursos y las entrevistas del presidente, hay poco que ayude a sostener el argumento de que el gobierno está dispuesto a hacer el mea culpa que se necesita y tomar las decisiones que se requieren para instalarse en el espacio del medio a representar a las capas medias.
Por lo mismo, todo apunta a que las alternativas que van naciendo irán ganando prominencia e importancia. Seguramente, irán ganando poder. Es cierto que en el pasado reciente ninguna organización política de centro ha encontrado el éxito, pero también es cierto que en el pasado reciente no hubo ni proceso constitucional fracasado ni gobierno de izquierda obtuso con el cual compararse.
La centroizquierda que nace y se instala, lo hace por la ausencia de competencia. El Partido Socialista y el PPD se han plegado al gobierno esperando crecer por dentro, mientras que la Democracia Cristiana y el Partido Radical se han desentendido de los votantes del Rechazo. A su vez, el gobierno esquiva la clase media, alejándose cada vez más de la posibilidad de representar cualquier idea que pueda ser interpretada como neutra.
Lo positivo es que se acabaron los prejuicios hacia el grueso de las personas que no se sentían cómodas con ser catalogadas pinochetistas por votar Rechazo o tener que votar Apruebo solo para ser considerados demócratas, pero sabiendo que el texto estaba notoriamente mal hecho. En la sombra del fracaso constituyente y el gobierno obtuso, se comienza a construir un centro político que busca ofrecer gobernabilidad a una capa media que no encuentra domicilio político en ninguna otra parte.
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