Michelle Bachelet fue candidata a concejala del Partido Socialista en la comuna de Las Condes en 1996, donde obtuvo la tercera mayoría de la lista concertacionista con 2,35% de los votos (2.622), detrás del demócratacristiano Esteban Tomic y de la candidata del PPD Loreto Amunátegui. Nada permitía presagiar su extraordinaria carrera política posterior.
Su rol en la campaña territorial metropolitana de Ricardo Lagos en 1999 tampoco hacía pensar que pocos meses más tarde sería designada Ministra de Salud, cargo que asumió desafiada por el propio presidente a resolver en el plazo de 6 meses el problema de la ya entonces larga lista de espera para consultas y operaciones médicas. En esa tarea es que comenzó a ser conocida por la gente más allá de su partido.
No transcurrirían 2 años para que en enero de 2002 el presidente Lagos la nombrara ministra de Defensa, la primera mujer en la historia de Chile en ocupar ese cargo. Fue entonces que adquirió máxima visibilidad y aprecio ciudadano, porque con su historia familiar y su rol de conductora de las Fuerzas Armadas, pasó a convertirse en una figura que representaba simbólicamente al mismo tiempo la reivindicación de las víctimas y la esperanza de superación de las divisiones de un pasado ominoso.
En mayo de 2003, siendo embajador de Chile en Suecia me correspondió acompañarla en su visita ministerial a ese país y, en un encuentro con la comunidad, me excedí de mi rol presentándola como la futura Presidenta de Chile. En la pregunta que hacía la encuesta CEP -entonces verdadero oráculo de Delfos- de quién le gustaría a usted que fuera el próximo presidente o presidenta de Chile, había aparecido por primera vez con un modesto 1% en julio de 2002, meses después de asumir en Defensa, y ya en diciembre de ese año había aumentado sus preferencias espontáneas al 5%, siendo superada aún por Soledad Alvear (9%) y muy lejos del 40% de Joaquín Lavín.
A fines de 2003 la CEP la situaría por primera vez superando a Alvear. El 29 de septiembre de 2004 el presidente Lagos le pide la renuncia al gabinete a las dos ministras presidenciables de la Concertación para que encabecen la última recta de la campaña municipal, en la que participan protagónicamente, redundando que en la CEP de diciembre se pone por encima del propio Lavín en las preferencias presidenciales espontáneas y casi dos tercios de los encuestados pensaba ya que sería ella la próxima Presidenta de Chile. A 5 meses de la elección de 2005, Bachelet campeaba lejos de las demás candidaturas en todas las encuestas.
Su resultado electoral en primera vuelta, sin embargo, fue de sólo 46%, el más bajo obtenido hasta entonces por una candidatura presidencial de la Concertación. En segunda vuelta, con 3.723.019 votos le ganó 53,5 vs. 46,5% a Sebastián Piñera, aventajándolo por 486 mil votos. Cuando se evalúan los gobiernos desde Aylwin a Boric, el primero de Michelle Bachelet aparece siempre en todas las encuestas entre los dos mejor apreciados, recordado principalmente por la incorporación del pilar solidario al sistema de pensiones y su condición de primera mujer presidenta en la historia de Chile.
No habían transcurrido 6 meses desde que terminara su primer mandato presidencial cuando asumió como encargada de la ONU Mujeres y secretaria general adjunta de Naciones Unidas, cargo que ejerció hasta regresar a Chile en marzo de 2013 a participar en las primarias presidenciales de una coalición política que incluía a los partidos de la Concertación y al Partido Comunista.
A pesar de los extraordinarios números que mostraban las encuestas y el verdadero vía crucis de la derecha para llegar hasta la candidatura de Evelyn Matthei, Bachelet tuvo en primera vuelta una performance muy similar a la de 2005 (46,7%) y luego arrasó en segunda vuelta con 62,17% pero con 252 mil votos menos que en 2005, pues un millón de personas que votaron en primera vuelta decidió no concurrir a dirimir la elección entre Bachelet y Matthei.
Fue la primera figura presidencial en reelegirse por segunda vez en la primera magistratura -más tarde Piñera repetiría la misma hazaña. Su segundo gobierno tuvo un carácter mucho más transformador que el primero, pero las reformas impulsadas encontraron resistencia en las clases medias y su apoyo fue minoritario durante buena parte de su mandato.
El período presidencial 2014-2018 está entre los dos menos apreciados en las encuestas cuando se pide evaluar los gobiernos desde marzo 1990. Estuvo marcado principalmente por la reforma tributaria, el fin del Binominal y la reforma educacional, aunque también se le recuerda por la baja tasa de crecimiento económico y el ingreso masivo de inmigrantes provenientes de Haití.
Al igual que en la ocasión anterior, no transcurrieron 6 meses y Bachelet fue designada Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, cargo que ejerció hasta agosto de 2022. Aunque hubo quienes buscaron que fuera candidata presidencial nuevamente, la expresidenta levantó la precandidatura de su jefa de gabinete y exministra de su gobierno, Paula Narváez, quien fue derrotada por la senadora DC Yasna Provoste en una primaria privada de reducida participación. También participó protagónicamente en la franja televisiva de la campaña del Apruebo cuando se plebiscitó y rechazó la propuesta constitucional de la Convención.
Michelle Bachelet no ha estado nunca ausente de la escena prácticamente desde que fuera designada ministra del presidente Lagos el 11 de marzo de 2000. Aunque volvió hace dos años a Chile y predominan en su agenda las actividades internacionales, continúa siendo un factor importante de la política chilena y por lejos el más relevante del campo progresista después del presidente de la República.
A pesar de no haber participado directamente en la política hasta hace muy poco y haber descartado su disposición a ser nuevamente candidata presidencial, desde que se hace la pregunta abierta de preferencia presidencial espontánea, Michelle Bachelet no ha dejado de aparecer en todas las encuestas, y en los últimos meses claramente por encima de las demás figuras del oficialismo y la izquierda.
Se presume que, de participar en una primaria presidencial del campo oficialista, superaría a todas las demás figuras posibles de entrar en esa competencia. Pienso, incluso, que su presencia en la papeleta garantiza la presencia en la segunda vuelta como no lo hace hoy ninguna otra candidatura oficialista. Tendría una seria opción de ganar nuevamente la elección presidencial si pudiera enfrentar a José Antonio Kast en segunda vuelta. El problema es que la posibilidad de que Kast supere a Matthei y pase a segunda vuelta contra una candidatura oficialista es mínima.
La pregunta es si acaso Bachelet estará dispuesta a entrar en carrera con tan escasas posibilidades de ganar la elección presidencial. Si volvió en 2013 no fue para ser candidata sino para ser nuevamente presidenta y llevar adelante un programa de cambios que la entusiasmaban y parecían viables. De hecho, buena parte de ellos tuvo mayoría en ambas cámaras.
Más allá de la distancia que existe hoy día en todas las encuestas de preferencia presidencial espontánea, así como en las que plantean opciones cerradas con nombres definidos e hipótesis de segunda vuelta, es prácticamente imposible pensar hoy que pueda tener éxito la candidatura que represente la continuidad de un gobierno que tiene el doble de rechazo que de aprobación.
Por lo demás, ya van 4 elecciones presidenciales seguidas con alternancia en el poder. Piñera I, Bachelet II, Piñera II y Boric I (no se puede descartar que haya un II) son de distinto género, diferentes generaciones y disímiles sectores políticos, lo que tienen en común es que representaban la oposición al gobierno de turno. Incluso en la última elección ocurrió que la candidatura oficialista ni siquiera pudo acceder a segunda vuelta y llegó cuarta, un puñado de votos detrás de Parisi.
Sin embargo, es seguro que habrá presión creciente sobre Bachelet para que acepte ser candidata presidencial por tercera vez. Primero, de quienes rodean al Presidente Boric, pues pueden pensar con fundamento que con ella se asegura el pasaje a segunda vuelta, se salvan los muebles en la elección parlamentaria conjurando el riesgo de naufragio, y además es una candidatura de final de carrera, evitando así que se instale un nuevo liderazgo que, si obtuviera un resultado digno, podría volver a competir en la siguiente.
Segundo, de los parlamentarios que buscan abrigo, porque la correlación en el sistema proporcional entre el resultado presidencial de primera vuelta y la votación al congreso es altísima. Una candidatura débil, más cerca del 20%, podría ser una catástrofe parlamentaria para la izquierda y centroizquierda. A contrario sensu, una candidatura presidencial sobre 30% podría evitar la irrelevancia opositora en la próxima legislatura.
Ya hemos visto elevarse voces en este sentido desde demócratacristianos hasta comunistas. Muchos piensan, además, que Bachelet es el antídoto contra la idea de algunos de una candidatura propia de la centroizquierda reformista que dispute con sus propuestas y liderazgo la hegemonía del progresismo.
Desde ese encuentro en Estocolmo hace más de veinte años, me tocó más tarde interactuar con Michelle Bachelet desde la condición de autoridad del PPD en su primer gobierno y de respaldarla activamente en la Cámara de Diputados en su segundo gobierno.
Me cuesta imaginarla compitiendo por la candidatura presidencial con liderazgos de recambio en el progresismo, exponiéndose a poner término a su brillante carrera política con una derrota, y si una circunstancia excepcional la llevara a competir con Kast en segunda vuelta y ganarle, no la imagino arriesgando gobernar con mayoría parlamentaria opositora.
Y si a lo anterior se agrega que lo más probable es que competiría en segunda vuelta con su alter ego Evelyn Matthei, imagino que preferirá quedarse con la paliza ignominiosa que le propinó en 2013 en lugar de ofrecerle una revancha en un contexto tan desfavorable como el de hoy.
Pero la política no es pura racionalidad. Y siempre estará la opción de ceder a los requiebros de quienes dicen necesitarte y quererte, de autoasignarse protagonista de un relato de sacrificio por la causa, de cerrar los ojos para no ver las inclemencias del contexto y escuchar los cantos de sirena sin identificar sus propósitos espurios e interesados.
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